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Mostrando entradas de 2007

Silencio, se rueda

El director tenía en la cabeza cada una de las escenas, incluso cada uno de los gestos que deseaba arrancar de sus actores. Pero ellos querían improvisar. Querían dejar constancia de su talento interpretativo. El director se desesperaba una toma tras otra. El cámara comenzaba a odiar esa escena eterna de la película. Y el productor ejecutivo veía pasar las horas y los metros de cinta sin resultado. Al final del día se tomó la decisión de dar por bueno lo grabado y ajustar en el montaje: tantas tomas darían para algo. Pero el día del estreno aquella escena no estaba en el metraje. Y el director achacó el fracaso a esa falta, a esos actores y a ese productor. Quiso volver a rodar la película con otros actores, con otro equipo, pero no encontraba a nadie que quisiera financiar una reedición de un fracaso de taquilla, al menos tan pronto. Hoy, el director se gana la vida rodando vídeos musicales para grupos de poca monta, en los que una y otra vez reproduce las imágenes de aquel viejo guió

A Europa se llega de muchas formas

La patera no era una opción: demasiados riesgos. Eso sin contar la travesía del Sahara a pié, o el endeudamiento con las mafias de la emigración. Así que pensó en otras opciones. Lo intentó por avión, pero no pudo ni comprar el billete. Luego, gracias al amigo de un primo, se enroló como marinero en un crucero de bandera panameña que recorría todo el Mediterráneo. Pudo bajar a tierra en Barcelona, pero cuando llegó la hora de zarpar estaba como uno más en su puesto: demasiadas propinas, demasiadas mujeres insatisfechas. Lo del crucero duró hasta que el armador decidió retirar el barco y devolver a sus empleados la libertad de la desocupación. Pero para entonces Saulo tenía suficiente dinero como para viajar a Europa en avión. En lugar de eso, compró un viejo local desvencijado, una antena parabólica, una televisión de pantalla plana y un cartel que rezaba "La otra Europa" . Hoy es el lugar de reunión predilecto de los europeos destinados en las diversas ONG que orbitan por su

La fan

Primero le pareció una fan más, una joven gritona y absolutamente entregada a sus canciones. Más tarde, cuando se le puso a tiro, la consideró como una buena opción para calmar su sed de amores nocturnos. Pero llegó el momento en que comenzó a considerarla un estorbo, una molestia de la que cada vez costaba más deshacerse tras un concierto. Para entonces ella no podía vivir sin él, lo consideraba una extensión más de su propio cuerpo, una extensión que tenía que obedecer las órdenes de su mente, como sus brazos o sus piernas. Hace ya tiempo que la policía ha dejado de buscarle, y él ha perdido la esperanza de recuperar su vida. Tal vez por eso, cada noche repite su concierto solo para ella, aunque sigue unido a la pared por un grillete que ha llegado a considerar como una extensión más de su propio cuerpo.

El regalo de cumpleaños

Como cada año desde hacía más tiempo del que le gustaba recordar, a eso de las seis de la tarde, comenzaban a llegar sus amigos. Al principio venían solos, pero según cambiaron sus vidas, comenzaron a venir con novias, novios e hijos. Alrededor de la misma mesa baldada se contaban en resumen los 12 meses anteriores y se dejaban arrastrar por los recuerdos comunes, cada vez más adornados por los desbarres de la imaginación. El motivo era su cumpleaños, un día de fiesta en medio de la Navidad, una tarde de pesada digestión en la que todos encontraban un hueco para pasar por su casa y tomarse un trozo de tarta infantil con él. Hacía tiempo que aquel acto se había convertido en rutina para todos y también hacía tiempo que David había entendido que ese era el mejor regalo de cumpleaños que nunca nadie le haría.

El hombre que mira al hombre que mira a la mujer que llora

El individuo A ha cruzado su mirada con la mujer. Se ha dado cuenta que está llorando. El hombre ha vuelto una segunda vez sus ojos hacia ella, seguro que se está preguntando qué le pasa. Está en la puerta de correos, lleva una carta certificada en la mano y sus rasgos la delatan como eslava. El hombre piensa que ha recibido malas noticias; por ejemplo, que su solicitud de residencia ha sido rechazada. El individuo B mira la escena desde la plazoleta de enfrente. Tiene la edad adecuada para ser un experto en observar a otros, y cree haber adivinado un ligero gesto de lástima en los ojos del individuo A. B sabe leer los ojos y sabe que por ser Navidad las personas nos volvemos más sentimentales. Piensa que probablemente A cree que la joven ha recibido una mala noticia. El individuo B, mira hacia la ventana y comienza a pensar que hay alguien jugando a saber qué piensa.

Que paren el mundo que me quiero bajar

"Que paren el mundo que me quiero bajar" ¿A quién se le ocurriría semejante memez? Bajarse del mundo es claudicar, rendirse, abdicar de la posibilidad de cambiarlo. Abandonar el mundo es de cobardes, de pasajeros medrosos que le temen al cambio. Yo quiero quedarme en este mundo, quiero poder navegar sobre una tabla de deseos y planear por entre mis sueños eligiendo al azar una nube para reposar. Yo quiero cambiar esas cosas que no me gustan del mundo, por mucho que parezca imposible que simples hormiga como tú o yo tenga la más mínima posibilidad de hacerlo. Quiero que el mundo siga dando vueltas y quiero poder seguir encima mientras lo hace. Y tú deberías hacer igual. Hazme caso: no saltes.

Rastros de melancolía

Casi todo el mundo comentaba su belleza, su mirada lánguida, la gracia de sus movimientos al pasear por la alfombra roja camino del Kodak Theatre. Al día siguiente en los programas de televisión de todo el mundo se estudiarían cada una de sus miradas, cada una de sus caídas de ojos, las arrugas de su vestido, o de los alrededores de sus ojos. En las portadas de los diarios de todo el planeta aparecería su rostro radiante al recoger la estatuilla. Pero lo único que nadie diría es que, a su paso, iba dejando un rastro de melancolía casi tan grande como el de ojos admirados que se volvían a mirarla.

200

Nunca se había propuesto llegar tan lejos. Su experimento sobre una sustancia que evitara o retrasara la muerte celular había logrado llegar hasta quintuplicar la vida de una ameba. Pero, entonces, se acabaron los recursos financieros para el estudio y se vio obligado a dejarlo. Pero antes de abandonar el laboratorio quiso llegar lo más lejos posible en las investigaciones iniciadas. Le animaba la esperanza de recuperar las subvenciones y ganar si acaso un premio Nobel. Así que hizo lo que nunca debe hacer un científico que le tenga aprecio a su vida: probó la sustancia en si mismo. No logró nada de lo previsto: ni recuperar los fondos, ni el premio Nóbel. Pero le daba igual, acababa de tirar a la basura el almanaque número 200 después del experimento.

Volver a casa por Navidad

Dos semanas comprando regalos, decenas de llamadas a los amigos de la infancia, 400 kilómetros y cuatro horas y media de viaje. Todo por volver al hogar por Navidad. Todo por volver a probar los calamares rellenos de mi madre una Noche Buena más.

Cuestión de hormonas

Con 15 años todo se intensifica: los sentimientos, los sentidos, los temores y, sobre todo, los amores. Afortunadamente todos estos síntomas suelen pasarse con la edad. No obstante, hay personas que a causa de un desarreglo hormonal muy poco frecuente se pasan la vida siendo unos adolescentes: sufriendo intensamente por cuanto sucede a su alrededor. En cuanto la vi, supe que era una de estas personas. Fue, a medias, una broma del destino y una corazonada, pues hacía pocos días que había leído en Internet sobre esta dolencia, mientras me documentaba para un estudio sobre la incidencia de la malaria en el mundo desarrollado. Su frente salpicada de barrillos irredentos, su forma de mirar, su poesía entrecortada. Incluso, su enfado desproporcionado con los organizadores del evento. Supe de inmediato que era una mujer a evitar, que sólo traería más caos a mi vida, ya de por sí tremendamente caótica. Pero, de la misma forma que ella no podía controlar sus hormonas, yo soy incapaz de refrena

Hurgando en el alma

A veces los humanos nos enfrascamos en manías incontrolables, en gestos que no somos capaces de evitar y que nos hacen vulnerables a los demás, pues nos dejan en evidencia y nos muestran débiles y hasta ridículos ante el mundo. Yo hace días que vengo sufriendo una, aunque no se trata de un movimiento físico. Ojalá fuera eso. He notado que, cada vez con mayor frecuencia, me pongo a hurgar en mi alma. Sé que suena raro, y hasta increíble, pero lo cierto es que desde que descubrí que la tengo, no puedo dejar de meter el dedo en ella y remover. Y, para colmo, lo que me produce más placer es rascar los residuos del fondo, los que están pegados a las paredes. Y cuando lo hago, el humor se me transforma y me vuelvo un ser arisco e irritable. No sé que hacer para deshacerme de esta funesta manía. Sobre todo porque el otro día, no sé en que zona rasqué, que sentí morir, y he cogido miedo. ¿No habría algún sistema para cambiar este tic por otro más sencillo como el de comerse las uñas?

La pantomima

– Y, entonces, ¿por qué está usted aquí? No lo entiendo. – Ganas de molestar, para serle sincero. – Sinceramente, no le comprendo. – Verá, cuando me presenté a este puesto yo ya daba por hecho que tenía dueño. Y ahora mismo ya sé quien es el dueño. – Pero, sería estúpido contratar a una empresa como la nuestra y hacernos perder el tiempo en esta pantomima... Es dinero... – Depende... Lo que han contratado no es una selección de personal, sino una cortina de humo. – Si eso es así, ¿qué hace usted aquí? Es absurdo. – La idea es dejar el proceso en evidencia. – Pero, para eso, debería usted pasar esta primera criba. – ¿Y por qué cree usted que le he contado todo esto?

La liberación

Aún le dolía el ojo, que se había amoratado de manera alarmante y con el que apenas podía ver. Como de costumbre, después de la paliza él le había pedido perdón y le había prometido que no lo volvería a hacer. Como de costumbre, tras autoperdonarse, se había tumbado en el sofá. Ella había quedado en la cocina, dolorida y aterrorizada. Supo que sólo tenía dos opciones: estar huyendo siempre o enfrentarse a sus miedos. Optó por lo segundo. Cogió el cuchillo con el que había estado cortando la carne y se dirigió al salón. Midió con delicadeza el punto exacto y con un golpe seco le atravesó el corazón. Luego lo arrastró al suelo, tiró una lámpara, se golpeó con una de las sillas y salió gritando de la casa.

La huída

Supo que volvería a suceder nada más mirar sus ojos. Otra vez vio en ellos el vacío de la locura, el rojo intenso de la ira. Y pensó que sólo tenía dos opciones: escapar para siempre o volver al círculo vicioso en el que se había convertido su relación. Y decidió huir para siempre. Antes de que él pudiera acercarse abrió la puerta del balcón y saltó. Abajo quedó su cuerpo, ya libre. Y arriba, incrédulo, quedó él sabiéndose culpable.

Adán y Eva, 2007

Adán era el hombre perfecto. La envidia de las amigas de su esposa, el padre ideal, el mejor profesional en su campo. Eva era su pasión más intensa, era la razón por la que su perfección alcanzaba cada día cotas más elevadas. Eva era la razón por la que la ternura con sus hijos rozaba la obsesión y la verdadera causa de las enormes atenciones que dedicaba a su esposa. Adán era perfecto y Eva, algo más que su secretaria.

La rutina de K.

K. despierta todos los días a las 6.45. Trabaja de 8 a 17. Se pasa por el supermercado de vuelta del trabajo a casa. Ayuda a su mujer con la cena y los niños.Comprueba el despertador y se acuesta a las 23. Los fines de semana coincide con ella normalmente en la puerta del ascensor y la repulsión que le invade le despierta del letargo de la rutina semanal. Le hieren la viveza de sus ojos a pesar de que las arrugas hayan deformado su rostro, su afable sonrisa y la lentitud de sus gestos amables hacia los vecinos. Mientras le preguntaba por sus hijos y le aconsejaba que tal vez debiera cambiar de trabajo ahora que aún estaba a tiempo porque la vida pasa en un suspiro y solo se vive una vez, K. casi instintivamente pulsa el botón de stop, arroja el contenido de la bolsa del Mercadona para usarla como arma homicida y siente una extraña liberación que empezará a atormentarlo cada vez que se sube en un ascensor o ve una bolsa del Mercadona.

Paraisos de papel

Recortaba durante todo el día. No hacía otra cosa que recortar un papel tras otro, fabricando una inconmensurable cantidad de tiras uniformes: prácticamente iguales las unas a las otras. Usaba unas tijeras de puntas redondeadas, demasiado pequeñas para sus enormes manos, pero manejadas con la precisión de un cirujano: tiras y más tiras uniformes. Ya nadie le interrogaba por la naturaleza de su obsesión, ni los médicos, ni los demás internos. Simplemente le dejaban seguir con su infinita obra. Sólo él, en su loca cordura, veía en cada una de esas miles de tiras un pequeño trozo del paraíso, un paraíso fabricado a base de nubes de papel: millones y millones de tiras uniformes de papel.

Sonrisa muerta

Sonreía el número de segundos que establecía el manual de procedimientos. Mecánicamente preguntaba la comanda que luego tecleaba ágilmente en la registradora. Con una nueva sonrisa cronometrada pedía el pago del servicio y te daba la vuelta en unas monedas que, provenientes de sus blancas manos, parecían más vivas que ella. Un cliente tras otro, la cola avanzaba, acercándome más y más a la chica de la sonrisa muerta. Cuando por fin fue mi turno e inició la salmodia de salutación reglamentada por la empresa, la corté: – Mi reino por una sonrisa tuya de las de verdad. Me miró sorprendida, incrédula. Supongo que le pasó por la cabeza que yo era alguna especie de loco peligroso. Pero, finalmente, sus labios se abrieron levemente y la línea que formaban se curvó señalando hacia unos ojos que sonreían también. Repitió el saludo y me preguntó por mi pedido. No podía desaprovechar la ocasión: "estoy servido", le dije. Y abandoné la cola imaginando su cara de sorpresa.

El último gol

Imaginé la jugada antes de que sucediera. En una especie de flashback hacia delante. Vi el saque de esquina, el balón viniendo hacia el borde del área, a la altura del punto de penalti. Me vi pegandole de volea, con el cuerpo inclinado hacia la izquierda, apenas apoyado con un solo pié. Vi el balón entrando por la escuadra, limpiamente, fuera del alcance del portero. Y resultó tal cual. Por eso lo celebré como un loco, porque había sido el gol de mis sueños y había salido como en mis sueños. Poco me importaba entonces que no sirviera para ganar el partido ni tampoco para salvarnos del descenso. Fue mi obra maestra, mi última obra maestra en competición.

EL INSTANTE PULITZER

¡Ahí viene! ¡ahí viene! No sé qué demonios estoy haciendo… tengo un tanque en mis propias narices viniendo hacia mi y estoy aquí plantado, sin moverme, casi sin respirar… pero no me muevo. Tiene que ser el miedo ¡joder, me he quedado paralizado de miedo! Vaya forma estúpida de morir… en medio de la calle, con las bolsas de la compra y atropellado por un tanque. Espera, espera, espera… no es miedo… no, quizá ni me he dado cuenta pero lo que estoy haciendo lo estoy haciendo porque quiero. Sí, al menos mi subconsciente ha dicho basta. Estos tipos siempre nos dicen cuál debe ser nuestro camino… y si no lo tomamos nos aplastan ¡pues que me aplasten, se acabó! Mierda… y si el tipo que va ahí dentro no percibe mi rebelde dignidad. Al final me espachurrará, seguro. Lo mismo no tiene ni el carné de conducir… no sé yo… mejor me voy quitando porque me está retumbando todo y el bicho ese es gordo de verdad… ¿Eh? ¡leches! ¡Se está parando! ¡se está parando! ¡lo he hecho! ¡lo he conseguido! Ejem… es

La pelota pinchada

Javi le comunicó a su padre, en un lenguaje mitad chino, mitad español, que quería jugar con la pelota pinchada. "Me estoy volviendo duro de oído", pensó el padreque no fue capaz de entenderlo. A la tercera repetición, cuando Javi ya estaba perdiendo la escasa paciencia de sus tres años, entendió lo que quería decir. Así que fue al cajón de los juguetes y sacó de él una pelota pequeña, decorada con los dibujos de Los Lunis. Sin embargo, el niño, parecía no querer jugar. "La pelota pinchada, la pelota pinchada", repetía como un salmo. Así que el padre hizo lo que hubiera hecho cualquier otro padre: pinchó la pelota. Entonces Javi rompió a llorar, desolado ante el destrozo cometido contra uno de sus juguetes favoritos. El padre no entendía nada, hasta que el niño sacó del cajón una pelota naranja, de las usadas para rehabilitación que, efectivamente, tenía apariencia de estar desinflada. Ese día el padre comprendió cuan lejos estaba de su hijo, y Javi aprendió que su

El extraño caso de la berenjena extraviada

– Es muy pequeña, y estará asustada. Señor agente, ¡tiene que encontrarla! El guardia de seguridad se rascó la cabeza, más sorprendido que extrañado y, tras unos segundos de reflexión, decidió no hacer caso a aquel individuo que, seguramente, se había saltado alguna de las dosis requeridas por su medicación. Le prometió al lloroso individuo que la buscaría por todo el establecimiento, que no se preocupara. Y siguió con su ronda por el hipermercado. Ya pensaba que todo había sido una anécdota más cuando recibió una llamada por el walky. Había un tipo en Información montando un espectáculo para que llamaran por megafonía a una berenjena desaparecida. En esta ocasión meditó que el vaso de la paciencia había sido rebosado y echó del establecimiento al tipejo que, llorando desesperado, no paraba de llamar a su berenjena. Aquella noche, después del cierre, escucharon un llanto amargo proveniente de uno de los contenedores de basura. Ordenaron al guardia que se metiera dentro y rebuscara entr

El pobre Tobías

Tobías siempre se había tenido por un ser desgraciado. Más concretamente, por el hombre más desgraciado del mundo. Sin embargo, lo que nunca podía haber sospechado es que su mala suerte llegara tan lejos y de forma tan repentina. Había calculado que ella le diría que no, que no se casaría con él. Casi que lo daba por hecho. Pero Alicia, contra pronóstico, respondió que si. Por primera vez en su vida no podía creer en su suerte. Así que tuvo que preguntarle el porqué. Y, entonces, ella se lo dijo: "tengo cáncer, me quedan apenas tres meses, y no quiero pasar un día más sola en este mundo". El pobre Tobías la quiso lo mejor que supo hasta el final y, mientras su mano perdía el último hálito de fuerza, pensó que en el fondo no era tan desgraciado como había pensado.

Para mejor ocasión

Miraba la pantalla del ordenador, fijamente, con el dedo apoyado en el botón izquierdo del ratón y el puntero sobre el icono de enviar. Una decisión sencilla: callar otra vez o gritar a toda la oficina a través de ese correo la verdad. La verdad de su triste existencia, de sus miedos, de sus odios, de sus recelos, de sus filias y de sus reproches. Una vez más, como cada último viernes de mes, después de ampliar la lista de agravios, se planteaba la misma decisión. Y cada vez, como ésta, lo dejaba para mejor ocasión.

Espacio

[...] 12:03:2072 // > Por fin llegaron las provisiones y la última pieza del panel solar. ¡Y gente! Svenson sugirió que pronto tendré compañía. > Se acaban de ir y ya hay confirmación. Viene un "tovarich". Se quedará 6 meses investigando. Algo es algo. 23:05:2072// > Llegó el "tovarich". Se llama Nicolai Livanov. Y apenas habla mi idioma. Esto va a ser una fiesta… ejem. > Vale. La Federación Soviética es grande. ¡Trae Vodka! Se acaba de convertir en mi mejor amigo. [...] 06:04:2073// > Llevamos meses sin contacto con la Tierra. Las reservas escasean. Livanov está nerviso. 23:05:2073// > He descubierto a Nicolai junto a los controles de soporte vital. No me fio de él. > ¡Qué mierda pasa con la Tierra! Se han olvidado de nosotros los muy cabrones. No sé que hacer. 02:07:2073// > No hay comida. No hay salida. Livanov no habla, no responde. Está perdido. 05:07:2073// > Se acabó. Voy a desconectar esta carcel. Lo siento, Nicolai. Te querré siem

El amante indiscreto

Helena quería a su marido, lo amaba profundamente. Lo había elegido como padre de sus hijos y no se imaginaba el futuro sin él. Pero, al mismo tiempo, no podía evitar sentir una enorme atracción por Álvaro. Era el contrapunto que su imaginación necesitaba: siempre ardiente, siempre solícito con ella, impredecible a veces. Sexo divertido y sin complicaciones, se decía para sí. Pero Álvaro, además, era un conquistador irredento al que le gustaba hacer ostentación de sus presas. Y, a pesar de las advertencias de Helena sobre las consecuencias, Álvaro se empeñaba en cometer pequeños errores totalmente conscientes. Una vez olvidaba la cartera en casa de Helena, otra la telefoneaba cuando sabía que estaba con el marido y en los hoteles se empeñaba en dar el nombre verdadero de ella. Helena odiaba ese peligroso juego, aunque reconocía que era un acicate más para su excitación. Todo fue bien hasta que un día, de improviso, Álvaro le pidió que eligiera entre él y su marido. Era un ultimátum. He

Un paso en las tinieblas

La oferta es atractiva, para qué negarlo. Pero me dan un poco de miedo las contrapartidas y, desde luego, no se si me puedo fiar del todo. La otra parte no tiene muy buena fama. Ya sé que otros muchos antes que yo se han encontrado en esta tesitura, y que algunos aceptaron el trato. Y ese es el problema, que sabiendo cómo acabaron... Me cuesta creer que no haya gato encerrado. Si, también asumo que es posible que haya habido mucha mala prensa y que la opinión pública haya ido intoxicada. Por eso me encuentro ahora considerando seriamente la propuesta. Lo que más me gusta es lo de la juventud eterna, pero lo de firmar con sangre me da repelús. Y, en el fondo, me da miedo pensar que voy a dar un paso en las tinieblas y a mi siempre me ha producido pánico la oscuridad.

Un sorbito de sombras

Para acabar mi alocución haré referencia a los seres míticos que habitaban las noches en la oscura postguerra. Ustedes habrán oído hablar del sacamantecas o del hombre del saco. Estos son conocidos por la mayoría de los niños, dado que han perdido su esencia inicial y se han convertido en un mero instrumento de aleccionamiento utilizada por los padres contra hijos desobedientes. Lo que se olvida con frecuencia es que estos personajes tienen una base real, no son fruto de la imaginación, sino de personas reales que eran especiales y extraños para el resto de los seres. Lo mismo que el roba sombras. Este personaje no ha sobrevivido en las leyendas actuales, pero durante una época aterrorizó a los habitantes de los montes asturianos. Decían que cazaba sombras y que aquellos a los que atacaba terminaban muriendo, al dejar de ser obstáculos para la luz. Ustedes dirán que no es más que un mito, pero sólo aquellos a los que les han extraído un sorbito de sombra saben que lo que digo es cierto

La falsa sirena

En Usuahia, hacía 1975, a modo de entretenimiento en las largas noches invernales, Alfredo Fernández Aguilera y sus amigos imaginaron un mundo de mitos australes en el que cobraban vida sirenas, tritones y monstruos oceánicos y en el que los hombres apenas eran más que marionetas. Algunos de los mitos fundacionales de ese mundo los escribieron en un cuaderno; no sabemos a ciencia cierta si de la mano del propio Alfredo o de alguno de sus imaginativos amigos. En cualquier caso, lo destacable es que con el tiempo una de las hojas de ese cuaderno vino a parar a mis manos, en la misma época en la que algunos marinos notificaron el avistamiento de una mujer nadando en las inmediaciones del puerto. Aquel papel y aquellas historias fructificaron en un reportaje-ficción para el períodico local. A raiz de su publicación, algunos lectores poco avispados se dedicaron durante días a la caza de la sirena. Justo hasta que una mañana de abril de 1986 el Pampero II llegó al puerto con el cuerpo de una

Punto de fuga

Mi mirada sigue la trayectoria imaginaria que separa tus pasos de mi. Quiero gritarte que no huyas, que no me dejes. Pero mi cerebro se enreda en buscar sentido a la perspectiva de lo que ven mis ojos. Así que en vez de rogarte que vuelvas, quedo absorto comtemplando el momento en el que tu cabeza oculta el punto de fuga.

Cita a las tres

Son las dos y media. En treinta minutos mi vida podría dar un giro. Me miro al espejo y mis 24 años rebosan seguridad y atractivo: no puedo fracasar. Por el camino me asaltan las dudas, ¿y si no estoy a la altura? ¿Y si no soy lo que ella espera? Apenas hemos cruzado unos cuantos correos electrónicos y en ellos no he podido lucirme; soy más convincente de palabra que por escrito. Me mira desde detrás de la mesa. Sus ojos asoman por encima de la montura de las gafas y la mueca de su boca, entre sonriente y formal me intimida. Respondo con la mejor de mis sonrisas ensayadas y ella me pide que tome asiento mientras revisa los resultados de mi psicotécnico. – Ya veo. Experiencia, no tiene, ¿verdad?

El regalo

Lo esperó durante todo el día. Había buscado disimuladamente por los rincones habituales y no había encontrado nada, por lo que pensó que él había aprendido por fin a esconder bien los regalos. Y no le dio importancia. A la hora del almuerzo ni siquiera hizo algún comentario al respecto. En esta ocasión ella pensó que él estaba jugando a mantener la intriga hasta el final. Así que tampoco le dio importancia. Tras la jornada de trabajo salieron a cenar con unos amigos, pero no hubo ni cumpleaños feliz, ni tarta, ni regalo. Por un momento pensó que se le había olvidado, pero apartó rápidamente ese pensamiento de su mente y quiso creer que el regalo lo recibiría en casa, una vez a solas los dos. Pero cuando apagó la luz y le posó un beso en la frente finalmente se dio cuenta de que, efectivamente, se le había pasado. Entre sollozos silenciosos, Alma pensó que, seguramente, pronto la sorprendería con alguna maravilla, riéndose de su impaciencia, tal vez un viaje de fin de semana a algún lu

Guantánamo

El suero entró en mis venas acompañado de una horrible sensación de calor. Notaba claramente fluir el líquido azul por mis entrañas, abriéndose paso hasta el corazón, dejándome dolorido y adormecido por igual. Poco a poco mis sentidos se fueron embotando hasta que los ruidos comenzaron a sonarme huecos y dotados de un eco pirenaico. Mis ojos luchaban por seguir abiertos, pero el líquido teñía de añil los objetos y me ponía pesas en los párpados. Cuando ya no pude mantenerlos abiertos supe que estaba en sus manos.

El primero de los muertos

Le conocí en el colegio. Llamaba la atención por la estatura y el tono amarillento de su pelo. Era un buen deportista y un bromista especialmente dotado. Sin embargo, lo más llamativo de su persona era la respuesta que siempre daba cuando le preguntaban por su futura profesión: ser el primero en morir en alguna batalla. A nadie le extrañó que quisiera ir a la Academia Militar de Zaragoza y que gastara dos años de su vida en una escuela preparatoria. Al principio aún coincidíamos en época de vacaciones y nos veíamos al menos dos o tres veces al año. Entonces yo me solía reír de sus antiguas aspiraciones y le decía que las guerras ya sólo se producían lejos y que no tendría oportunidad de ponerse a prueba, ya que el ejército español era tan pobre que no tenía para pagar los pasajes. Entonces vinieron las Guerras de los Balcanes, las intervenciones en Afganistán, Irak y Líbano. En todas ellas estuvo presente y en todas ellas tuvo oportunidad de poner a prueba sus aspiraciones. El tiempo n

El francotirador

Lleva horas apostado en la posición. Apenas se mueve, casi es imperceptible su respiración. Sabe que hoy va a matar y que es posible que le maten. Sabe que si sale vivo, más pronto que tarde volverá a estar escondido en cualquier rincón del mundo acechando a una nueva víctima. Hasta este preciso momento no ha fallado nunca y sólo en una ocasión ha estado a punto de ser derribado. No sabe cómo, pero ha sido capaz de construir un muro entre él y los demás, de forma que lo que pasa a su alrededor apenas le importa. Y mucho menos la muerte de algún enemigo de la patria. Nada que perder, así le llaman los compañeros. Y tienen razón. De la casa salen varios hombres, son guardaespaldas. Rodean a su hombre, que avanza agachado hacia un todoterreno negro. Sabe que va a ser difícil, sólo dispondrá de unas décimas de segundo, si tiene suerte. Pero el objetivo no asoma en ningún momento. Piensa en disparar a alguno de los agentes y luego buscar una oportunidad, pero es demasiado arriesgado y si no

La base de nuestra sociedad

Antes de él, sólo unos pocos tenían acceso al conocimiento, pero para lograrlo debían encerrarse en las bibliotecas de oscuros cenobios. Luego aparecieron centros especializados, pero no todo el mundo podía entrar en ellos. Afortunadamente, él vino al mundo hace dos siglos y todo cambió. La gente podía llegar a cualquier secreto del saber, por recóndito que fuera. Al principio hubo otros como él pero finalmente los demás desaparecieron o, en el mejor de los casos, simplemente fueron olvidados. Ya casi nadie vive al margen de su sombra. Uno queda con sus amigos gracias a él, los matrimonios se conocen gracias a él y legalmente nadie es persona hasta que se apunta en él. Google es la base de nuestra sociedad.

Mal de altura

Desde Sucre, la carretera subía casi 2.000 metros hasta Potosí. En el todo terreno que la Universidad Simón Bolívar había puesto a su disposición viajaban ellos y sus problemas. Habían pospuesto una amarga discusión para después del viaje, pero los silencios comenzaban a ser más dolorosos que la propia discusión. Habían adormecido sus sentimientos a base de mate de coca, pero durante el lento transcurrir de esos kilómetros de ascensión, la forzada conversación que a toda costa intentaba comenzar el chófer, terminó por enfrentarles a la realidad. No se reconocían el uno al otro. Ya no eran los mismos que quisieron vivir siempre juntos. Esos habían desaparecido por el camino de la vida. Él finalmente le dijo: "quédate con la casa, ya la tenemos pagada". Ella asintió. Cuando llegaron por fin a las puertas de la Casa de la moneda de Potosí, el vehículo paró y ambos sintieron sus piernas pesadas y los latidos más lentos. El chófer les indicó que era normal, que era un efecto del m

Espero

Espero sentado en la plaza artificiosa del centro comercial que ella salga de la peluquería. Siento a la gente moverse a través de la cargada atmósfera, demasiado cálida, demasiado densa para ser real. Lo hacen pesadamente, pero no se dan cuenta de ello. El calor expelido por las salidas de aire acondicionado se mezcla con el calor residual de las máquinas y de los seres, y todo ello compone una neblina invisible que sólo es detectable por unos pocos como yo. De pronto ella regresa a mi lado y vuelve a guiarme por los poblados pasillos hasta el silencio parcial de nuestro coche, en el que vuelvo a sentirme realmente ciego, embotados los sentidos por el olor a pino falso.

El último viaje

Eran diez, y eran nueve. Nueve los años que llevaban viajando juntos, y diez el número de amigos. Cinco parejas que se conocían de antiguo y que durante tres o cuatro días al año recorrían juntos unos cientos de kilómetros por el mundo. Con el paso del tiempo habían ido forjando una confianza que llegaba a su máximo anual durante aquellos viajes. Pero ese año era distinto, sería el último. No lo habían previsto así pero a veces el destino teje carambolas imposibles. Un cruce de miradas fugaz, una sospecha fulminante y un par de silencios culpables convirtieron aquellos felices días en una espera insufrible en la que las fotos retrataban mentiras.

El puente

Entre O Grove y La Toja, entre el lujo artificial y la pose turística, el puente siempre ha acercado dos mundos que se atraen al tiempo que se desprecian. En medio del puente, entre la seguridad de los suyos y la felicidad improbable de un amor imposible, Álvaro se jugaba su destino a cara o cruz.

El otro

Pasó sin que apenas nadie se diera cuenta, sin prisa ni ruido. No sabría decir si comenzó en el baño o en el espejo del armario del dormitorio. Pero de lo que sí estoy seguro es de que el primer indicio fueron sus ojos. Lo intuí casi antes de elevar la mirada y encontrarla con la suya: algo definitivamente andaba mal. Sus ojos, que eran mis ojos, no reflejaban mi endémica tristeza. Eran frios, terribles, desalmados. Luego fue peor. Empezó a mirarme primero con desdén, más tarde con resentimiento y, finalmente, me arrojaba un inmenso desprecio desde el otro lado de mi mismo. Llegó a ser insoportable su presencia. Acabé con todos los espejos de la casa, pero él seguía ahí, en cada escaparate, en cada superfie metálica, implacable. Hace tres años que la medicación lo mantiene alejado de mi, pero sé que tan sólo espera el menor descuido para volver a anularme, para lanzarme esas palabras que me llevaron a este precipio: "no te reconozco".

Paracetamol para el amor

Abrió los ojos frustrada. Un terrible dolor de cabeza le golpeaba las sienes rítmicamente y él ni siquiera la miraba. Le vio levantarse y sintió que la distancia entre ellos era mucho más grande que el metro ochenta de la cama. Quiso decirle algo, pero ella no solía hablar de esas cosas; un sentimiento de vergüenza incrustado en su corazón durante la infancia se lo impedía. Mientras él se lavaba los dientes ella pensó que a lo mejor una caricia o un beso robado le serviría para cerrar un poco el abismo que se abría entre ellos. Pero el dolor de cabeza era superior a cualquier otra cosa y, como cada mañana, se fue a la cocina a tomarse un comprimido de paracetamol con leche caliente.

Los recordatorios de comunión

La abuela había dejado de recordar su vida. Ahora, preguntaba quién era aquella mujer que se asomaba a sus ojos desde el otro lado del espejo. Sus hijos ni siquiera habían nacido y se pasaba el día hablando a gritos con su abuelita. Durante unos años continuó en su casa, acompañada de diversas personas que se encargaban de que no le pasara nada. Pero la enfermedad había avanzado tanto que precisaba cuidados especializados, y la diferida decisión de ingresarla en una residencia fue finalmente tomada. El día que habían planeado el traslado, la abuela amaneció aparentemente como siempre, llamando a gritos a su abuelita porque el médico Don Tomás estaba de camino. A su alrededor, todos colaboraban en preparar el equipaje, guardando ropas y medicinas. Pero, cuando estaban a punto de abandonar la casa, la abuela comenzó a llorar y a pedir que abrieran el cajón de la cómoda. Allí estaban, debidamente ordenados, los recordatorios de primera comunión de todos sus nietos.

El cobarde

He dado un paso más esta tarde hacia el abismo de la soledad. Ella me ha preguntado por los retrasos y los olvidos de los últimos tiempos y yo le he mentido. Y me he mostrado indignado y molesto. Así que, finalmente, ha dejado de tener dudas. Y yo sé que cada momento que pasa está más cerca su definitivo adiós. Me siento aliviado: será ella quien abandone el barco.

El Universo se encoje

Nadie me cree. Todos piensan que el Universo está en plena expansión, que la energía poco a poco se irá perdiendo y que un frío intenso y eterno se apoderará de todo. Pero no es verdad, no puede serlo. Cierro los ojos y me elevo sobre mi cuerpo, sobre mi casa y mi ciudad. Y sigo subiendo hasta el momento en el que ya no hay arriba y abajo, sólo distancias que puedo cubrir en el tiempo de un sueño dulce. Y esferas estériles o incandescentes que se distribuyen por el espacio. Cada vez que realizo mi pequeño paseo espacial, soy capaz de llegar más lejos, sin ir más rápido, ergo, el Universo se encoje.

La maleta viajera

Decenas de personas pasan por su lado cada día. Hoy está en Almería, pero hace un mes estaba en Barcelona, y antes pasó por Madrid. Hace como 90 años estaba en La Habana. Y, antes, permaneció en una tienda asturiana más de cinco años esperando que un viajero improbable la comprara. Su vocación era la de ir con  artistas, turistas o, en el peor de los casos, con algún hombre de negocios. Sin embargo, terminó en manos de un hombre sin nombre que marchó a hacer las américas cargado con los sueños de todos los suyos. En Cuba apenas salió de La Habana, tan sólo una vez, para un viaje ocasional en el que por primera vez montó en automóvil. Allí permaneció 10 años. Regresó en un camarote de primera, acompañada de maletas lujosas. El retorno fue definitivo, ya nunca volvió a salir y quedó amontonada en el desván de una casa de indianos hasta que alguien se dio cuenta de que podía servir para contar una historia que era a la vez la historia de muchos. Desde ese día viaja por toda España, enseñá

El teclado

Los golpes rítmicos de las teclas rompían el silencio de la noche. De vez en cuando, el ventilador de la CPU se unía al monocorde sonido del teclado. Desde hacía años venía usando uno de IBM, poseedor de un sonido metálico que le chiflaba por la robustez y el click inimitable. Solía decir que su teclado era como el motor de las Harley , bello y característico hasta en el ruido. Incansablemente llevaba más de cuatro horas delante del monitor, sin apenas levantar la vista de sus manos, y dejando para más tarde la revisión de los errores de pulsación que sabía estaba cometiendo. Simplemente no tenía tiempo para adornarse demasiado. Su cabeza acababa de alumbrar el próximo premio Planeta y no podía perder el hilo de la narración. Seguiría escribiendo hasta finalizar las 150 páginas que calculó duraría, unas 20 de introducción de los personajes y el resto para contar la historia de un hombre que, obsesionado por el sonido de su teclado, se pasaba las horas delante del ordenador componiendo

El diluvio

Atrapada tras un muro de agua, la ciudad permaneció varios días dormida. Las gentes se protegían del nuevo diluvio atrincherándose en casa, y sólo se veían por las calles coches de bomberos y aquellos incautos que habían agotado ya los víveres tras tres días de encierro. Por las radios el mensaje era de tranquilidad, se pedía a los ciudadanos que no salieran de casa si no era estrictamente necesario, y se rogaba que no colapsaran las centralitas de los centros de emergencias de la ciudad. Al cuarto día comenzaron los desalojos, primero de los pisos bajos y garajes, luego de edificios más altos cuyas estructuras comenzaron a resentirse. Al mismo tiempo comenzaron a verse los primeros locos de las aguas, personas que deambulaban por las calles, sin importarles ya mojarse, en busca de comida. Pronto algunos de estos locos se organizaron en bandas de pillaje y para cuando cesó el diluvio, después de dos semanas, la ciudad estaba en sus manos y ya nada volvió a ser como antes.

La lágrima

Apartó lo ojos del microscopio, se limpió el sudor de la frente con un pañuelo de papel de la caja que siempre tenía al lado de su puesto de observación. Miró de reojo hacia su derecha, al lugar en el que ella solía estar esperando para devolverle una sonrisa. Pero ella ya no estaba. No había sobrevivido a los recortes en la subvención, por ser el eslabón más débil de la cadena, y tuvo que ser él quién le anunció la decisión. Ahora debía estar durmiendo, esperando comenzar su nuevo trabajo al otro lado del Atlántico. De improviso, una lágrima rodó por la zona izquierda de su rostro y fue a caer en la solución salina que estaba estudiando. Sabía que la muestra estaba arruinada pero, con todo, sometió a observación el compuesto. Ante sus alucinados ojos, las moribundas criaturas microscópicas que esperaba encontrar, se habían convertido en un enjambre creciente de seres que se movían a gran velocidad en el espacio minúsculo de su visor.

Mirar al que mira

Se pasaba las horas asomado a la ventana, observando los retazos de historias que se producían en el espacio que su mortecina visión le permitía alcanzar. Diariamente había ido aumentando el tiempo que pasaba mirando sus novelas reales, como les llamaba. Conocía a los viandantes habituales, el horario de los sometidos a las rutinas de los trabajos y hasta a los niños que a diario atormentaban la siesta de los vecinos con sus juegos. Un día comenzó a imaginar el antes y el después de lo que pasaba ante su ventana y, al poco, se lanzó a escribirlo. De resultas, apenas dormía: miraba de día y escribía de noche. Ella llamó a su puerta un jueves y sin presentarse le pidió que la acompañara a la calle. Pero a él no le pareció seguro ir con aquella especie de loca. Y le cerró la puerta. Desde la escalera, gritando para que la oyera, le dijo: "¿No es mejor vivir la propia vida que gastarla espiando la de los demás?

Instantes ajenos

A través del cristal, como siempre, veía pasar las horas. Desde que se había jubilado su vida transcurría lentamente, sin más variedad que la aportada por los transeúntes en la calle. Aquella ventana se había transformado en su canal de pago particular. Ante sus ojos, gentes ajetreadas paseaba un instante de sus vidas. A veces, alguien se paraba un momento y entones le daba tiempo a deducir algo de su aspecto: aquella está amargada, ese tiene problemas de dinero, aquel está esperando, ... Su vida se había transformado en un movimiento continuo de instantes que en realidad no le pertenecían y de los que ya no podía prescindir.

La vida triste

Se había leído todo lo de Isabel Allende y había construido para sí una imagen del mundo muy especial, una mezcla de magia, amor y amor mágico a partes iguales. Sin embargo, dado que nunca le pasaba nada parecido a lo que leía en las novelas, concluyó que el mundo no era lo suficientemente romántico para mujeres como ella o Allende. De esa idea finalmente nació una obsesión, consistente en querer conocer a la escritora, contarle su vida y que ésta la novelara, aderezándola con sus selvas y sus magias. Cada año acudía, por tanto, como si de una peregrinación se tratara, a la feria del libro con el ejemplar editado para la ocasión, en busca de la firma de la autora y de una oportunidad para contarle su vida. Una oportunidad que nunca encontró, pero que logró, a fuerza de repetirse la escena cada año, que la escritora recabase en ella y que, finalmente, en 2006 terminara por recordar su nombre paa la dedicatoria. Apenas hizo falta nada más, ni siquiera que hablaran como dos viejas amigas

Tormenta en la selva

Mira a su izquierda, cree ver en medio de la cortina de agua que cae una ventana entreabierta. Alguien, una mujer quizá, está asomada y parece mirar en su dirección. Un poco más al fondo, en la misma calle, un hombre aprieta el paso, convencido de la incapacidad de su paraguas para frenar tan gigantesco aguacero. Ella está en la esquina, iluminada por una triste farola, una auténtica reliquia del pasado, el agua rebota contra su chubasquero y entonces recuerda otras lluvias, aguas tropicales que calan como esta y que marcan el ritmo de los días, allí en su antigua patria. Recuerda entonces las historias de su abuela y, mecánicamente, sus brazos se elevan mientras sus labios musitan una antigua plegaria a la Pachamama.

Sueños que descarrilan

Una manta compasiva vino a calmar el intenso frío que sentía en aquel momento. Aterido, sin apenas fuerzas para sostenerse en pié, abiertos los ojos hasta lo imposible, veía como aquellos hombres y mujeres se movían con rapidez entre ellos, ofreciéndoles bebidas y las mantas salvadoras. Había dejado por el camino todos sus ahorros, a sus padres y hasta a un amigo que fue incapaz de aguantar el viaje. Tuvo que proteger su cadáver de la rapiña de los demás y logró echarlo por la borda antes de que lo despojaran de sus ropas. Poco a poco su cuerpo iba entrando en calor, lo que le permitió concentrarse un poco en su situación: solo, con apenas un hatillo de ropa, un descolorido número de teléfono en el pantalón y con el tren de sus sueños a punto de descarrilar entre las manos de aquellos hombres vestidos de verde.

La tormenta en la ciudad

En apenas unos minutos, la tormenta que sonaba lejana descarga su carga de agua y electricidad sobre el centro de la ciudad. En una ventana, apenas entreabierta, una mujer sostiene un cigarrillo urgente entre los dedos, y entre calada y calada, protege su dosis de nicotina de la lluvia tapándola con el brazo. Mientras, abajo, en la calle, un hombre lucha por meterse bajo un paraguas minúsculo, claramente insuficiente para sus amplias espaldas. Y, en la esquina, una persona joven, o de constitución fina, envuelta en un chubasquero asexuado, levanta los brazos mirando al cielo, como si esperara algo, ¿un rayo quizás?

El pirata

De un salto se colocó sobre la regala del barco abordado. Los hombres que había a su alrededor, pronto convertidos en carne sin aliento, le conocían y le temían hasta el punto de no ser capaces de reaccionar: se daban por muertos antes de comenzar a luchar. Su leyenda de crueldad y sadismo crecía por el Caribe mucho más deprisa de lo que lo hacían sus presas. Tan sólo tres años antes vegetaba en su tierra natal, Vera, capeando los temporales del destino con la herencia de sus padres. Pero una razia de corsarios berberiscos le había convertido, primero, en un esclavo y, después en un hombre sin Dios. Algunos de sus hombres y la mayoría de sus enemigos pensaban que había pactado con el Diablo, sólo así se explicaban sus continuos éxitos en tan concurridas y peligrosas aguas. Lo único cierto es que su espada atravesaba pechos, rebanaba gargantas y cortaba manos con la velocidad del rayo, sembrando un rastro de sangre a su alrededor.

Uno de los 100

Partió siendo un niño, con su padre, en busca de la ciudad de los inmortales. Tardó 20 años en encontrarla y, por el camino, perdió toda conexión sentimental con su pasado y con su tierra. Por eso no dudó en alistarse en el ejército de los 100 . Durante siglos guerreó al lado de los hombres más valientes de los que la historia tuvo noticia, hombres que no tenían miedo a la muerte porque no podían morir. Sin embargo, un día, su brazo no pudo seguir alzando la espada, porque su mente se había anclado en un recodo del Nilo, en la mirada de una joven de piel brillante. Esos ojos le siguieron hasta Alejandría y, desde allí, hasta Roma, atravesaron con él la Galia y se apostaron a la orilla del Rin. No la olvidó, no podía. Y cuando quiso regresar a aquel lugar, encontró una mujer vieja, que miraba con la misma dulzura, pero que esperaba la muerte antes que a un amor perdido. Entonces volvió buscar, con más empeño que antes, un lugar, un arma, un enemigo que le librara de su maldición eterna

El testamento

En tiempos antiguos los antepasados adoraban a la Diosa Tierra y al Dios Sol y era suficiente. Su amor y el respeto que los hombres les tenían hacían que año tras año naciera la lluvia y nuestros campos brotaran con las doradas espigas. Sin embargo, ahora, el respeto a los dioses se ha perdido, los hemos olvidado para dar cabida a otros, mucho más parecidos a los hombres, unos dioses que han ocupado el sitio de los espíritus pimigenios y que han sepultado su recuerdo. Escúchame bien, hijo, esos dioses no son los nuestros, los trajeron los invasores y algunos de nosotros traicionaron la memoria de los antepasados para así medrar ante los nuevos amos. Hijo, mientras te quede una pizca de vida en los labios, pregona esta verdad entre los nuestros: que oren a los dioses de los antepasados o no volverá la lluvia.

El campeón

Apenas podía ver nada, la sangre de la ceja abierta se mezclaba con el sudor y le dejaba un sabor amargo en la comisura de los labios. La respiración era un doloroso ejercicio y alguna costilla debía estar destrozada. Cuando el otro cuerpo calló pesadamente sobre la lona todo pareció desvanecerse: la rabia, la atenazante tensión y un instinto extraño a medio camino entre la supervivencia y el homicidio. Le alzaron el brazo y un coro de gritos y flashes se alzó a su alrededor.Había ganado. Otra vez. Y sin embargo, todavía tenía esa intensa sensación en alguna parte de su alma de que todo estaba ya irremediablemente perdido.

Invasión

Durante años hicimos caso omiso de los científicos que nos avisaban del peligro. La mayoría del mundo los tomaba por apocalípticos aguafiestas, seres ansiosos y exagerados en busca de sus dos minutos de gloria en la televisión. Luego, cuando los cambios comenzaron a producirse no quisimos darnos cuenta y los atribuimos a jugadas del destino o al designio divino. Pero ahora, cuando todo está perdido, cuando es evidente que la mayor parte de las ciudades están abandonadas, cuando las riadas de desplazados inundan los campos, cuando miles de personas mueren a causa de los ataques, es cuando nos damos cuenta de que, verdaderamente, las ratas no eran nuestras compañeras de viaje en la civilización, sino un auténtico cuerpo de asalto que, gracias a miles de derrotas, ha aprendido a combatirnos y a vencernos.

El asesino de sueños

Desde hace años tengo una rara afición que nace de una curiosa capacidad aún más rara. Por las noches me paseo por las calles de la ciudad, parándome junto a las ventanas más próximas a la calle. Desde allí intento captar los sueños de los durmientes. Cuando ese sueño es feliz, lo que suele coincidir con imágenes en color, entonces me introduzco en él y voy modificando los componentes hasta convertirlos en pesadillas horribles. Mis preferidos son los sueños de amor y sexo, en los que ella o él (según sea el objeto del deseo) terminan convertidos en monstruos devoradores que, en lugar de llevarte hasta el orgasmo, te llevan al borde de la misma muerte. Luego, de camino a casa, me imagino a mis desconocidos durmientes desconcertados e inseguros de sus sentimientos. Entonces soy feliz.

Sobrevivir a mis libros

Soñar... A través de las paginas abiertas de un libro cualquiera, a través de las palabras hilvanadas por manos extrañas, desconocidas y a la vez cercanas. Volar en el espacio y el tiempo sin necesidad de traspasar los límites de la física, dejarse llevar por las historias narradas por otros sólo para mi. Obtener los conocimientos que genios y no tan genios han dejado grabados para dejar constancia infinita de su sabiduría. Esos son los ejes que mueven mi vida y, mi único deseo, que ellos me sobrevivan para no sufrir con la visión de verlos amarillear o, peor aún, devorados por la humedad o los gusanos.

La falsa impostora

De pronto se vio en todos los telediarios. Su rostro acaparaba las portadas de los periódicos y su imagen de heroína, de mujer fuerte, de ejemplo para la sociedad, se vino abajo con la misma presteza que cayeron las Torres en las que edificó su leyenda. Alicia, sentada en su cuarto de baño, el rostro arrasado por las lágrimas, lloraba por la incomprensión del mundo. Ella no había estado aquel día en el World Trade Center, ella no había vivido realmente aquella pesadilla. Pero, en sus delirios, en sus sueños, había perdido a su novio, su trabajo y sus amigos. Había corrido entre la gente cubierta de cenizas blancas y había sentido cómo le arrancaban el corazón cuando revisó la lista de muertos. Al fin, ella se había refugiado en la ayuda a las otras víctimas. Allí sentada, encogida sobre sí misma, se dio cuenta de que el mundo la odiaba con la misma intensidad con la que meses antes la amaba, y entonces imaginó que alguien, en alguna misteriosa agencia gubernamental había inventado tod

La señal

Desde 1963 el pequeño cuarto donde se amontonaban las máquinas del SETI en el radiotelescopio de Arecibo había sido casi su hogar. En los años de su larga carrera desentrañado las señales provenientes del espacio había visto pasar a tanta gente que no era capaz de recordar los nombres de casi ninguno. Había visto como, poco a poco, el dinero destinado al programa de búsqueda de vida inteligente se habían reducido a una cantidad meramente testimonial y los ordenadores de su alrededor se quedaban obsoletos en una lenta agonía de parches y actualizaciones. Como él mismo. Dos días más y una mísera jubilación acabarían de una vez con su persecución de lo imposible, con una búsqueda sin entusiasmo ya, que lo había apartado de la gloria científica y, posiblemente, de una vida real más allá del reflejo de un monitor de fósforo verde. Así que en el momento exacto en el que esa señal cobró fuerza en su pantalla, en el instante en el que el futuro de la humanidad se concentró en un esquivo pixel

El diario secreto

Durante años le había visto garabatear cada noche en aquel libro de notas en el que no le dejaba mirar. Tras la ceremonia diaria de transcribir sus secretos pensamientos, procedía con el mayor cuidado, a guardar el libro en un cajón con llave. En alguna ocasión buscó por encima la llavecita, pero nunca fue capaz de encontrar el escondite secreto. En esas ocasiones, le solía retraer una cierta sensación de culpa, un pensamiento que le coartaba y le hacía sentirse mal. En los últimos días de su enfermedad estaba tan atento a sus más mínimos deseos que olvidó completamente el asunto del libro. Pero ahora, entre los papeles del seguro, apareció la llave. Pensó que era una forma de darle permiso desde la tumba para leer aquellas páginas que con tanto mimo trataba. Abrió las tapas del volumen y comenzó a leer la diminuta letra. Cuando horas después las cerró, sabía mucho más de lo que nunca hubiera querido saber.

Dédalo

Las bibliotecas son un universo particular, con sus propias reglas, mitos y héroes. Son lugares dónde prácticamente nada ocurre y sin embargo todo pasa. La mía, la biblioteca pública dónde pasaba las horas muertas engañándome a mí mismo y permutando con una naturalidad pasmosa los apuntes de Derecho Canónico por los cómics europeos del final de la estantería, era un auténtico dédalo. Quizás mi Minotauro no tuviera una apariencia poderosa, quizás sólo pareciese un funcionario con ojos de topo y la barbilla hundida. Pero encontrarlo agazapado tras una esquina, esperando el momento preciso en el que colocabas un libro en un estante incorrecto para caer furibundo sobre ti transmutándose en bestia era absolutamente terrorífico. Y puede que mi Aridana fuese tan sólo la chica rubia y absurdamente degalda que siempre se entretenía entre las guías de viaje, acariciando los lomos de aquellos libros que hablaban de lugares donde nunca estaría, pero el sutil rastro de su perfume era el hilo que m

La batalla de Tao

Tao Tching , hijo de un agricultor, nieto de un agricultor, biznieto de un agricultor sin tierras, estaba a punto de ver colmados los sueños de todos sus antepasados. Al frente de un cuerpo de ejército del emperador, tras múltiples años de preparación, tras haber vencido todos los inconvenientes que encontró en su ascenso social, allí estaba. El sol apenas comenzaba a apuntar detrás de las redondeadas colinas, cuando el general dio la orden de ataque. Sus hombre formaban parte de la avanzadilla y debían ser los primeros en atacar el frente mongol. Debían, por todos los medios abrir una brecha en las filas de los temibles hombres de la estepa y envolver su ala izquierda. Tao miró los rostros de sus hombres y vio el miedo reflejado en ellos, en todos y cada uno. Y supo que su guerra estaba perdida. Aún así o, mejor aún, por ello, lanzó a los suyos con la determinación de la desesperanza. Antes de que el sol hubiera alcanzado el cénit, China era parte del imperio Mongol y el rastro de la

La pareja imposible

Ana y Raul eran, a todas luces, personalidades incompatibles. El uno, religioso, conservador, de ideas fijas y poco dado a las algaradas sentimentales. La otra, una inconformista ejemplar, revolucionaria en las ideas y profundamente anticlerical. Sin embargo, contra todo pronóstico, acabaron casándose. Entre los amigos de la pandilla hicimos una porra para apostar sobre la duración de lo que todos considerábamos un matrimonio abocado al fracaso. Desde el primer día, las discusiones y las trifulcas entre ambos fueron de dimensiones legendarias. Andaban en boca de los vecinos y en cualquier momento eran capaces de convertir una tranquila reunión de amigos en un tremendo campo de batalla en el que los demás nos veíamos forzados a tomar partido por alguno de los bandos. A la larga, ese comportamiento nos fue apartando de ellos; nadie los quería llamar para así evitar situaciones incómodas. Poco a poco abandonaron su vida social, enfrascados en una guerra de guerrillas sin cuartel. Sólo una

Comer por comer

El recuerdo primero que me viene al oír el nombre de Antonio Picardo es el de un gordo, el gordo de la clase, un tipo simpático que gustaba de contar chistes en los recreos, los cuales apuntaba afanosamente en una libreta que al efecto siempre llevaba consigo. Su otra gran afición, por supuesto, era la comida. Picardo lo pasaba mal en clase de educación física, en la que siempre tenía problemas para completar los ejercicios que nos encomendaban, sobre todo si estos incluían algún tipo de flexión a la altura de la cintura. Nosotros, con la maldad inocente de la infancia solíamos comentar que no se había vuelto a ver los pies desde el día que nació. Hoy he visto su nombre en una esquela. Mientras hacía el repaso diario de los periódicos, con parada inexcusable en las esquelas (hay que estar a bien con los clientes en los momentos de tristeza y hay que saber si se nos ha muerto algún deudor), mis ojos repararon en las letras que anunciaban el deceso de aquel querido compañero. Y cuando he

El triunfador

Adolfo Hernández siempre había sido el mejor deportista de la promoción. Con él, nuestros equipos escolares de baloncesto, voley y fútbol habían llegado al menos hasta las finales regionales. Cuando se trataba de hacer los equipos, nunca le dejábamos ser uno de los capitanes, para que así fuera la moneda la que decidiera quién se lo quedaba. Era un ganador que llevaba sus victorias más allá de las canchas, triunfando también en el patio del colegio de monjas al que íbamos a pescar los de los salesianos los viernes al salir de clase. Por eso me extrañó verle allí, de controlador del tráfico en la frontera. Maqueado con un traje pasado de moda, esperaba a las orondas señoras que ocultaban bajo las faldas los cartones de tabaco venidos de Gibraltar. Se había convertido en un simple traficante, o lo que era peor en el mandado de algún traficante de mucha menor valía. Al poco de estar mirándolo, Adolfo se percató de la vigilancia y se dirigió con paso firme hacia mi. De pronto recordé su fu

Ofuscado o muerto

No veo nada. Tampoco creo sentir nada: no huelo, ni escucho, ni palpo nada. No soy consciente de mi cuerpo, sólo de mi pensamiento. Es una sensación extraña, pero sé que si puedo pensar entonces es que existo. Y si existo es que estoy vivo. Pero si estoy vivo y no siento nada es porque sueño, o bien mi cerebro ha dejado de recibir estímulos. Creo recordar una curva y gravilla en el asfalto, la moto perdiendo el control y yo saliendo despedido contra la mediana. ¿Estaré muerto? Lo mismo soy un espíritu, aunque nunca he creído que pueda haber nada más allá de la muerte. Pero, ¿y si soy un reducto de energía de lo que fui cuando estaba vivo? La energía no piensa. No, no puede ser. Debo estar vivo y, por causa del golpe, sólo mi cerebro funciona. Seguramente estoy en una cama de hospital con mi familia alrededor. Seguro. Sí, es eso, estoy en un estado entre el coma y la consciencia y en algún momento despertaré y podré continuar con mi vida. Quiero despertar, lo intento con todas mis fuerz

Tragedia en 4 actos

1. La he dejado. Me he armado de valor y le he dicho que me voy, que nuestra vida en común es una farsa desde el primer día; que me casé por mis padres y por los amigos que ya estaban invitados. Quiero volver a sentirme libre como antes y por mucho que me lo suplique, por mucho que llore, no pienso volver. 2. La he denunciado. Me he ido la comisaría y le he puesto una denuncia por agresión. No quiero que se quede con la casa y de esta forma la obligo a negociar. Aunque dice que la vendamos, no me fío de ella. 3. Me ha dicho que la deje en paz, que me vaya de verdad, que deje de perseguirla. Pero es ella la que me persigue, es ella la que se mete en mis sueños y no me deja dormir desde el mismo momento en el que me abandonó. 4. Al fin se acabó todo. Ya no volverá a perturbar mi vida. La he desterrado para siempre de mi mundo, de la única forma posible. Se lo merecía.

La Iglesia futura

El Profeta decía que una hoja en blanco era como una mujer sin útero, que más valía un hombre que supiera escribir los signos sagrados que un hombre dueño de muchas tierras. Él nos enseñó que destruir el conocimiento, aunque éste sea erróneo, es el peor de los pecados, por eso las antiguas bibliotecas se convirtieron en los primeros templos de nuestra Iglesia. El profeta quería que la antigua magia de las palabras fuera revelada al pueblo, por eso fundó las escuelas de las letras, en las que cientos de jóvenes se iniciaron en el sacerdocio de los libros. Hoy, 200 años después de su muerte, nuestra Iglesia es la más extendida, nuestros iniciados conocen los secretos de las medicinas, de la electricidad y de la propia historia, esa peligrosa disciplina que tanto mal hizo a la humanidad. Nuestros templos son poderosos y muchos hombres acaudalados se han sumado a nuestras filas para lograr tener acceso a nuestros conocimientos, haciéndonos aún más poderosos. ¡Loados sean los libros antiguo

El barco de papel

He tenido que lidiar con muchos locos a lo largo de mi vida. Sí, ya sé que no es propio de un psiquiatra hablar de locos en general, sin distinguir entre las diversas razones que conducen a la sinrazón que es siempre la locura. Decía que he tenido que lidiar con muchos enfermos mentales a lo largo de mi vida, pero ninguno como el interno 116 del Hospital de Santa Inés, que había sido encontrado en las inmediaciones del puerto, vagando entre los contenedores y alimentándose de cuantas alimañas merodeaban por los muelles. Su enfermedad, aún sin diagnóstico, solía aparecer en forma de delirios momentáneos, en los que hablaba de circunnavegar el globo. Al principio pensamos en una esquizofrenia, pero cuando descubrimos que se dedicaba a acumular periódicos en los más insospechados escondites, nos decantamos por alguna dolencia maníaco compulsiva. Hoy, no obstante, me pregunto hasta que punto estaba realmente loco, sobre todo después de que comenzara a construir un gran barco de papel con l

El último sueño

El insomnio tiene a veces consecuencias del todo insospechadas. Es el caso de Fernando Espina, que anduvo durante años de médico en médico, contándoles sus noches desveladas y el único sueño que adornaba los raros espacios de tiempo en los que lograba cerrar los ojos. Le trataron a base de pastillas, con hipnosis y probando mil y una formas de llevarlo hasta el agotamiento físico. Finalmente, desencantado de la ciencia comenzó a visitar charlatanes, curanderos y sanadores de distintos pelajes, casi con el mismo éxito que con los hijos de la razón. Cuando yo le conocí, no hace más de un mes, tuvo ocasión de narrarme todos estos avatares y también la solución definitiva a su problema, que vino de la mano de un sacerdote vudú de origen brasileño cuyo teléfono le ofrecieron unos inmigrantes subsaharianos a la salida del metro. Llegó a la destartalada consulta (me comentó que ni siquiera merecía dicho nombre) y contó por enésima vez su historia, sueño incluido. El viejo mago se interesó inm

Yo también te quiero

No sé si te has fijado que día es hoy, por si acaso te lo recuerdo. ¡Feliz aniversario! Ahora sí que llevo la mitad de mi vida contigo....pero no me arrepiento.... Un beso. Dejó que cada una de las palabras del correo electrónico se incrustaran en su corazón, mientras una sonrisa bobalicona le asomó a los labios. Entonces quiso demostrarle que él también la quería. Pensó en flores, en joyas, en poesías, pero todo eso ya lo había hecho en otras ocasiones. Así que pensó en algo más sencillo y sincero, decirle que la amaba, decirle que cada día al acostarse la miraba y se preguntaba cómo era posible haber tenido tanta suerte en la vida. Abrió el navegador y se conectó a su bitácora en Blogger. Se lo diría gritándolo a todo el mundo.

El atropello

El coche frena pero es inútil. La velocidad que llevaba le impide parar a tiempo y el hombre es arrollado y posteriormente despedido hacia la acera. Alguien sale del coche y mira hacia el lugar dónde yace el atropellado. Le rodea una pequeña multitud y sus ojos se cruzan con los de una mujer de mediana edad que va embutida en un abrigo largo y tocada con una especie de sombrerito tirolés. "Lo ha matado, lo ha matado", grita la señora. Siente miedo y vuelve al coche: huye. La policía intenta recabar datos, todo el mundo señala que la señora del sombrero es la que se fijó en la persona del coche. Les dice que era un hombre y añade detalles de la matrícula que no terminan de coincidir con los de otro testigo. La señora vuelve a casa tarde, donde la espera su hija hecha un mar de lágrimas. "Tuve miedo, madre, tuve miedo", le dice y ambas se abrazan en el recibidor.

Diálogo improbable

– ¡Ho-Hola! – Buenos días. – Perdone, le parecerá una locura, pero creo que le he visto atravesar el muro. – Si, me lo parece, he salido por la puerta. – Ya, pero es que la puerta está mucho más abajo, y no la he visto moverse, así que estoy seguro: ha atravesado el muro. – Vaya, me ha pillado. Qué le vamos a hacer... – Eso significa que o bien es usted un fantasma o bien es un extraterrestre. – Buena conclusión, se nota que ve usted mucha televisión. – Pero, claro, dado que yo no creo en fantasmas solo queda como opción posible que sea usted un extraterrestre. – Me sigue sorprendiendo. – Aunque puede que sea usted un mago a lo David Copperfield. ¡Claro! Eso es. Usted es un mago, y yo soy un estúpido conspiranoico. – Bien mirado... Tiene sentido. – Perdone usted mi ignorancia y si le he podido molestar. – No se preocupe, en mi planeta hay mucha gente como usted.

Omertá

Cierro los ojos. Los abro. Los cierro definitivamente. No quiero mirar más. No quiero tener que mentir luego y decir que no lo vi. Aunque espero que no me pregunten por lo que oigo, porque entonces sí que tendré que callar, volver a ocultar la verdad. Oigo sus peticiones de súplica, oigo como se ríen de él. Oigo como se arrastra por el suelo, llorando. Oigo los tiros y deja de oírse su voz. Alguien escupe (supongo que al cadáver), y entre risas otro dice que en el mundo hay un chivato menos. Escucho una moto que se aleja a toda velocidad. Abro los ojos y veo una multitud arremolinada en torno al cuerpo y leo en los ojos de todos que ninguno ha visto nada, que nadie sabe nada.

El Joshua

– Mira que te diga, Joshua. Que dice la mama que no te vengas mu tarde, que las calles están mu malas de madrugá. – Dile a la mama que no se preocupe. Que voy con el Jordan y con el Jesu. Y que el Jesu hizo un año de ninjitsu. – ¿Y eso qué es? – Un tipo de lucha. El Jesu es capaz de matar a un pavo de un solo golpe en mitad del pecho. – Si, claro, y yo tengo la fuerza de supermán. – Que si, que es verdad Jessica. – Eso lo tengo yo que ver para creérmelo. – Te juro por la mama que es verdad, que yo lo he visto.

El bailarin

Un antiguo maestro insistía que debíamos tender a la perfección, pero no alcanzarla, ya que la perfección es un rasgo divino. Se equivocaba.  Cuando salgo al escenario y veo todo el teatro contener la respiración ante uno de mis perfectos saltos; cuando cientos de personas se ponen de pie y aplauden al unísono al final de mis intervenciones, entonces me siento como Dios. Soy Dios, más cercano y humano que ningún otro, pero por encima del resto de la humanidad, capaz de cualquier cosa. Hay que buscar la perfección y encontrarla, porque sólo así puede uno convertirse en el Dios que lleva dentro. Esto es lo que les digo yo ahora a mis alumnos.

El esclavo

No sé cuánto hace que me apresaron. He perdido el sentido del tiempo, pero debe haber salido el sol muchas veces desde que atacaron la aldea. Nos ataron unos a otros por el cuello y a los hombre nos amarraron las manos a la espalda. Luego nos fueron llevando hacia la costa donde nos tuvieron un par de días, mientras se cuidaban de disimular nuestras heridas. Mientras, muchos hombres blancos vinieron a vernos, revisándonos las dentaduras y los músculos. A unos cuántos nos hicieron salir a la calle, dónde mucha gente gritaba, supongo que ofreciendo un buen intercambio por nosotros. Ahora nos tienen en una gran canoa que navega sin remos y no se ve la tierra por ningún sitio. De vez en cuando nos sacan al aire, y aprovechan para retirar a los muertos y a los enfermos, aunque el olor a muerte no lo pueden quitar. No sé qué quieren de mi estos hombres, pero, sea cual sea el lugar donde me llevan, algún día lograré escapar y volveré a ser libre.

El estornudo

Alejandro de Quiñones, hombre de pasado oscuro, hijo de cristianos nuevos, vividor y soldado quiso salir de pobre como tantos otros, y se enroló de los primeros para viajar a las Nuevas Indias. Quería pasar a la historia como conquistador de algún gran imperio, aunque no era seguro que aquellos salvajes que infestaban las islas caribes fueran capaces de crear estados. Para su desgracia no pasó a la historia, sino que murió en una escaramuza sin importancia en algún lugar perdido, en el que acabaron perdiéndose también su cuerpo y su propia historia. Sin embargo, su papel en la conquista fue primordial. No en vano, mató más hombres que el propio Hernán Cortes o incluso que Pizarro. Para ello sólo tuvo que estornudar, inoculando el virus de la gripe al viejo indio que pedía comida a los hombres que bajaban del barco.

La novia enferma

La noche antes pensaba que el alma acabaría saliéndosele por la boca, a base de vomitar. Aquella mañana siguió el tormento, pero todos lo achacaron a los nervios de la boda. Al altar apenas pudo llegar por su propio pie y no fue capaz de encontrar la energía para decir un sí que fuera audible por el sacerdote. Antes del convite le inyectaron una mezcla de tranquilizantes y su estómago pareció asentarse un poco. Sin embargo, la noche de bodas fue una repetición de la víspera, y su recién estrenado marido pensó que sería culpa de las emociones del día. Al día siguiente embarcaron en un crucero por el Mediterráneo y los vómitos le acompañaron a bordo. El médico del barco pensó que se debía al movimiento y la despachó con un par de comprimidos para el mareo. Al cabo de una semana comenzaron a sospechar un embarazo, pero las pruebas no daban resultados favorables. Sólo su abuela, desde la soledad de la atestada residencia de ancianos, emitía el diagnóstico correcto, aunque nadie la tomaba y

El pie perdido

Jugueteaba con la arena. En cuclillas, con una palita de plástico amarilla intentaba llenar un cubo decorado con peces de colores. Concentrado en el esfuerzo de mantener la pala lo suficientemente recta como para que no se vaciara en el camino, no se percató de que, poco a poco, la misma arena que intentaba encerrar en el cubo, estaba cubriéndole el pie. Cuando vino a darse cuenta, lo primero que hizo fue llorar pidiendo ayuda a su madre, a la que no le quedó otro remedio que apartar la tierra con sus manos mientras le consolaba y aguantaba las ganas de reír. El niño, entonces, cambió de juego y pasó directamente a cubrir sus pies con la arena, ayudado de la pala, para poder luego gritar y que su madre nuevamente viniera en su auxilio.

El alma blanca

Desde pequeña se supo especial. No era solo que la gente se lo dijera, que también; sino que en su fuero interno se daba cuenta de que su forma de ver las cosas era diferente de la del resto de los humanos. Por eso no entendía los chistes con doble sentido, aunque reía cuando veía hacerlo a los demás, por mera cortesía. Por eso era incapaz de manifestar algo en contra de sus pensamientos, o de mentir sobre cualquier cosa. Mientras fue niña, el resto del mundo la soportó, pero en el momento en que su cuerpo comenzó a parecer adulto, aquellas gracietas infantiles se convirtieron en aristas afiladas de un carácter inmaduro, como decía su madre. Por eso acabaron llevándola a un psiquiatra que puso un extraño nombre de enfermedad a lo que ella simplemente llamaba su alma blanca.

Muerte en la Playa de los Muertos

La bandera roja comenzaba a hacerse trizas a causa del viento. Olas de tres metros azotaban la orilla de manera inmisericorde y el nombre del lugar hacía juego con el espectáculo organizado por la naturaleza: Playa de los Muertos. "¿Y qué puñetas importa todo eso cuando eres inmortal?", pensó el bañista acercándose a la orilla. Sabía que todos los ojos estaban puestos en él. Por unos minutos él sería el centro de atención de todos. Logró avanzar unos metros sin caer abatido por la fuerza de la rompiente, situada un poco más adentro y hasta se sonrió cuando estuvo a punto de zozobrar por culpa de una roca del fondo. Pensó que parecería mucho más valiente superar la rompiente. Eran pocos los metros que lo separaban de ella. Se sabía observado y hasta admirado por la mayor parte de los bañistas de la cala. Así que continuó andando. Traspasar la rompiente le costó un buen susto y bastante más trabajo del que pensó inicialmente, pero al final logró situarse detrás de ella, lejos d

Anoche

Anoche quise navegar entre tus piernas, mientras estabas dormida. Anoche quise dejar en tu piel las huellas de mis besos, quise abrazarte con los brazos y las piernas. Pero me contuve perturbado por tus sueños. Hablabas. Si, hablabas con los ojos cerrados, sin saber lo que decías, o sabiéndolo demasiado bien. Tus palabras pedían caricias, besos, arañazos de pasión. Palabras que encendían aún más mi deseo, que me provocaban un estado de excitación difícilmente imaginable. Porque amar a una mujer dormida, a la mujer que es pero que no está, es una de mis fantasías más secretas. Anoche estuve a punto de poseerte mientras dormías. Pero luego pusiste nombre a tus deseos. Y ese nombre no era el mío. Anoche quise navegar entre tus piernas y acabé deseando ahogarme entre mis lágrimas.

El amor de Manuel

Manuel había vivido la experiencia de sentirse despreciado desde niño, desde que sus aficiones comenzaron a diferir de las de los restantes chicos de su edad. Manuel había tenido que ocultar sus sentimientos detrás de una gruesa cortina de desconfianza. Por eso le resultaba tan extraño y, a la vez, tan excitante, que Daniel viviera su sexualiad a la vista de todo el mundo y de una forma tan natural. Sólo unos meses antes había tomado la decisión de vivir por fin según sus deseos. Dejó un matrimonio eternamente en ciernes, un trabajo "respetable" y una familia contrariada. A cambio logró la libertad que siempre había deseado y el amor de aquel joven. Un amor que, paradójicamente, le producía reparos morales ya que, como tantos hombres de su generación, había ido a liarse con alguien veinte años menor.

El amigo traicionado

En los últimos tiempos apenas permanecía despierto más que durante algunos momentos del día. Entonces se le veía como siempre, alegre, inteligente y adornado de todas esas cualidades por las que me enamoró. Sin embargo, de pronto, se venía abajo sin previo aviso, y sus ojos dejaban de brillar. Y entonces yo me sentía inútil y desesperado a la vez. Fue en uno de esos momentos en los que comencé a buscar un sustituto. Y, cuando volvió a despertarse me sentí como un traidor, como un ser frío y sin entrañas que ya preparaba el relevo antes de haber enterrado el cadáver de mi gran amigo. Desde la mesa, el viejo PowerBook de 12 pulgadas me miraba inocente, mientras mis manos tecleaban culpables esta confesión.

La nueva Eva

En el año 2027, la Guerra del Ártico acabó derivando en una confrontación nuclear a nivel mundial. Y, aunque se pensaba que el arsenal de este tipo de armas se había destruido en su mayoría, el mundo retrocedió más de un siglo en menos de un mes. Luego vinieron las epidemias, que diezmaron varias veces a la debilitada población. Cuando todo terminó, apenas quedaban unas decenas de miles de personas en todo el planeta, sin capacidad ya para explotar los recursos naturales que dieron comienzo al holocausto. Poco a poco la población fue descendiendo por el empeoramiento de las condiciones de vida y el aumento de la infertilidad. Escribo esto en torno a 2115 (no estoy del todo seguro); tras la muerte de Horacio solo quedamos Eva y yo. Hace mucho que no tenemos contacto con otras poblaciones, por lo que no sería descartable que seamos los últimos de nuestra especie. Eva está embarazada.

Crack

Lastradas las piernas por el peso de la fatiga, el samurai se acercó al arrollo, dejándose caer pesadamente en la orilla. Detrás, los hombres seguían luchando por el honor de sus señores, muriendo por unos cuencos de arroz que no eran suyos... Lastradas las piernas por el peso de la fatiga, el broker se acercó al mostrador, dejándose caer pesadamente sobre una de las sillas. Detrás, los demás seguían operando para salvar el honor de sus empresas, intentando obtener unos dividendos que no serían suyos. Su mirada se posó agotada en el espejo que le mostraba la inútil batalla que se vivía a sus espaldas y, entonces, durante una décima de segundo, creyó ver reflejada la imagen de un samurai cubierto de sangre, arrodillado frente a un río que, vencido, se cortaba la coleta con su katana.

La última conversación

– Te estaba esperando. – Ya... Me entretuve en un accidente. Lo siento. – No, no es eso, me refería a que te estaba esperando desde hace años. – Pero no era el momento. – ¿Qué no era el momento? ¿Te has parado a pensar en la de sufrimiento que he estado soportando? – Yo no pienso y, repito, no era el momento. – Cinco años de inmovilidad absoluta. Cinco años de pensamientos autistas, de llamadas sin respuesta, de ser menos que una piedra. – Bueno, ahora todo acabó, ahora podrás descansar. – Y, después, ¿qué? – No lo sé, ni siquiera yo lo sé.

El triángulo blanco

Aquella mañana volvió a sonar el despertador. Aquella mañana volvió a saludar el sol en la calle. Aquella mañana sus pasos volvieron a caminar sobre el sendero aprendido de la rutina. Y, de pronto, se cruzó en su camino aquel triángulo: un pedazo de piel blanca asomando sobre el escote asimétrico de una chica que caminaba en dirección contraria. Y, de pronto, tomó conciencia de que su vida volvía esa mañana al color blanco del invierno: se habían acabado las vacaciones.

El pecado (II)

La luna ya se reflejaba sobre el Guadalquivir cuando Alvarado, aliviado del peso de la espada y de la culpa se dejó llevar por los sonidos de la ciudad. Atravesando las sucias callejuelas de Sevilla, atestadas de gente aún a esas horas, se supo libre por primera vez en muchos años. Sabía que ya nunca podría estar en gracia de Dios, porque no se arrepentiría jamás de lo que había hecho, así que lo único que debía preocuparle era de que alguien le reconociera y le apresaran. Pero eso sería muy difícil. Veinte años antes, Inés de Castralvo, agobiada por la culpa, contó a su confesor los inocentes amores que mantenía con el joven Alvarado. Aquel hombre de Dios o del Diablo quiso irrumpir en sus sueños, adornando de mentiras la historia de los dos jóvenes cuando se la contaba a los padres de la doncella. Ella acabó sus días en un convento de clausura y él enrolado a la fuerza en los tercios de Flandes, ambos purgando un pecado que no habían llegado a cometer.

La hora de la verdad

He estado mirando la circunferencia blanca del reloj durante una hora completa. Me he dejado adormilar con las vueltas del segundero y, en algún momento, me ha parecido sorprender el movimiento de la aguja pequeña avanzando en su circular sendero. El tiempo desmigajado en segundos me ha transcurrido siendo plenamente consciente de cada instante, hipnotizado por el tictac lejano que provenía de la caja de acero. Ella me lo regaló en nuestro primer aniversario. Y yo le compré uno gemelo, aunque más pequeño, ideal para su menuda muñeca, ideal para su corazón de duro metal. Desde hace una hora se que nunca me ha querido, y mi primera lágrima ha tardado en salir apenas cuatro minutos. Desde hace una hora sé que podría seguir viviendo con ella, aunque no soporte la idea de saber que nunca me quiso.

Soñar con la Atlantida

Toda su vida había sido una espiral de sucesos que se alejaban para luego acercarse al tema central de su Universo: la Atlántida. Desde que escuchó el primer cuento sobre ella, narrado por su abuelo, supo que irremediablemente estaba atrapado por su búsqueda. Lo leyó todo, desde la descripción idealizada de Platón, hasta las versiones más disparatadas de los grupos herméticos. Había visitado todas las posibles Atlántidas de la Tierra y había coleccionado cuanto documental, libro o folleto turístico que se había cruzado en su camino. Lo sabía todo sobre esa nación, lo posible y lo imposible y, aún así, la seguía buscando porque soñaba con ella todas las noches. Contaba con sesenta años cuando, de la mano de su nieto, descubrió las posibilidades de Internet. Y, entre todos los recursos que descubrió, hubo uno que le hechizó de forma especial, el Google Earth. Desde que lo descargó a su ordenador se pasaba las horas analizando cada centímetro cuadrado del mapa virtual del mundo, intentand

El arquitecto

Observó el mar por unos segundos y entonces comenzó a diseñar mentalmente el sistema. Se fijó en el desnivel del terreno y la distancia a salvar. Si lo hacía bien, si era capaz de profundizar lo suficiente y de darle al canal una pendiente adecuada, la obra quedaría perfecta. Se puso manos a la obra con las precarias herramientas de que disponía, mientras su hija le miraba admirada. – Y, cuando termines, ¿me podré bañar dentro?

El pecado (I)

Alvarado esperó en la penumbra del templo, casi agazapado junto a una de las columnas de la pared oriental. Cuando el viejo cura entró en el confesionario, abandonó precipitadamente su escondite y se abalanzó al confesionario antes de que alguna de las beatas se le adelantara. – Padre, ¿podéis confesarme de un pecado aún no cometido? – No son formas estas de iniciar una confesión, como bien sabéis, pero a vuestra pregunta debo responder que no es posible, puesto que debe mediar arrepentimiento y vos no estáis arrepentido, puesto que vuestra intención es cometer el pecado. – Ya veo, en ese caso no tengo más que hablar con vos. Con precisión quirúrgica, Alvarado pasó por el enrejado su espada, clavándola en el ojo del confesor, que instantes después moría cuando la punta de acero atravesó su masa encefálica. Luego, entre los gritos de las feligresas, abandonó la Iglesia y se encaminó al Guadalquivir, donde tiró el arma, convencido de que no volvería nuca más a matar. La venganza había te

El baño

Se sumergió nuevamente en el agua. La baja temperatura le hizo recordar la primera vez que entró en aquel mar, acostumbrado a la sopa primigenia de su Mediterráneo. Era un adolescente en un cuerpo de hombre, y se sentía el rey de la creación. Tomó carrerilla, dio dos grandes zancadas en el mar y se tiró de cabeza. El agua le pareció congelada y sintió como se le contraían los pulmones por la impresión. Ahora era un hombre en el cuerpo de un anciano, pero cada mañana de verano acudía a la playa a rememorar aquel primer baño atlántico y dejarse acariciar por la brisa que, procedente de Gibraltar, recorría cada uno de los poros de su piel.

Recuerdos

Olvidar tiene su lado bueno. Así me lo parece a mi, que vivo con la maldición de no recordar absolutamente nada, tan solo lo que leo. Soy un hombre sin recuerdos. Sé mi nombre porque lo leí en un certificado, sé que me licencié con notas meritorias porque todo lo que leo lo grabo en mi memoria para siempre. Al principio pensé en suicidarme, segar la trágica vida que me había tocado vivir. Pero luego me di cuenta que no tener recuerdos es una enorme ventaja, soy realmente libre. Me aficioné a leer todo libro que caía en mis manos para acumular conocimientos perfectamente inútiles, aunque al final me terminé volcando en la literatura, donde hice míos los recuerdos volcados en sus páginas por los autores. De hecho, estoy seguro de que esto que escribo lo he leído antes en algún otro lugar.

Culpa nórdica

La había visto en la piscina. Sus cabellos casi blancos destacaban sobre el celeste impoluto del agua. La había visto salir del baño, chorreando gotas de lujuria desde sus nórdicos pezones. La había visto hundirse en el mar, desnuda, con los ojos de mil hombres clavados en sus nalgas. Y ahora la veía de nuevo, recostada junto a él, con la cabeza sobre su pecho, y entonces pensó que tal vez nunca vería nada tan bello como el rostro de su mujer, diciéndole adiós con un velo de tristeza en los ojos. Y decidió regresar.

El volcán

Se había apuntado a la excursión por pura pereza, no quería negociar el alquiler de un coche, ni lidiar con los mapas de carreteras de aquella isla diminuta. Se dejó llevar por las explicaciones monótonas del guía. Observó, como los demás, las demostraciones del poder dormido de los volcanes, y deambuló por el original restaurante ideado por un artista local 40 años antes. En medio de la ruta de los volcanes, en la parada que hicieron para fotografiar el Islote de Ilario, logró bajarse del autobús. Y se quedó allí, sentado a la sombre de un penacho de lava petrificada. Por pura pereza.

El grial marino

Había recorrido los cinco continentes, se había bañado en las playas de países alejados de cualquier ruta comercial y siempre, siempre, persiguiendo una ola lo suficientemente grande como para ahogar sus penas por completo. Pero no la encontraba. De vez en cuando se producían maremotos que calculaba serían suficientes, pero nunca llegaba a tiempo para esperarlos en la orilla. Así que siguió recorriendo el mundo, playa a playa, en busca de una ola que le arrebatara de la realidad doliente que le inundaba, intentando adivinar los designios de vientos y mares, buscando tormentas y huracanes, como un caballero errante en busca del Santo Grial.

Leo O´Brian

Durante doce meses fue ahorrando penosamente el dinero que había calculado para su gran aventura. Estaba harto de Dublín, de su clima, de sus gentes, de su vida. Había planeado unas vacaciones al otro lado del Atlántico, en una isla apacible, alejada de su rutina y de todo lo irlandés. Una semana antes estuvo organizando el equipaje: un bañador para cada día, camisas anchas y desenfadadas, pantalones cortos y, ni calcetines de media, ni corbatas, ninguna puñetera corbata. No quiso llevarse el reloj, ni su MP3 cargado de música irlandesa. No quería saber nada de su nuboso país en los 15 días que durase su estancia en el paraíso imaginado, en aquella isla remota del país de la fiesta. Llegó por fin al deseado confín de su imaginación. Lo hizo en un apretado y atestado avión repleto de irlandeses que huían como él, al mismo lugar que él. Le recibió una guía irlandesa que el tour operador tenía designada para los viajeros de su nacionalidad. Fue alojado en un hotel especializado en británi

Tiempo vacante

Había una vez, en un pequeño país de historia intrincada que los de fuera llamaban España, y los de dentro "este país", un inocente escribiente que quiso acometer la ingente obra de escribir un pequeño relato cada día. Durante cinco meses logró, más o menos, su pretensión. Pero llegó Agosto, y su familia se lo llevó a una isla atlántica con nombre de caballero de la mesa redonda y le obligó durante una semana a estar alejado de los ordenadores y de su conexión a Internet, lugar imposible en el que dejaba sus cuentos con la misma pasión que un coleccionista de sellos. Una vez estuvo a punto de ponerse a teclear en los ordenadores que el hotel tenía a disposición de los clientes, pero en esa ocasión no tenía monedas que echar en el contador. En otra ocasión lo intentó provisto de monedas, pero su hijo lo sorprendió y con una mirada acusadora lo obligó a retirarse. Pero un día volvió, y se puso a escribir todos los cuentos que había ido tejiendo durante la semana perdida (ganada

100

Más allá de los campos de amapolas del Este; al otro lado de los Montes del Olvido, cruzando el Río de los Inmortales, habitan los 100 eternos . Su valor está escrito en las crónicas de 100 reinos, más de 100 poetas han cantado sus gestas y durante más de 10 siglos han buscado lejanas batallas en las que vencer. Su sangre se ha vertido en cientos de lugares bendecidos por Marte. Vencieron a las huestes de Alejandro, detuvieron la expansión de los romanos en Asia, lucharon junto a Gengis Khan, ... Medraron a lo largo de la historia, siendo vasallos de Solimán, caballeros templarios, soldados de los tercios viejos de Flandes, comandos a las órdenes de multinacionales de la guerra. Han derramado sangre en cuatro continentes y aún hoy, celosos de su secreto, imponen su ley a base de muertos en Irak, nuevamente a las órdenes de un jefe iluminado, como aquel Aquiles que les guió a su primera batalla.

Palabras envenenadas

– Adiós. – Me voy. – Te dejo. – Hasta nunca. Oigo las palabras malditas que envenenarán tu recuerdo para siempre. Y me dejo arrastrar por el caluroso barro de mis miserias. Te has ido. Me has dejado. Me has dejado muerto en vida, pensando en no hacer la próxima inspiración. – Me olvidarás. Y entonces te creo. No hay vuelta atrás y sólo puedo buscar un rincón en el que llorar mi ausencia de ti, borrar tu rostro y alejar tu recuerdo de mi vida.

El hilo

La primera vez que oyó hablar a Frank Von Strange, apenas sabía nada de psicología. Era un estudiante curioso que se dejó deslumbrar por una frase escuchada al azar en un café: "Lo único que separa la cordura de la locura es un fino hilo. Todo el mundo puede trasladarse a cualquiera de los dos extremos del hilo. Sin embargo, a veces se rompe, y si te pilla en el lado de la locura, te quedas allí para siempre... A no ser que encontremos la forma de hacer un nudo en el hilo". Aquello le pareció sublime. Persiguió a Von Strange por toda Viena hasta que logró que éste le admitiera como discípulo. A través de prolongadas jornadas de trabajo ambos buscaban afanosamente el hilo. Coleccionaban recortes de prensa de hombres y mujeres normales, buenos vecinos que de pronto se dejaban cegar por la locura y mataban a su familia, o de niños que se comportaban como animales y que ellos llamaban sus pruebas. Fue uno de esos días agotadores en el manicomio que Von Strange dijo haber encontra

El mapa maldito

Su sueño le costó la vida. Cuando se lo contó al sultán por primera vez, a éste le pareció que la idea tenía sentido. Un mapa pormenorizado de todos los dominios del Imperio de la Sagrada Puerta resultaría una herramienta estratégica muy útil en tiempos de guerra. Se hicieron venir geógrafos de todos los rincones del imperio, y los mejores artesanos de Estambul fueron puestos a la tarea de representar en tres dimensiones cualquier río, montaña o pradera que hubiera en las fronteras del reino. Los jardines de Topkapi fueron sacrificados para dejar espacio a la enorme maqueta que día tras día crecía sin parar. Al cabo de diez años de duro trabajo, el Bósforo, la península de Anatolia y hasta las estribaciones de los Cárpatos estaban representadas con un grado de realismo nunca antes alcanzado. El sultán estaba gratamente satisfecho y él fue nombrado astrólogo real. Pero no se conformó. Logró convencer al sultán de la necesidad de poblar aquel paisaje desnudo de sus habitantes: casas, pla