En tiempos antiguos los antepasados adoraban a la Diosa Tierra y al Dios Sol y era suficiente. Su amor y el respeto que los hombres les tenían hacían que año tras año naciera la lluvia y nuestros campos brotaran con las doradas espigas.
Sin embargo, ahora, el respeto a los dioses se ha perdido, los hemos olvidado para dar cabida a otros, mucho más parecidos a los hombres, unos dioses que han ocupado el sitio de los espíritus pimigenios y que han sepultado su recuerdo. Escúchame bien, hijo, esos dioses no son los nuestros, los trajeron los invasores y algunos de nosotros traicionaron la memoria de los antepasados para así medrar ante los nuevos amos. Hijo, mientras te quede una pizca de vida en los labios, pregona esta verdad entre los nuestros: que oren a los dioses de los antepasados o no volverá la lluvia.
Sin embargo, ahora, el respeto a los dioses se ha perdido, los hemos olvidado para dar cabida a otros, mucho más parecidos a los hombres, unos dioses que han ocupado el sitio de los espíritus pimigenios y que han sepultado su recuerdo. Escúchame bien, hijo, esos dioses no son los nuestros, los trajeron los invasores y algunos de nosotros traicionaron la memoria de los antepasados para así medrar ante los nuevos amos. Hijo, mientras te quede una pizca de vida en los labios, pregona esta verdad entre los nuestros: que oren a los dioses de los antepasados o no volverá la lluvia.
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