Durante años hicimos caso omiso de los científicos que nos avisaban del peligro. La mayoría del mundo los tomaba por apocalípticos aguafiestas, seres ansiosos y exagerados en busca de sus dos minutos de gloria en la televisión. Luego, cuando los cambios comenzaron a producirse no quisimos darnos cuenta y los atribuimos a jugadas del destino o al designio divino.
Pero ahora, cuando todo está perdido, cuando es evidente que la mayor parte de las ciudades están abandonadas, cuando las riadas de desplazados inundan los campos, cuando miles de personas mueren a causa de los ataques, es cuando nos damos cuenta de que, verdaderamente, las ratas no eran nuestras compañeras de viaje en la civilización, sino un auténtico cuerpo de asalto que, gracias a miles de derrotas, ha aprendido a combatirnos y a vencernos.
Pero ahora, cuando todo está perdido, cuando es evidente que la mayor parte de las ciudades están abandonadas, cuando las riadas de desplazados inundan los campos, cuando miles de personas mueren a causa de los ataques, es cuando nos damos cuenta de que, verdaderamente, las ratas no eran nuestras compañeras de viaje en la civilización, sino un auténtico cuerpo de asalto que, gracias a miles de derrotas, ha aprendido a combatirnos y a vencernos.
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