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Mostrando entradas de mayo, 2008

Intermedios

Construyó una alhambra de ensoñaciones en las que él siempre aparecía a lomos de un caballo blanco. A veces al volante de un mercedes. Siempre con el cabello mecido por el viento, siempre en el momento justo, siempre luciendo una magnífica sonrisa profidén. Tal vez por eso, cada vez que le pedía perdón y le rogaba que no lo abandonase, ella echaba mano de sus sueños y volvía a su lado, inmune a los gritos y las palizas que no eran más que intermedios en su futuro perfecto.

María

Deslicé los ojos por el grandísimo árbol genealógico. María, hija de María. Hija, a su vez de María, que fue hija de María, la hija de María. – ¿Qué te parece? – Me preguntó. – Ahora lo entiendo: siempre Virgen María.

Sueño con Alicia

Me acaricia con la punta de la lengua. Un escalofrío agradable y cálido recorre toda mi espalda. Su cabello me resbala sobre el pecho, como una mano echa de millones de aterciopelados dedos, mientras su boca va buscando mi sexo. Entonces soy consciente de que duermo. Sólo en sueños podría estar con Alicia así. Y me despierto entristecido. Acudo al trabajo de mal humor, con el desánimo incrustado entre los ojos. Hasta que la veo de nuevo. Su sonrisa me da fuerzas para esperar hasta la noche. Lástima que quien le pasa el brazo por la cintura no sea yo y que el retrato esté en la mesa de Fernández y no en la mía.

Amor total

No quiero dejarla sola. Acabo de besar el hueso y entonces me dejo arrastrar hacia la salida. En la puerta un policía vomita sobre los rosales que tanto le gustaban a ella, y la gente aparta sus ojos de mi con repugnancia. ¿Cual es mi pecado? Quererla sin mesura. Quererla hasta más allá de la muerte. Quererla mía para siempre. ¿Que me costará explicar que no la he matado? ¿Que me llamarán caníbal? Me da igual. Ahora ella está dentro de mi, yo soy ella, ella soy yo: el amor sublime, el amor total.

El salto

Lo más difícil era colocarse justo al otro lado de la bandarilla, con el vacío —en todos los sentidos— bajo sus pies. Lo sabía bien porque no era la primera vez que lo intentaba, aunque sólo su familia más cercana lo sabía. "Tan sólo un paso y se acabará toda esta angustia" pensó. "Sólo un pequeño impulso". 50 o 60 metros más abajo el riachuelo fluía torpemente por un cauce que parecía a punto de quebrarse. Se sintió sólo. Mucho. Esta vez había amenazado con hacerlo, pero en el fondo nadie lo consideraba capaz ¿Por qué hacerlo? ¿Acaso no había fracasado la primera vez? Respiró profundamente y, luchando con su propio cuerpo, saltó. Y, por unos instantes, todo pareció estar justo en el lugar que le pertenecía por naturaleza. El tirón de la cuerda lo devolvió al mundo. Luego vinieron los aplausos de los curiosos y los árboles como manchas moviéndose a su alrededor. No todos los días hace uno puenting.

Cae el luto

La he visto sonreir. Su mirada se ha posado sobre la disparatada pareja que hacía equilibrios sobre una castigada moto, entre el aún más disparatado tráfico de la ciudad. Ambos demasiado gordos para estar sanos, demasiado viejos para ser jóvenes y demasiado feos para ser dignos de atención. Y, sin embargo, a pesar de todo eso y contra todo pronóstico ellos parecían felices, esquivando coches, inclinando sus cuerpos al unísono y venciendo a la gravedad cada vez que hacían una ese entre las hileras de vehículos. Ha sonreido. Y eso significa que el luto al fin ha comenzado a caer de su corazón, que dentro de poco volverá a ser mi momento. Y, en esta ocasión, no pienso renunciar a ella.

La canción del insomne

A veces me despierto en mitad de la noche envuelto en sudor. La culpa es de una pesadilla recurrente en la que un ratón Mickey malvado me persigue con un pico en la mano. Su intención, siempre la misma, es clavármelo en mitad de la cabeza. Siempre lo consigue, por más que intento despertarme. Siempre también, cuando lo hace, me viene a los ojos un viejo cartel que durante días aterrorizó mis noches infantiles: un calvo con la cabeza de un pico incrustada en el cráneo. Una de esas noches de pesadilla me pareció oir unas voces lejanas, que subían y bajaban de tono, como en una discusión. No les presté atención. Posteriormente, en una reunión de la comunidad de propietarios del edificio, alguien se quejó del cantante noctámbulo. Y hace una semana, en medio de una noche terrible vigilando la fiebre de Álvaro, abrí la ventana y le oí. Cantaba sin demasiado oído, sin acompañamiento musical, pero con un ímpetu impropio de la hora. Cantaba sin pausa. Hasta el amanecer. Y siempre canciones de d

Muchedumbres existe

Muchedumbres no se encuentra en ningún sitio, pero existe. O existió. Nació de la mente de un mediocre escritor, como trasunto personal de Macondo . Incluso, en su primera versión se encontraba en una Sudamérica imaginada, entre la sierra y la selva. Más tarde la trasladó a España, convirtiéndola en una ciudad más cercana, aunque todos sus vecinos viajaron con ella hasta su nuevol espacio. Muchedumbres, ya digo, se encontraba en los recovecos de la mente de un escritor frustrado. Tuve conocimiento de estos detalles hace apenas una semana y hoy, como entretenimiento, he tecleado el nombre en Google Earth . De pronto, el vuelo de la cámara se ha detenido sobre una estribación de la Sierra de Gádor, en su vertiente norte, allí dónde la trasladó su inventor. En la pantalla no se veían casas, ni siquiera caminos que pasaran cerca y no hay registrado ningún paraje o negocio que contenga la palabra muchadumbres. ¿Cómo ha podido un error informático (pues no encuentro otra razón) dar lugar a e

Mi nombre no tiene letras

Me llamo Álvaro. Eso dicen mis papeles. Y mis padres. Y mis amigos. Pero yo creo que no soy nadie, apenas un instante en el transcurso del tiempo, un accidente intrascendente en la historia del Universo. Mi nombre, como yo, no es importante. He querido borrar sus letras, dejarlo completamente en blanco, pero en el registro civil no me lo han permitido. Es Estado debe poder nombrar a sus ciudadanos, me ha dicho el funcionario. No obstante, ahora firmo sólo con una cruz, dejando muy claro que no es una letra. Tan sólo volveré a añadirlas si hago algo que me permita dejar de ser un minúsculo elemento en el infinito devenir de la energía.

El viejo y los papeles

El hombre debía realizar un enorme esfuerzo para mover sus piernas. Por cada paso que el anciano lograba coordinar, pasaban a su lado docenas de transeúntes. Desde su ventana, al oficinista le parece que anda a cámara lenta, como en un anuncio de perfumes de los que se ven en navidades, pero sin efectos de cámara. El oficinista imagina que su pensamiento es un buen argumento para una historia, o para un anuncio de perfumes de los que se ven en televisión. Entonces el viejo lanza al suelo unos papeles y el oficinista que hasta ese momento le miraba con aprecio, hasta con compasión, tuerce el gesto contrariado y vuelve su mirada a la hoja de cálculo que le espera con una fórmula a medio escribir.