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Mostrando entradas de 2014

Autismo voluntario

Cerró los oídos, los ojos, la boca, todos sus sentidos. Pero aún así seguía percibiendo su presencia, turbando su silencio sensorial, rompiendo la paz que tanto anhelaba. En medio de aquella nada irreal y asfixiante encontró un pensamiento rebelde. ¿Y si en lugar de encerrarse al mundo no le abría todas las puertas? Tal vez el ruido de la vida, el olor de la ciudad y el sabor de la gente le permitieran desprenderse de aquella presencia residual.

El humo del negociador

Le daba rabia reconocerlo, pero aún añoraba el humo protector del tabaco. Sobre todo cuando tenía que negociar: le faltaba algo con lo que entretener los dedos y alargar las pausas. No era la nicotina, sino lo que el cigarrillo tenía de liturgia en los momentos clave, la carga dramática que el humo incorporaba a cada decisión. Ahora no había más que un centro de mesa entre ellos y los otros, apenas 1 metro y varios millones. Ahora ya no podía dar una intensa calada, expulsar el aires y decir desde detrás de la nube, sin delatar una sonrisa, "pensaremos en  su oferta".

Una última toma

Primera escena: un primer plano de su rostro, con la tensión reflejada en el maxilar. Abre plano y se ve cómo el coche que pilota va ganando velocidad. La cámara avanza unos segundos con el coche y luego pasa a enfocarlo por detrás. Su mente de director imagina el final de una película. Cambio de plano: el coche va ahora hacia la cámara. Entre ellos un quitamiedos y un precipicio. El enfoque se olvida del coche y nos muestra las piedras puntiagudas del fondo. Plano lateral: el coche atraviesa el quitamiedos a cámara lenta. Zoom sobre la cara de nuevo. Ahora ya no hay tensión, pero se ve claramente el abultamiento en la cabeza: el espectador debe entender el desenlace. Se abre plano y el coche cae a velocidad normal sobre las rocas. No hay explosión, esto es la realidad. Fundido a negro.

El paseíllo

Los periodistas se arremolinaban a la puerta, pugnando por situar sus micrófonos, grabadoras y móviles en un buen lugar. Los cámaras se empujaban por obtener un buen encuadre del portal y en la acera de enfrente, un grupo de personas se preparaba para regalarle una andanada de insultos. Posiblemente fuera eso lo que más le jodía. Al hijo del calvo de la pancarta lo había colocado de barrendero; a la prima de la Santi le había arreglado los papeles de la ampliación de la casa. Y al cabrón de Cristobal le había contratado en varias ocasiones para reparaciones en el pueblo. Lo peor siempre es la ingratitud, le dijo el alcalde saliente cuando le cedía el bastón de mando, pero nunca lo había vuelto a recordar hasta este día. Porque, hasta ese momento, todos parecían agradecidos. Y acto seguido se le pasó por la cabeza echarle la culpa al viejo de los desmanes, una especie de inercia institucional que él no había podido o sabido frenar. En el fondo, no era del todo mentira eso de la inercia.

Un sueño sobre las nubes

Un avión con el suelo transparente. Eso parecía. Aunque en realidad no era más que una pantalla a los pies de los viajeros que reflejaba una imagen construida con las tomas de varias cámaras alojadas en la panza de la aeronave. Lo cierto es que finalmente estaba viviendo su sueño. La impresión era la de estar volando realmente sobre la tierra, aunque el efecto solo era realmente impactante si te sentabas en el pasillo. Sabía que apenas tocaran tierra el sueño se desvanecería y pasarían a negociar con alguna compañía. Una o varias negociaciones que serían agónicas y que podrían terminar con un carpetazo al asunto o con versiones operativas de la idea en muchos aviones. Pero eso ya no era divertido, eso ya no era parte de la aventura. Así que se preparó a vivir el mejor aterrizaje de su vida antes de ponerse a jugar a los dados con el resto de ella.

Un año en la orilla

Bajó hasta la playa, exactamente igual que los 364 días anteriores. Dejó el albornoz en la orilla y se lanzó a nadar en las frías aguas del Mediterráneo occidental. Las pavanas aprovechaban el viento para planear sobre ella, prácticamente clavadas en el cielo. Llegó a la boya y regresó, ya casi sin esfuerzo a base de las repeticiones. Antes de volver a casa, como todos los días de el último año, escribió con el pié el nombre de su hijo y esperó a que las olas lo borraran, igual que aquel otro 10 de noviembre en el que borraron su nombre y su existencia.

Atardecer en Mónsul

Caía la tarde en la cala de Mónsul. El sol pintaba de rojo otoñal el horizonte y en la playa apenas quedaban dos o tres grupos de domingueros exprimiendo los últimos días de baño. La brisa ya soplaba fría y apetecía ponerse la camiseta. El momento era perfecto para una declaración de amor. Y él estaba dispuesto. Entonces de sopetón ella le dijo que lo dejaba, que estaba cansada de no sentir lo que pensaba debía sentir y que seguramente al final él le daría la razón. Luego recogió sus cosas y se marchó: alguien la recogería. Caía el sol sobre un corazón otoñal que, en el fondo, sentía un profundo alivio.

Elogio de la brevedad

Apenas había empezado a excitarse cuando sintió sobre su vientre la cálida señal del fin. Él balbuceó una disculpa y ocultó su cara en la almohada: "No te preocupes cariño, a veces pasa". El hombre se vistió a toda prisa, mientras ella le invitaba a quedarse, a volver a intentarlo. "No me humilles más", dijo para frenarla.  El hombre abandonó la casa a toda prisa dando un portazo de rabia. Y ella se quedó sola, de nuevo pensando en Brad Pitt con sus manos.

Un poniente travieso

El poniente travieso levantó su falda y unos ojos casuales se cruzaron con la imagen. Ella, azorada, pugnaba por sujetar la falda alpinista y evitar que se le cayeran unos paquetes. Finalmente logró controlar el vuelo pegándose contra una fachada. El dueño de los ojos casuales pensó que no debía dejar a la casualidad un nuevo encuentro y se acercó solícito para ayudarla con las cajas. Ella aceptó la oferta, aunque solo  mientras convertía la falda en unos pantalones con un imperdible. Luego se fue,  con el poniente aún empeñado en jugar con ella. Los ojos la siguieron un trecho y luego se emplearon a la ardua tarea de intentar olvidarla.

Invierno por dentro y por fuera

Quisieron mi ánimo y la suerte que el otoño fuera tan solo invierno. Un invierno de fríos en la calle y en las circunvalaciones de mi cerebro. Nevaba más dentro de mi cabeza que en la Sierra. No parecían tener fin. Ni el de dentro ni el de fuera. Afortunadamente, ya muy adentrados en mayo, el sol comenzó a calentar la vida y mi invierno quiso buscar sonrisas furtivas que iniciarán el deshielo.

Indicaciones

Abajo, en la rotonda, tome usted la segunda salida. No, disculpe, la tercera. Avance por esa calle, verá que hay una señal que indica el camino del cementerio. No recuerdo si es la tercera o la cuarta esquina a la derecha, pero es en la que hay un Cajero de CaixaDerribo. Ahora debe estar cerrado, claro. Doble usted por esa calle y continúe hasta el final. Verá el cementerio, pase de largo, y unos 2 o 3 kilómetros después estará usted allí. Le llaman el Paraje del Infierno, porque siempre que hay tormenta impacta algún rayo allí. De hecho, los suicidas del pueblo se pasan el día esperando la previsión metereológica. Pero supongo que todo esto ya se lo habrá dicho su GPS.

Mercanet

Acababa de romper con el mundo que había conocido. La extirpación de su micropay había sido más dolorosa a causa del enorme sentimiento de pérdida que llenó el hueco de su antebrazo; ya nunca más podría comprar una teleconexión con sus padres, ni sobrepujar en el mercado de ideas. Tampoco podría ya abrigarse con "la energía más cálida y barata: desde el centro de la tierra hasta tu cama". Se había desconectado de Mercanet y con ello renunciaba a su propia identidad. Tendría que abandonar su casa, su trabajo, su propia ciudad y retirarse a vivir en una comunidad desconectada, de esas que llamaban museos del siglo XX, o en algún monasterio talibán de los pocos que quedaban. Cualquier cosa sería mejor que seguir deambulando por la ciudad, caminando entre los anuncios inmersivos, sin poder comprar nada y teniendo que conformarse con lo que los demás ya no quisieran y no pudieran vender. 

Un muerto muy rumboso

Una leve llovizna humedecía el lento amanecer de otoño. Por las calles desiertas del pueblo avanzaba evitando alternativamente los charcos y los desagües. De pronto sonó atronadoramente Paquito el chocolater o. Lo primero que pensé es que algún vecino desaprensivo había perdido la cabeza o el oído.  Sin embargo, no tardé en descubrir debajo de una cornisa un altavoz de edad avanzada. Imaginé entonces que se trataba de la diana de un pueblo en fiestas y con mala leche. Sin embargo, la música se cortó de pronto y en su lugar una voz masculina comunicó al pueblo la muerte de María Riquelme, la molinera, madre de Isabel Rico. Nos dijo el lugar del velatorio, así como la hora de la misa y, luego, otra vez de manera abrupta, volvió a sonar Paquito el chocolatero durante unos segundos. La calle volvió entonces al ligero silencio de la lluvia. Al llegar a la puerta del banco entablé conversación con una vecina y le pregunté por la forma tan curiosa de informar de un deceso. Ella me miró e

La vida mínima

Era un 25 de diciembre. Lo sé porque esa noche los pocos que estábamos de guardia no queríamos estar. Le ayudé a nacer y durante el parto todo fue normal. Recuerdo que brindé con el padre por un niño que seguro sería especial.  Ya había vuelto a dormirme cuando una de las enfermeras entró murmurando en la sala. Al niño le pasaba algo, algo muy raro. Apenas habían pasado dos horas desde su alumbramiento y ya no cabía en la cuna. A la mañana siguiente tenía el aspecto de un jugador de baloncesto, altísimo, pero apenas manteniéndose sobre sus piernas y sin saber hablar. No me fui a casa y me quedé con él. Crecía y envejecía a ojos vista. Ví pasar su juventud y su madurez en apenas unas horas. Y le acompañé en la vejez; allí estaba cuando dijo papá. Antes del atardecer firmé su defunción. En la causa puse muerte súbita, pero recuerdo que mis dedos quisieron escribir: vida mínima.

Serio. Muy serio.

Serio. Muy serio. Manejaba los silencios con la misma facilidad con la que se encaramaba al tejido del invernadero, o con la que destallaba las tomateras. Allí, sentado, aunque sintiéndome hundido, llenaba la espera con lacónicos monosílabos y un esquema de preguntas y respuestas preestablecido de forma tácita: “¿qué tal la campaña? ¿Ha visto los nuevos sistemas de riego? ¿Va a poner abejorros para sustituir al tomatone ?” Eran los tiempos del noviazgo, de considerarnos enemigos: uno que siente que le roban a su hija, y el otro que piensa que le roban libertad. Luego, con el tiempo, descubrimos que lo que nos enfrentaba era, en realidad, lo que nos unía. Y desde ese punto de apoyo los silencios se fueron haciendo menos ruidosos. Y ya no estaba solo serio. A veces reía, a veces lloraba. A veces se emocionaba. Ahora yo soy el que se pone serio. Hay que despedirse y me cuesta, no quiero hacerlo... No puedo hacerlo. A un hombre serio de apariencia, José Salvador, que se emocionaba co

Buscando trabajo

— Dice aquí que ha sido ángel custodio. Imagino que quiere decir escolta, ¿no es cierto? — Sí, pero eso fue hace mucho tiempo. Casi una eternidad. — Ya veo. ¿Y por qué lo dejó? ¿Por lo de ETA? — Lo dejé mucho antes, digamos que por desavenencias con mi jefe. Luego quise montar mi propio negocio, pero él me llevaba ventaja y sabía utilizar el marketing como nadie. Prácticamente tiene un monopolio, aunque usa diferentes marcas para llegar a más segmentos. — Interesante, ¿así que también ha sido emprendedor? Esto es algo que ahora se valora mucho, sobre todo por los políticos. No le extrañe que le pidan hacerse una foto con usted si alguno se entera. — Ya, bueno. Pero lo que yo busco es trabajo, no fotografiarme. Tengo amplísimos conocimientos en multitud de temas: armas físicas y biológicas, lenguas semíticas, psicología... — ¿Qué no tiene títulos para certificarlo? ¿Ni siquiera uno de CEAC? Le advierto que sin ellos es como si no tuviera nada. De todas formas, como usted sabe, ahora hay

Follamos

Follamos. El deseo, la desesperación y la urgencia nos impidieron hacer el amor. Los besos rozaban el mordisco y las caricias se quedaban atrancadas en pellizcos de carne, como si temiéramos que el otro pudiera salir corriendo en cualquier momento. La vendedora tal vez pensó que era buena idea que viésemos la casa a la vez, tal vez creyó que así nos decidiríamos antes o que las pujas serían mayores. Seguramente no se le ocurrió que la solitaria silla de la cocina terminaría convirtiéndose en el improvisado soporte de nuestra pasión. Follamos. Y luego, agotados por el deseo, la desesperación y la urgencia, cada uno se volvió a perder en su vida. Por eso no compré la casa.

El lunático

El lunático subió el segundo peldaño. Abrió los brazos y comenzó a gritar: "lo veo todo muy pequeño, los árboles son manchas de color en el prado y nosotros apenas unos puntos". La gente se arremolinó a su alrededor y comenzó a reírse de sus desvaríos. "Estoy en el campanario y tengo hambre. Veo las manzanas de Abel. Cogeré una". Un grito de águila se elevó sobre las risas y una flecha alada robó de la mano de Abel una de sus manzanas. Sorprendidos, los que antes le señalaban comenzaron a retirarse asustados. "Soy un águila".

Revolución

El ministro sudaba copiosamente mientras el rey desgranaba un largo rosario de supuestas deslealtades, engaños y traiciones. Veía a los alguaciles situados cerca y sabía que el siguiente paso sería su detención y, en el mejor de los casos, el destierro. El rey quería cargar sobre él todo el malestar del pueblo. A medida que avanzaban las acusaciones, el círculo que se abría a su alrededor era más grande y sus hasta ahora leales le iban dando la espalda. Sin embargo, el escándalo que subía de las calles era cada vez más rotundo. El rey hablaba a la Corte, pero era el pueblo el que se quejaba. Y nadie excepto él parecía darse cuenta de su gran ventaja: eran más, infinitamente más. La sentencia del rey habría de cumplirse de inmediato, la horca. Seguramente, si no hubiera sido tan pusilánime, lo habrían colgado allí mismo de una de las grandes arañas de cristal de Murano. Le estaban apresando cuando la primera piedra atravesó los cristales.

Un principio y un final

"Los gigantes juegan a los dados con nuestro destino". La frase la había leído en el argumento de una película de serie B, pero le pareció que tenía gancho y que podía ser el comienzo de un buen relato. Por eso la guardó en un recoveco de la memoria hasta ahora. El final también estaba pensado: "porque el azar puro no puede existir en este Universo". Universo con mayúscula, para darle un sentido más amplio y trágico al gran cierre. Esa, en esencia, era la idea: construir una novela, la mejor novela del siglo XXI, partiendo de un principio y un final predeterminados e ir dejandose llevar por donde su instinto le indicase en cada momento. "Los gigantes juegan a los dados con nuestro destino, pero cualquier dado siempre está cargado. Por eso a veces, una misma jugada incumple su probabilidad teórica de ocurrencia y nos permite eludir por unos instantes las reglas de su juego."

Ventaja de viajar en tren (aunque no tan buena como las de Orejudo)

El tren tiene algunas ventajas que solo el viajero atento puede percibir. Sobre todo cuando se trata de grandes distancias. El que une Madrid con la ciudad de Almeria, por ejemplo, es una pestosa caja de cerillas en la que los viajeros se cuecen a fuego lento en la lenta tarde de verano. Ir en clase turista (es posible que no haya otra) implica mezclar los olores de tu sudor con los del resto, creando una comunidad de seres húmedos, cansados y lentos que miran el paisaje o la pantalla (la suya o la común) y que añoran el final del trayecto. Y esa es la ventaja más evidente. A lo largo del viaje, los anhelos de todos los viajeros convergen en un único y omnipresente deseo: llegar.

1000

1.000 veces. La primera vez que la vio, o que se fijó en ella, le llamaron la atención sus ojos verdes, con resplandores amarillos en torno a las pupilas: ojos de ángel o de demonio.  De aquello hacía casi tres años. Todas las mañanas de los dos primeros, a las 7:45 en la estación de Nuevos Ministerios. Ella se bajaba en Campo de las Naciones y él continuaba hasta laT4. Pronto, las miradas fugaces de primera hora de la mañana no eran suficientes y comenzó a probar distintos horarios de regreso, pero nunca logró coincidir. Hasta que la empresa perdió la concesión y el perdió su trabajo. Entonces pudo dedicar todo un año a elaborar un detallado horario de sus rutinas diarias. Bajaba en el Campo de las Naciones y luego continuaba caminando por Ribera del Loira durante unos 15 minutos. Los martes y jueves, usaba la pausa del almuerzo para ir a un gimnasio cercano y regresaba normalmente a eso de las 17:30, salvo que se quedara hasta un poco más tarde o que fuera viernes, día en el que solí

Una cena tranquila

Cenó despacio, cuidando de masticar lentamente todos los alimentos. Rebañó cada rincón del plato y se volvió a demorar en el postre. Quería ganar tiempo. Luego salió renqueante y se dejó caer pesadamente para que lo llevaran a rastras. Durante todo el camino procuraba ir enganchando pies y manos en cada marco de puerta que atravesaban. Su intervención final fue la mas larga de la historia de Texas, pero igualmente fue inútil. Terminó atado a la silla. Cuando le taparon la cabeza pidió por última vez que miraran el correo por si llegaba el indulto. Pero la bandeja de entrada continuaba vacía. Incluso cuando el sacerdote comenzó a orar y llegaban a su cerebro las palabras que pretendían ser de consuelo, él seguía pesando que el perdón aún era posible. Un segundo antes de que el verdugo apretara el interruptor, el alcaide revisó por última vez su correo y el teléfono móvil... Nada. Una décima de segundo antes, su pensamiento seguía empeñado en darle esperanzas. Una décima de segundo despu

Mario y la Providencia

Volver atrás es imposible. Algunas veces. Otras, la Providencia, la Suerte o cualquier otra diosa pagana te guiña un ojo y te permite volver a tirar los dados. No me refiero a nada parecido a lo de El día de la marmota , ni a viajes en el espacio-tiempo. Simplemente sería una concatenación de circunstancias que te vuelven a poner en disposición de tomar decisiones distintas y rehacer tu pasado. Ahora mismo me está pasando. Como hace diez años, otra vez, la vida de Mario está en mis manos. Lo más probable es que, a pesar de corregir mi error, termine de nuevo en el mismo lugar. Aunque esta vez será por un asesinato como dios manda, y no por un mero homicidio frustrado.

Un eterno deseo de venganza

No le prestó atención. Pasó por su lado sin mirarle, sin ni siquiera decirle algo. Porque para cualquiera que observara la escena, era obvio que sabía que está a allí. El charco de sangre se había extendido por todo el suelo y sus lamentos se mezclaban con el ruído que subía de la calle. En aquel terrado sólo estaban los dos. Pero él sólo podía mirar hacia el cielo. Se acercó al borde del terrado y abrió los brazos. Antes de saltar, cerró los ojos y rememoró el día de su caída, la expulsión injusta del paraiso y el enorme y creciente deseo de volver a volar. Se alzó sobre la ciudad, ascendiendo en lentos círculos, cada vez más abiertos, perdiendo poco a poco de vista la imagen de Gabriel empapando el suelo con la sangre de su espalda y pensando en la manera de vengar una eternidad de destierro.

Aprender taxidermia

Todo comenzó con unos magnéticos ojos castaños. Luego fueron un culo geocéntrico, una sonrisa dulce, un pelo de anuncio, unas rodillas adorables, una boca generosa y sensual, unos dientes marmóreos, un ombligo profundo... Cientos de partes perfectas, repartidas en mujeres distintas. Las soluciones eran dos pero, como no soy un sociópata peligroso, opté por buscar en Google: "aprender fotografía". La excusa de las prácticas y el hacerlas sentirse modelos por un día me permitió por fin apoderarme de todas aquellas magníficos pedazos con los que ir construyendo mi mujer ideal. Pero, por mucho que yo me había esforzado, las proporciones y las luces, incluso las tonalidades de piel, daban como resultado una especie de mapa político de Europa. No me quedó más remedio que volver a pedirle asistencia a Google: "aprender Photoshop". Esta vez sí, tras muchas horas de práctica y esfuerzo logré montar mi mujer 10. El resultado era perfecto: justo como yo lo había soñado. El ú

Un pensamiento divino

He sido muchos, he sido uno. He sido uno y tres al mismo tiempo. He existido antes del tiempo, he dictado libros, he dictado sentencias; he castigado y he perdonado. Me han adorado los hombres bajo muy diversos nombres, y yo les he ignorado o les he ayudado, según mi capricho. He sido el creador de todo lo que vive y lo que no, y he estado en todas partes. Sin embargo, de unos siglos a esta parte noto que las ropas me van quedando grandes, que ya no puedo estar en todas partes con la misma facilidad que antaño e, incluso, que muchos hombres han dejado de adorarme. Mis poderes, que habían sido infinitos, hoy apenas me dan para sostenerme sobre unas endebles piernas. Yo, que he visto el pasado y el futuro, si no fuera inmortal, creería que me estoy muriendo. taringa.net

Un enero frío

Aquel enero hizo más frío en mi corazón que en la calle. Tenía 16 años, tres hermanos pequeños y una abuela que en lugar de meterse con mi nariz, alababa mi hermoso perfil romano. Ella había sido una presencia inconstante al principio, pero desde que comenzó a vivir con nosotros se convirtió en nuestra principal defensora y, por qué no decirlo, en nuestra primera financiadora. Eso sí, nunca nos daba el dinero a cambio de nada, debíamos ganárnoslo con pequeños trabajos que eran más una excusa que una verdadera labor. Aquel enero murió. Fue por la mañana. Y yo decidí que debía portarme como un hombre. No quisieron llevarme al velatorio, debía quedarme en casa con mis hermanos pequeños. No lloré la primera noche. En el funeral nos sentamos en la primera fila de la iglesia y todos los familiares y amigos nos ofrecían su pésame. Muchos me decían "se fuerte". Y yo quise entender que decían "no llores". Y no lo hice. Pero cuando volví a casa, y me senté delante de la

La falla

Lo pensaron la misma nit del foc : una gran torre de babel que a la vez fuera un calendario, un recordatorio de lo más importante acaecido cada mes. Quisieron contar con el mejor, con el más sabio, con el maestro que más premios había recibido y se pusieron manos a la obra a primeros de abril. Cada mes que pasaba se reunían y seleccionaban el hecho y la forma de representarlo. A finales de septiembre ya era evidente que los casos de corrupción debían tener un tratamiento especial, y decidieron poner a los imputados más sonados subiendo por una escalinata de cuerdas (que era la metáfora de los atajos ilegales). A finales de febrero el rey tuvo una caída en el cuarto de baño y pensaron que la imagen que coronaría la torre sería una bañera con cortinas blasonadas y con su propia ducha. Pero, cuando estaba la falla prácticamente acabada, el cuerpo del maestro no pudo más. Así que, como homenaje,  decidieron añadir sobre la estructura de la ducha un espíritu pícaro que representara al maes

Impaciencia

Después del infarto era cuestión de unas pocas gotas al día, sólo unas gotas. Y, poco a poco, su fuerza se iría apagando, su odio se haría más débil y la ira se terminaría acabando. Y, luego, moriría. Ese era el plan, sencillo, limpio, no el camino más corto, sino el más fácil para la libertad.  Tal vez haya sido el anuncio de que salía con los amigos, el prólogo usual de las palizas, o el descubrir su mirada lasciva escrutando mis movimientos por la cocina. No lo sé. Puede que me hablara el cuchillo. Que me dijera: úsame, no seas tonta, un corte certero en el cuello y todo habrá terminado. O puede que fuera, simplemente, un pecado de impaciencia.

Fiebre

El alboroto llegaba desde la calle, colándose por la ventana de la habitación. Alguien hebía roto algo de otro alguien y ambos estaban discutiendo a gritos la situación. El calor aumentaba la sensación de angustia, la fiebre alteraba sus sentidos y disparaba el volumen de todo lo que no fueran sus propios pensamientos. Junto a la mesita de noche la jarra de agua calentuja apenas tenía ya para medio vaso y el ruidoso ventilador del techo acrecentaba su estado de confusión más que mitigaba el calor. El sudor había calado el colchón y notaba también la almohada húmeda. Tener fiebre en el desierto es el colmo de un enfermo, pensó. O creyó que pensaba, pues los ruidos de la calle y el ventilador enmarañaban cualquier pensamiento que le viniese a la cabeza. Quiso salir de la cama para darse una ducha, pero las fuerzas no le dieron para siquiera sacar las piernas de la cama. Estaba condenado a seguir sudando hasta que alguien viniese a ayudarle o hasta que la fiebre se diera por vencida. El a

El regreso soñado

Muchas veces he soñado con tu regreso. Casi siempre por sorpresa, y casi siempre lo dejaba todo y te aceptaba de nuevo; el primer amor lo es para siempre, dice la canción. Pero ahora no estoy soñando, o al menos eso creo. Has vuelto, y me dices que no me has olvidado, que la vida te ha enseñado que al final lo importante son los sentimientos verdaderos... Y que yo soy lo único auténtico que hay en el baúl de tus recuerdos. Te miro y me sigues pareciendo bella, muy bella. Pero el tiempo ha pasado y en mis sueños tú y yo tenemos 20 años menos. El del sueño no se corresponde con el reflejo de mi espejo. Ya no soy ese. Y este ya ha dejado de esperarte.

Estás despedido

–No quiero hacer este momento más desagradable de lo que realmente es. Sabes como yo que la situación de esta bendita casa se ha ido deteriorando gravemente en los últimos años. Y ya no podemos continuar así. Debemos tomar medidas, por duras que estas sean. Hemos crecido y aprendido mucho en todo este tiempo. Y hubo un momento en el que incluso nos divertimos. No es una decisión sencilla, pero creo que es la mejor. Piensa que el futuro no está escrito, y que... – Un momento, ¿me estás despidiendo? – En cierto modo, sí... – Ya, pero resulta que esto no es una empresa sino una pareja. Yo no soy tu puto empleado. – Pero la casa es mía...

Es la mirada

No se trata, como dicen mis críticos, del pincel. Es la mirada. A casi todo el mundo le llaman la atención los detalles escabrosos, los elementos que rompen la armonía de una composición. En mis cuadros yo dirijo la vista hacia los elementos que encierran belleza, independientemente del entorno en el que se encuentren. Por eso me detengo en el codo de una anciana que parece el de una niña, o en el precioso detalle del color de los ojos de un insecto, o en la dulce quietud de un cadáver rodeado de sangre. La belleza resplandece en los rincones más insospechados, pero yo siempre sé cómo encontrarla.

La inmortalidad es un buen negocio

Hace años yo era el foco de sus bromas y abusos. Ser el empollón, el raro de la clase es una prueba diaria de estoicismo. Todos los que quieren destacar o, simplemente, alejar de si la ira de los demás se dedica a mortificarte. Pero ahora, todos ellos, todos los que son como los que se reían de mi, ahora me bailan el agua y se ponen en cola a las puertas de mi clínica para que yo decida si les concedo el favor de paralizar su proceso de envejecimiento celular. No hay duda de que la inmortalidad es un buen negocio pero, sobre todo, es también una magnífica venganza.

Silencio o disparo

Noticiassin.com La pistola llenó el estruendo de silencio. Luego vinieron el griterío y las huídas enloquecidas. Afortunadamente nadie quiso hacerse el héroe y el desalojo del local fue muy rápido, a pesar del desorden provocado por el pánico. Calculó que nadie habría salido herido, a lo sumo alguna contusión o un tobillo torcido por los empujones; nada grave. Sorbió nuevamente la sopa que ya comenzaba a estar algo más fría de lo que a él le gustaba y lamentó no haber esperado a tener servido el segundo plato. Pero es que a él le gustaba comer en silencio, y aquel restaurante era un auténtico manicomio en el que era imposible disfrutar de la sopa juliana con tranquilidad. Desde el final de la calle comenzó a acercarse una sirena. Seguramente en apenas unos segundos la policía entraría en el local. Deseó que antes de hacerlo apagasen la sirena: no quería volver a disparar.

Vendo sueños, y los tengo baratos

disfruuutalavida.blogspot.com Pues éste me lo suelen quitar de las manos, señora. ¡Cómo le digo! Éste es de los que enganchan; te lo pones una y otra vez y te levantas como nuevo, o como nueva. Seguramente le parecerá demasiado clásico, pero funciona a las mil maravillas. La playa es de arena blanca, de la que no quema los pies, el mar tiene reflejos verde esmeralda y hay palmeras por todas partes. Y no le digo nada de la pareja, ¡qué pedazo de mulato! Aunque usted puede escoger cualquier otra etnia: los escandinavos tienen también mucha demanda, pero dicen mis clientas fijas que el mulato les gana por varios centímetros. La caja lleva cinco comprimidos, que pueden ser del mismo sueño o de cualquier combinación de sueños tipo estándar. Otra cosa son los Golden Dreams®;  esos van dos por caja y garantizan un sueño en pareja. Pero son carísimos y, entre usted y yo, ¿a quién le apetece soñar con la persona que se acuesta a diario junto a uno? Bueno, ¿qué hacemos? ¿Le pongo finalment

El mejor escondite es un libro

guindasenaguardiente.blogspot.com En un tiempo en el que nadie lee, el mejor escondite es un libro. Lo tuvo claro nada más entrar en la sala. El crimen perfecto es aquel en el que sólo existen pruebas circunstanciales y nada te puede relacionar con la víctima. Había entrado en aquella casa como en tantas otras, ofreciendo una mirada desvalida y unas lágrimas de abandono por el video portero. El hombre accedió. (Siempre acceden ante la belleza frágil). Y, antes de que pudiera terminar de contarle una historia fascinante sobre sus libros, un abrecartas había buscado su yugular. Luego cogió un libro al azar, hizo un hueco agujereando las páginas, puso en él el abrecartas sin limpiar y depósito de nuevo el tomo en su lugar de la estantería. Nadie lo encontraría jamás. Miró la hora en su reloj inteligente y salió de la casa evitando las cámaras de bancos y tiendas.

Un sueño pintado de azul

El despertador hizo desaparecer a la azulada na'vi abruptamente. Enfadado, presionó el botón de silencio, al tiempo que intentaba rememorar de manera infructuosa los últimos instantes de la deliciosa ensoñación. El agua fría sobre la cara le hizo reaccionar y su preocupación pasó a ser la molesta erección que no le permitía aún orinar. Así que fue a prepararse el primer café del día. Y, como cada mañana a esa hora, al otro lado del patio interior la vecina se preparaba sus cereales. Aquella visión le terminó de espabilar. Entre sorbo y sorbo la miraba moverse por la cocina, con la frescura de la juventud y la seguridad de saberse observada. Casi siempre ella le terminaba saludando asomada a la ventana, y esa era la señal para comenzar con las prisas rutinarias. Cuando esa mañana por fin le saludó, casi se le cayó la taza al suelo. Pudo ser un reflejo o simplemente un deseo, pero lo cierto es que la notó azulada. Supo que el día se le haría muy largo, deseando volver a conciliar

Un plano corto, una teta y un mal guión

elsenorgordo.com La película es una supuesta comedia. Sin embargo, apenas hay ocasión para la risa: unos personajes exagerados no siempre resultan graciosos. El guión no sabe sacarles provecho. Y el director se ha perdido en una sucesión de planos cortos, con los que resulta mucho más obvia la inexpresividad de los actores. Es mala, mala de solemnidad. Y, sin embargo, mis dedos se han quedado paralizados en la segunda presilla, absorto en la labor de confirmar el diagnóstico inicial. Ella me pregunta qué por qué no sigo, que si me pasa algo. Y yo dejo pasar mi primera oportunidad de tocar una teta por un traveling de primeros planos que es la primera situación realmente cómica de la cinta. Entonces se levanta airada y avanza por el pasillo camino del cartel verde de Exit. Y lo único que pienso es que la situación sería ideal para una típica comedia adolescente de los 80. La escena funcionaría muy bien.

Todo un conjunto de gestos

Ha lamentado cada día aquellas palabras. Y no sólo las palabras. Al "que te jodan" le siguió una pausa dramática y una altiva media vuelta, un alejarse despacio (como esperando escuchar su nombre) y el borrado de una entrada en la agenda del móvil: todo un conjunto de gestos de despedida definitiva.

Una laguna de sueños

Comenzaba el año y todo el mundo a su alrededor se abrazaba y brindaba con champán –que en su casa o se bebía champán-champán o mejor se tomaba sidra. Los niños seguían revoloteando alrededor de la mesa, a pesar de la hora y un año más había logrado que en su casa se vieran las campanadas de televisión española: las de toda la vida. Sólo su mujer (la más guapa de su promoción), no mostraba alegría ninguna. Y se dio cuenta de que no recodaba verla sonreír en ninguna de las nocheviejas anteriores. Le preguntó "¿qué puede ser tan terrible que te entristezca cada Nochevieja?" Ella respondió "es comprobar como la enorme laguna de sueños rotos cada año es mayor, hasta el punto que ya casi me ahoga". No quiso pensar en el significado de aquello –no era el momento–: "pues que no te lo noten tus hijos".