Casi todo el mundo comentaba su belleza, su mirada lánguida, la gracia de sus movimientos al pasear por la alfombra roja camino del Kodak Theatre. Al día siguiente en los programas de televisión de todo el mundo se estudiarían cada una de sus miradas, cada una de sus caídas de ojos, las arrugas de su vestido, o de los alrededores de sus ojos. En las portadas de los diarios de todo el planeta aparecería su rostro radiante al recoger la estatuilla.
Pero lo único que nadie diría es que, a su paso, iba dejando un rastro de melancolía casi tan grande como el de ojos admirados que se volvían a mirarla.
Pero lo único que nadie diría es que, a su paso, iba dejando un rastro de melancolía casi tan grande como el de ojos admirados que se volvían a mirarla.
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