Ha dejado el grifo correr. Mira como el agua huye por el desagüe y espera que sus pecados se vayan detrás. El agua cae sobre su cabeza, se mezcla con las lágrimas y el sudor, arrastra el jabón. Pero el dolor se queda, las miradas asustadas permanecen, el miedo de los otros le sigue impregnando. Finalmente sale de la ducha y busca la tibieza de las sábanas, el calor de un cuerpo que le ama. Pero todo revive de nuevo en los sueños, donde los torturados piden clemencia constantemente.