Cerró los oídos, los ojos, la boca, todos sus sentidos. Pero aún así seguía percibiendo su presencia, turbando su silencio sensorial, rompiendo la paz que tanto anhelaba. En medio de aquella nada irreal y asfixiante encontró un pensamiento rebelde. ¿Y si en lugar de encerrarse al mundo no le abría todas las puertas? Tal vez el ruido de la vida, el olor de la ciudad y el sabor de la gente le permitieran desprenderse de aquella presencia residual.