Se pasaba las horas asomado a la ventana, observando los retazos de historias que se producían en el espacio que su mortecina visión le permitía alcanzar. Diariamente había ido aumentando el tiempo que pasaba mirando sus novelas reales, como les llamaba. Conocía a los viandantes habituales, el horario de los sometidos a las rutinas de los trabajos y hasta a los niños que a diario atormentaban la siesta de los vecinos con sus juegos.
Un día comenzó a imaginar el antes y el después de lo que pasaba ante su ventana y, al poco, se lanzó a escribirlo. De resultas, apenas dormía: miraba de día y escribía de noche.
Ella llamó a su puerta un jueves y sin presentarse le pidió que la acompañara a la calle. Pero a él no le pareció seguro ir con aquella especie de loca. Y le cerró la puerta. Desde la escalera, gritando para que la oyera, le dijo: "¿No es mejor vivir la propia vida que gastarla espiando la de los demás?
Un día comenzó a imaginar el antes y el después de lo que pasaba ante su ventana y, al poco, se lanzó a escribirlo. De resultas, apenas dormía: miraba de día y escribía de noche.
Ella llamó a su puerta un jueves y sin presentarse le pidió que la acompañara a la calle. Pero a él no le pareció seguro ir con aquella especie de loca. Y le cerró la puerta. Desde la escalera, gritando para que la oyera, le dijo: "¿No es mejor vivir la propia vida que gastarla espiando la de los demás?
Comentarios