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Mostrando entradas de junio, 2017

El hombre que imagina tempestades

Hay un lugar en la costa escocesa que apenas se nombra en los mapas, ya que allí solo viven dos ovejeros mayores de 60 años, una maestra jubilada que terminó profundamente cansada de la gente, el padre Miller, un cura católico que perdió su rebaño hace décadas y un antiguo farero. El lugar es inhóspito, en cierta forma salvaje, tan lejos de todo que ni siquiera sufrió los efectos de la revolución industrial. Bueno, uno sí: el abandono. Yo lo descubrí de casualidad. Los estudios sobre el cambio climático en los que colaboro han sembrado de balizas meteorológicas el mar del norte. Y fue en una de esas jornadas maratonianos de análisis de datos que di con ella. Una estación que parecía recoger más tormentas que las demás. Pensé que estaba estropeada, así que la cambiamos por una nueva y con mejor equipamiento. Pero la anomalía se volvió a manifestar. Fue la curiosidad científica la que me llevó hasta allí. Fue la simpatía de la vieja maestra la que me inclinó a aceptar su invitación par

23 notas

Cuando los títulos de crédito fundieron a negro, la melodía que había servido de  hilo para trenzar el desarrollo de la película siguió sonando en su cabeza. Primero de forma silenciosa, pero al poco tiempo como un tarareo suave. Las imágenes apenas volvían, tan solo la música y los colores brillantes de la fotografía. Dos historias paralelas, la triste de la música, frente a la feliz de las luces. No sabía con cuál quedarse. Las 23 notas borraron esa duda, adueñándose del pensamiento mientras el coche, casi sin conductor, dejaba atrás el cine.

Adiós, amiga

La niña había dejado sobre la mesa la tableta. Su padre no había podido rescatarla del silencio oscuro en que se había sumido. La sensación de vacío que sentía era demoledora, mucho más profunda que la sufrida cuando su amiga Lali tuvo que mudarse y ya no pudo verla cada día en el colegio. Laura no podía recordar un momento más triste que este. "Papá, ¿se ha muerto mi tablet ?" "Me temo que sí, cariño." "¿Y hay un cielo para las tabletas?" El padre, sorprendido, guardó unos segundos silencio estrujándose las neuronas para ofrecer una respuesta a la altura de su hija: "No lo sé, pero si lo hay, seguro que la tuya estará allí. Y se lo pasará genial con las otras tablets, poniendo videos de YouTube y leyendo libros interactivos todo el rato". Paula esbozó una sonrisa, volvió a coger el aparato y le dio un beso a la pantalla. "Espero que te diviertas mucho. Gracias por haber sido mi amiga".