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Mostrando entradas de 2011

Desmoronamiento

Foto: Urbanity.es El muro de hormigón se derrumbó de abajo hacia arriba. La base, cansada de mantener el peso de los metros superiores, se fue convirtiendo en polvo, en poco más que arena de playa gris. Y el resto de la pared fue colapsando a medida que se deshacían los centímetros inferiores. No podía ser aluminosis, tampoco un efecto de la erosión. Detrás de aquel inexplicable fenómeno había ago más, algo inexplicable que había estado derrumbando diversos edificios alrededor de todo el mundo. Los grandes iconos de la arquitectura del siglo XX caían uno tras otro: las grandes torres del sudeste asiático o de Oriente Medio, el nido de Pekín y, ahora, la ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia... Pero también caían los edificios normales, los poblados por la gente, los que de verdad suponían una catástrofe  para sus habitantes. No era aluminosis, pero los científicos de todo el mundo se esforzaban por encontrar una razón: una bacteria come hormigón, un sabotaje en gran es

Soy bueno con las palabras

http://dayoaddiction.blogspot.com Soy bueno con las palabras, por eso ellas vienen en mi auxilio cuando las necesito. Apenas tengo que pensar. Acuden raudas a mi boca y llenan con sus fonemas el silencio. Explicar una idea, consolar, decir una verdad dura, mentir para evitar una dura verdad... Siempre encuentro las palabras adecuadas. Por desgracia, mis ojos son rebeldes. Puede que se sientan maltratados por las gafas tempranas, las operaciones o las horas excesivas de pantalla. Lo cierto es que mis ojos nunca colaboran: cuando mis palabras quieren parecer seguras, ellos se muestran nerviosos y, lo peor, cuando uso palabras mentirosas, mis ojos componen una mirada huidiza que me delata. Por eso procuro no mezclar ojos y palabras; por eso, usted lector, nunca me encontrará hablando en un video de YouTube o en televisión, y sólo sabrá de mi a través de los retazos de historias que tejo con las palabras para este pequeño mundo al otro lado de la Red.

Tirando a dar

El descampado sonaba tal y como lo hacen dos piedras al chocar. Jugábamos a lanzar lo más lejos posible diversos pedruscos, aunque siempre ganaba el mismo. La fuerza de su brazo era incomparable a la del resto y, una vez tras otra, sus lanzamientos nos sumían en la más profunda humillación. No lo preparamos, surgió así. Un día decidimos cambiar las reglas y dividirnos en dos equipos. Nos situaríamos a ambos lados del descampado y arrojaríamos las piedras los unos a los otros, tirando a dar. Cada uno tendría tres vidas: herido, grave y muerto. Y estaba prohibido llorar. Como nuestro entrenamiento había consistido en lanzamientos lejanos, lográbamos pegar duro, pero casi nunca con acierto, al menos hasta que pasados unos minutos comenzamos a acercarnos más a los objetivos. Y él era nuestro objetivo prioritario. La primera pedrada le dio en la rodilla, la segunda, casi inmediata, impactó en su pecho, y la tercera le acertó en medio del cráneo, cuando se agachaba por el dolor de las ante

Tesoros escondidos

Comprar libros compulsivamente tiene dos graves inconvenientes. El primero es el espacio, o la falta del mismo. El segundo es la frustración que genera ver crecer de forma constante el montón de libros por leer. Sin embargo, la acumulación y el tiempo generan también las condiciones necesarias para el descubrimiento. En ocasiones, cuando uno rebusca entre los libros del montón, descubre un tratado sobre Bizancio que no recordaba, o la penúltima novela del último premio Nobel. Y entonces, sin ni siquiera quitarles el polvo, comienzas a leer porque ya no es libro, sino un tesoro, un tesoro escondido que hay que gastar de inmediato, antes de que el tiempo u otro pirata lo vuelvan a esconder irremisiblemente.

Mi depresión

Foto: animalesmascotas.com Vaya por delante que estimo a Nelson Pisa y lo considero mi amigo. Es un argentino de libro: psicólogo, medio poeta, hincha de Boca y creyente del marandonismo. Nelson tiene desde hace un par de años un perrillo de esos que destacan por su comportamiento nervioso, el poco pelo y los ojos de lunático. El perrito saltaba todo el rato alrededor de cualquiera que estuviera cerca y, si no se le hacía caso, llamaba la atención con sus ladridos chillones. Sin embargo, desde hace dos meses el perro ha dejado de caminar. En cuanto sale a la calle se sienta y se convierte en una pequeña estatua que hay que arrastrar durante el paseo. Apenas se mueve para orinar y tampoco se preocupa en marcar como antes sus esquinas favoritas. Nelson tiene que terminar el paseo cogiéndolo en brazos, ya que arrastrar al can no sólo es incómodo, sino que tiende a concentrar las miradas de reproche de los transeuntes. El comportamiento es tanto más extraño cuanto que en casa vuelv

La pequeña necesidad

Cuánto detesto esa pequeña necesidad que tenemos los humanos. Perdemos la razón con tal de sentirnos amados. Si no la tuviéramos seríamos más libres. Cuentan que hubo un tiempo en el que los sentimientos estaban proscritos por la religión. El único amor posible era el que se debía profesar por los dioses y sus representantes en la tierra. En ese mundo habría estado prohibido enamorarse de ti, y seguramente el miedo al castigo hubiera obligado a mis ojos a no mirarte. Pero, por desgracia, no es así. Y no soy libre, ni me obligan mis dioses, pero resulta que te has convertido en mi pequeña necesidad.

Una vida de cine

Se lo oyó a un viejo profesor hacía muchos años: "la mejor versión de la vida está siempre en el cine". Él se lo creyó, y centró su propia vida en las imágenes proyectadas. La mayor parte de sus vivencias eran tomadas prestadas del cine. Incluso, las fiestas familiares sólo se fijaban en su memoria cuando las revivía a través de los vídeos caseros. Por eso, cuando escuchó de un oscuro personaje cinematográfico que "el cine siempre copia a la vida" pensó que todo su Universo era una burda copia de otra realidad.

El álbum de fotos fantasmas

En una décima de segundo todo cambia, y las esperanzas vuelan, se escapan de unos labios que ya no saben rezar. El diagnóstico es el mismo. Mi padre, mi hermano, y ahora yo. Todos marcados por el estigma del cáncer. Todos condenados a una muerte temprana y dolorosa. No me asusta la certidumbre, casi me alivia. Pero las lágrimas de mi madre son insoportables. Ella quiso seguir creyendo más allá de toda lógica, y se refugió entre las tres primeras filas de la iglesia. Al menos le quedará el consuelo de los rezos y las charlas con el cura. Y quitar de los álbumes todas las fotos en las que yo salga, como hizo con las de mi padre y mi hermano: un álbum lleno de fantasmas de fotos que, aún sin estar, provocan el dolor del recuerdo.

El fetichista cúbico

Pasear es un entretenimiento muy aburrido, a no ser que se haga por un objetivo más elevado, como renovar el vestuario, despellejar a media escalera o poner coto al colesterol. Y, a veces, ni aún así. Mi caso, como el de muchos, tenía que ver con los malditos triglicéridos, que aún no sé que son, pero sé que no son buenos. Comencé a dar largos paseos por la ciudad, con una querencia casi natural hacia la orilla del mar. Al principio me entretenían los paisajes pausados de la propia urbe, tan extraños para un animal sedentario como era mi anterior yo. Pero pronto los árboles mecidos por el viento y las nubes de formas caprichosas me comenzaron a hartar. Afortunadamente, una moda nueva vino en mi ayuda. Por aquel entonces, con la excusa de las transparencias, las mujeres comenzaron a llevar tanga y me sorprendí a mi mismo intentando averiguar si las paseantes con las que me cruzaba lo portaban o no. Mis ojos se especializaron en dicha materia y expertos escudriñaban en la parte alta de

Los hoyuelos

Vigilaba sus pasos con el rabillo del ojo, atento al movimiento de los hoyuelos. Mientras, el masajista seguia amasando sus músculos con la determinación de un cruzado medieval. Los recios brazos sacudían sus piernas, condoliendo cada una de las fibras flexibles de sus gemelos y haciendo que un hilo de estremecimiento recorriera su espalda buscando un indeterminado lugar cerca de la sien. Los hoyuelos, simétricos y preciosos, se habían parado cerca del suelo. Unos centímetros por encima del bikini, adornados por restos de arena en sus alrededores: hasta el color de la prenda aportaba belleza al conjunto. Boca abajo, con las piernas doloridas y la espalda comenzando a ser masajeada, las miradas ya sólo podían ser a intervalos, aprovechando los momentos en los que la maza de dedos se alejaba del cuello. La dueña de los hoyuelos se movía imperceptiblemente. Cada vez que podía fijarse en ellos, estos habían modificado ligeramente su ángulo de inclinación. Puede que estuviera leyendo s

Hablando de correr

Murakami escribe sobre aquello de lo que habla cuando habla de correr. Yo no podría. No podría porque la mayor parte de las veces no pienso en nada más que en mantener el ritmo del movimiento de mis piernas. Pero es que el resto del tiempo pienso en estupideces del tipo ¿seré capaz de pasar a la del culo estupendo antes de que pasen 40 segundos? O simplemente me concentro en que mi juego de brazos no me haga parecer un payaso. Supongo que la razón de estos pensamientos tan poco profundos es que no soy Murakami. Aunque también es posible que, en realidad, no seamos tan distintos y que simplemente él mienta cuando habla de correr.

La mejor novela de la historia

Yo he imaginado la mejor novela de la historia y, luego, la he olvidado. Cada noche, antes de que el sueño me alcance, vienen a mi mente historias de todo tipo: desgarradas tragedias amorosas, hilarantes comedias o terroríficos relatos psicológicos. Todas ellas las percibo como una película en alta definición con signos de puntuación. Desgraciadamente, el sueño provoca un efecto similar al de una explosión nuclear. Alrededor del punto de impacto no queda nada vivo, salvo el recuerdo adormecido de una buena historia, desaparecida entre las brumas que la noche teje en torno a mi memoria.

El puzzle

Foto: foropuzzles.com No tenía nada de especial. A nadie le llamaba la atención su rara belleza, ni su voz neutra, ni sus ojos que ella creía soñadores. Apenas tenía amigos fuera de los seguidores de Internet, desconocidos a los que ofrecía pequeños retazos de su anatomía cada domingo por la tarde. El aburrimiento, o tal vez la desesperación que conlleva la soledad, la llevaron a aquella web de videos. Comenzó a crear los suyos por curiosidad, con más vergüenza que morbo. La inocencia de aquellas imágenes que pretendían ser provocadoras inicialmente pasaron desapercibidas. Pero, como suele ocurrir en la red, lo que no tiene ninguna gracia puede llegar a convertirse en un fenómeno viral. Poco a poco los usuarios de la página que la seguían iban creciendo en número, sobre todo hombres, pero también algunas mujeres. Durante un tiempo tuvo también imitadoras y en lugares como Youtube se filtraron algunos de ellos. De pronto, era famosa. Aunque, en realidad, lo único famoso eran los pe

El niño sonámbulo

Puede que fueran las dos de la madrugada. No estoy seguro porque tenía mucho sueño. La luz de su habitación estaba encendida y se oían sus pasos ir y venir por el pasillo. Puede que el aumento repentino de luz me despertara. No estoy seguro. Le vi atravesar la puerta y perderse en la oscuridad del salón. Puede que llegara hasta el despacho. No estoy seguro porque aún no había reunido las fuerzas para levantarme. Cuando lo hice, lo encontré intentando arrastrar una silla enquistada en el borde de la alfombra. Puede que llevara los ojos abiertos, pero estaba dormido. Lo cogí en brazos y lo llevé hasta su cama. Cuando terminé de taparlo caí en la cuenta de que faltaba la almohada. Busqué en el pasillo, en el salón, en el despacho y hasta en la cocina. No apareció. Volví a buscar, incluso en la bañera, pero como él parecía no echarla de menos volví a la cama. A la mañana siguiente Carlos dormía abrazado a la almohada. Como siempre. Puede que el sonámbulo fuera yo. No estoy seguro.

El libro muerto

Lo vi de casualidad, entre montones de hojas prematuramente secas y los restos de basura de un solar que soñaba con ser rascacielos. Apenas quedaba color en sus pastas y el lomo había desaparecido hacía tiempo. Estaba abierto por la página 120. "El olvido es la facultad humana que nos permite abrir los ojos cada mañana y enfrentarnos al futuro sin miedos." Era la primera frase, una idea sencilla, directa, propia de un libro de autoayuda. Y falsa, como casi todas las de esa rama de la literatura fantástica, ya que el olvido es, en realidad, la facultad humana que nos permite cometer los mismos errores una y otra vez. Fruto seguramente de una mudanza descuidada, o de alguna separación airada, aquel libro ya no volvería a ser leído. Sus letras desvaídas apenas podrían aguantar un aguacero más y sus páginas terminarían formando parte de los vendavales otoñales. Cerré sus ojos, lo acomodé entre las hojas secas y seguí mi camino seguro de que mañana, cuando abriera los ojos, lo h

Un rosal en la solapa

Exagerado en sus ademanes, en su plúmbea prosa y en su expresión oral. Siempre vestido para la ocasión, plagado de complementos y suplementos tan elegantes como innecesarios. Siempre recargado. Por eso a nadie le extrañaron sus primeros desvaríos, como incluir palabras del castellano antiguo en su redicho hablar, o comenzar a portar bastones cada vez más grandes. Luego vinieron los pañuelos estrambóticos, las colonias inolvidables o los gemelos caseros. Sólo cuando entró a la misa de 12 con un pequeño rosal prendido de la solapa, el cura, y el resto del pueblo, tuvo plena conciencia de su enfermedad.

Mi jefe mueve la ceja

Una de las pocas ventajas que te proporciona la edad es precisamente la acumulación de experiencia. Tener más de 50 no me permite hablar de la Guerra, ni siquiera de a postguerra. Bastante de la Transición, el mayor logro de mi generación. Como decía, el tiempo vivido es sinónimo de acumulación de vivencias, que debidamente procesadas por el cerebro se convierten en experiencias de referencia. A lo largo de mis años de profesión, que han sido muchos, he tenido jefes de todos los colores: los ha habido cobardes, que se sentían atemorizados ante un joven universitario y me mortificaban con trabajos absurdos; los ha habido dictatoriales, que no se atenían a ninguna razón que no fuera la suya; los ha habido colaboradores y dialogantes, los menos. Jamás antes había tenido un jefe de porcelana. Hierático y silencioso hasta el ridículo, pero también colérico en la orden; sordo a la explicación y falso en la transmisión de la realidad. A este jefe que apenas mueve los labios cuando habla hay

@Orsai

La primera vez que oyó hablar de ella, pensó que estaría bien publicar en esa revista. Cuando leyó los primeros números, el pensamiento se transformó en deseo. Y, con el paso de las horas, el deseo terminó mutando a obsesión. Primero escribió decenas de mails a un tal Casciari, el editor. Luego comenzó a autocitarse en los comentarios de los artículos más leídos. Y, en un arrebato de desesperación, llegó a inventar una enfermedad terminal para dar lástima y que alguno de sus relatos llegara por fin a adornarse con la mención en aquellas páginas sagradas. Pero nada funcionó. Tras meses de infructuosa dedicación tuvo una idea, la idea. Escribió un cuento, uno de esos que no tenían más de 15 líneas, lo tituló @Orsai y esperó.

Lupita

Acostumbrada a pasar desapercibida en el inmenso comedor, siempre lleno de turistas hambrientos y platos repletos antes por la gula que por la necesidad, Lupita no pudo dejar de fijarse en aquella mirada que buscaba sus ojos para rápidamente esconderse tímida. Él, seguramente el hijo de alguno de esos yanquis que acudían a Playa del Carmen para olvidar durante una semana el indecente frío del Norte. Él, seguramente 5 ó 6 años menor que ella, pero con un cuerpo perfecto recién terminado de formar y una mirada clara y llena de ambición. Ella, apenas educada en una escuela rural. Ella, trabajando desde muy niña para ayudar en el hogar. Ella, minúscula a su lado, morena y frágil. Pero decidida. Lupita arriesgó su empleo buscando al muchacho en la piscina al terminar su turno. Lupita apostó el resto por aquel dios del norte que apenas sabía acariciar. Lupita puso en juego su alma en un viaje a la felicidad efímera de una semana. Acostumbrada a pasar desapercibida, Lupita se convirtió en

Aullar está sobrevalorado

http://aullidodelunallena.blogspot.com/ En la sociedad que vivimos aullar a la luna está sobrevalorado. No se rían, es cierto. Si yo me pusiera la próxima noche enfrente de su terraza a lanzar aullidos ustedes pensarían que soy un loco. O un genio. Puede que incluso un loco genial. A ninguno de ustedes se les pasaría por la cabeza que, simplemente, soy un idiota. Hay algunos actos que, inducidos por la historia o por la literatura, nos parecen el reflejo de un carácter destacado y brillante, aún cuando la naturaleza misma del acto sea una insensatez. ¿Cuántos de ustedes me compararían con Van Gogh si justo ahora me rebanase una oreja? ¿Por qué? Porque nos cuesta asumir la sencillez. Todo debe tener un sentido; en todo debe ocultarse un trasfondo que explica lo aparentemente inexplicable. Créanme, las cosas siempre son más sencillas de lo que creemos. Y, si ustedes se cruzan esta noche con alguien que aúlla a la luna, no se sorprendan, sólo quiere que le tomen por genio o por lo

La sombra hambrienta

Yo no sé ustedes, pero a mí cada vez me pasan cosas más extrañas. Tantas que, a fuerza de sucederme, ya he comenzado a dejar de extrañarme. Hace un par de noches, sin ir más lejos, noté que mis sombras ya no parecían mis sombras. Según caminaba en paralelo a la fila de farolas que iluminan mi calle, me di cuenta de que, a medida que mis sombras pasaban de largo ante mis ojos, parecían desvaídas. No sólo me parecieron menos intensas que de costumbre, sino que las noté algo más delgadas que yo mismo. En realidad, antes de llegar a casa ya había imaginado una explicación lógica: seguramente lo que sucedía es que yo mismo había adelgazado y no era demasiado consciente de ello. Posiblemente, si no me hubiera mirado en el espejo del ascensor, tampoco me habría pesado nada más entrar en el piso. ¡Tenía 2 kilos más que la última vez! Preocupado, hice lo único que se puede hacer en estos casos de desconocimiento absoluto: abrí el navegador y tecleé en Google: "adelgazamiento de sombra&q

Un amanuense para Irene

El azar y la genética a veces se ponen de acuerdo y le arruinan la vida al alguien. Este es el caso de Irene, que nació con la maldición de unas manos demasiado blandas para casi todo. Sus músculos, en apariencia normales, eran incapaces de ejercer la presión suficiente para que sus dedos lograran sujetar nada que tuviera más peso que una onza de chocolate. Acostumbrada desde niña a necesitar ayuda, puso su privilegiado cerebro a la tarea de torcer voluntades ajenas y hacerlas suyas. La belleza propia y la lujuria de los hombres se configuraron desde el principio como las principales herramientas para ello. Y desde muy pronto hubo siempre a su alrededor gente que la ayudaba a desarrollar todas sus tareas cotidianas. El azar y la genética a veces quieren compensar a una persona, y la convierten en un monstruo. Irene tenía amigas que le acompañaban de compras, hombres que le abrían todas las puertas y para ganarse la vida, dictaba durante 3 ó 4 horas por semana sus historias a un amanu

Teoría de los multiversos

En este Universo te miro dormir y paseo mis ojos por las suaves colinas que forman tus curvas sobre las sábanas. En otro, tal vez a millones de años luz, te despierto con mis besos y hacemos el amor a mordiscos. Pero en un tercero tal vez estés siendo despertada por otro, posiblemente tu primer novio, o tu segudo marido, o por los dos. Y todo puede que dependa del café que me tomé un improbable día de septiembre de 1987, o del color de la camisa que llevaba ese día. O de la hora y el minuto exactos en los que te di el primer beso. Estar en este Universo tumbado junto a tí, en una cama, no es más que el resultado de una infinita sucesión de azares que comenzaron con el Big Bang. Y, por eso, no es sino un milagro que en otro Universo yo, en lugar de estar escribiendo, ahora mismo estoy devorando tus pechos. Posiblemente, en ese mundo probable, en lugar de café tomé descafeinado, o llevaba una camisa blanca una tarde de septiembre de 1987, o te di el primer beso un segundo antes.

En mitad de un cortafuegos

El pelo ya ni siquiera ralea: se cae. Ves como el tiempo se acelera ante tus ojos y alrededor de ellos. Cada mañana ante el espejo asistes a un ejercicio de autoflagelación visual: aumentan la papada, las bolsas bajo los ojos, la tripa y la desesperación de saberse cada día un poco más viejo. Entonces entra la prisa. Hay que hacer todo aquello que se quiere hacer, y hacerlo cuanto antes, y porque es mejor hacerlo con pelo que sin él. Evidentemente, éste no es el mejor argumento, por eso todo se termina torciendo. Cambias de coche, de mujer, de aficiones y comienzas a correr. Porque correr es barato, lo puede hacer cualquiera y no necesita un horario específico. Así te sientes más joven. Lo que nadie te cuenta, lo que ni siquiera imaginas, es que terminarás a la mitad de un cortafuegos en el Calar Alto escarpado de 3 kilómetros, hundido, sin un gramo de fuerza ni de autoestima, esperando que una ambulancia todoterreno te saque de allí, o que un milagro en forma de bebida isotónica te d

A través de una botella de Alhambra 1925

Nadie más parecía darse cuenta de ello, pero allí estaba. A la izquierda del Sol y un poco por encima de la línea quebrada por la sierra que formaba el horizonte, un pequeño objeto brillante le hacía compañía durante las últimas dos horas. Sentado en lo alto de un columpio infantil, bañado por la cegadora luz del medio día, y por su propio sudor fruto del calor, Alberto miraba a través de una botella de cerveza Alhambra 1925 el sorprendente fenómeno. Al principio pensó que podría tratarse de un reflejo producto de un trozo demasiado grande de la llamada basura espacial, o un satélite o de la reentrada en la Atmósfera de alguna nave espacial americana, o china, porque los chinos estaban sumándose a cuanta carrera tecnológica hubiera. Sin embargo, sus conocimientos no alcanzaban más lejos y su natural pesimista señalaba en otra dirección. Tal vez se tratara de un meteorito en trayectoria de colisión; tal vez todos los gobiernos del mundo estaban ahora reunidos intentando evaluar las con

Ciñendo la realidad

Cazó las escotas de mayor y génova, ciñó el rumbo del barco al viento y esperó la segura escora. En esos instantes previos a la maniobra siempre podía sentir cómo la adrenalina le inundaba la sangre. Los latidos del corazón se aceleraban y, durante unos instantes, el miedo acudía a su mente. Afortunadamente, nunca se quedaba el tiempo suficiente como para inmovilizarle, y rápidamente sus músculos respondían ante los cambios en la inclinación del velero. Como siempre que el viento pasaba de los 8 nudos, la respuesta era ágil y rápida: a medida que la proa se acercaba al viento, el barco aumentaba su escora y su velocidad. Y eso le proporcionaba un indudable placer. Luego, la adrenalina se diluía, pero la sensación de libertad absoluta, de equilibrio inestable y peligro indefinido perduraban. Y como yonki que era de las emociones, no podía dejar de embarcarse en aquellos viajes de un par de horas en los que el mundo dejaba de ser importante. Trás la estela quedaban las apreturas de la

El marqués de Vacaverde

De su padre había heredado la incapacidad más absoluta para los negocios y una tendencia natural a la indolencia. Afortunadamente, de su madre recibió una suculenta herencia, un marquesado de nombre ridículo y una asistenta que, aunque sólo era un par de años mayor que él, llevaba toda su vida en la familia. Como cada noche, Vacaverde sintonizó su televisor en uno de los canales que menos se parecía a los demás y esperó la llegada de ella. Como cada noche, ella se arrodilló ante el marqués, le abrió la cremallera y comenzó a succionarle el pene. Durante años había vivido con la ilusión de que tarde o temprano se casaría con ella, primero creyó que la causa era su madre, pero cuando la matriarca por fín dejó en paz a los vivos, se dió cuenta de que el nuevo marqués nunca había tenido la menor intención de mezclar su noble estirpe con la de una simple criada. Al principio él también buscaba complacerla, sus encuentros furtivos estaban llenos de caricias, besos y hasta promesas, pero po

Nunca miento

No rechaces la opción que te ofrezco. Los desiertos estarán de nuevo en el fondo del mar cuando sea olvidado tu nombre. Hazme caso. Si dices que sí, los hombres y mujeres te venerarán por siglos, morirán y matarán por ti. A cambio, sólo tienes que decir que eres su hijo y que te manda a la Tierra para sembrar el amor y el perdón. Sólo tienes que decir que sí, Jesús, y tus sueños de inmortalidad se cumplirán. Satanás nunca miente...

Forrestman

Jorge Forestman siembre llevó con paciencia su apellido. Ser hijo de un americano en la España de los 70 era una extrañeza en sí misma; pero tener ese apellido en un mundo incapaz de pronunciar bien su propio idioma, añadía varios puntos a la intensidad de su exotismo. En el colegio pasó por varias fases, la inicial que llegó hasta el final, en la que nadie lograba vocalizar con la corrección aprendida de su padre el apellido maldito. Una segunda, en la que los compañeros lo asimilaban a los superhéroes que llegaban del cine: Supermán, Spidermán, Forresmán. Finalmente, una tercera, derivada del comienzo de la asignatura de inglés y de la traducción literal del apellido, en la que las burlas eran ya claramente el único objetivo de sus condiscípulos. Puede que de aquella época proviniera su obsesión, o de la herencia psicótica de su tío materno Enrique. La cuestión es que durante años intentó conciliar su vida con tal apellido. Primero, estudiando jardinería y luego, convirtiendo su c

Particular

El reino de las partículas es el de la incertidumbre. Pueden estar en más de un lugar a la vez, siempre que no las mires. O pueden enlazarse más allá del espacio como hermanas gemelas que sienten al unísono. Es en ese mundo improbable en el que se mueven también mis sentimientos. Puedo querer a dos mujeres a la vez y también puedo sentir un orgasmo al mismo que una tercera que viva en Nueva Zelanda. Sí, en el fondo soy un tanto particular.

Buscándose la vida

Una miríada de electrones debieron recorrer su cuerpo cuando rozó el extremo pelado del cable. Lo que vendría después ya lo conocía: el brazo adormecido, y un cosquilleo que poco a poco iría apagándose. Quiso concentrarse en aquel preciso instante, ser capaz de diseccionar luego aquellos segundos en momentos y lograr discernir si a lo largo de ellos, su vida llegaba a pasar delante de sus ojos. Pero, como siempre, lo único que sus ojos percibieron fue el rápido fundido a blanco previo a la pérdida del sentido.

La estatua, la abuela

El niño está escalando con dificultad la gruesa escultura. Una señora rotunda, de las de antes. De aquellas que por embravecerse se levantaban la pechera. Tal vez también para parecer más altas. Una Carmen como las de antaño: generosa de carnes y genio. Al niño le da igual, porque no entiende que una mujer así no le dejaría nunca encaramase de esa forma. Ella lo prendería en brazos y lo estrecharía hasta el extremo de la asfixia. O lo despotricaría, mandándolo a dar por saco a su madre. Seguramente, el escultor pasó algunos de los peores momentos de su vida con ella, pidiéndole que no se moviera, rogándole que frenara sus ímpetus de hacer algo, cualquier cosa que no fuera posar y estarse quieta. Y seguramente, también, luego añoró tenerla delante, con toda su contundencia y humanidad, recordándole como eran las Cármenes de otro tiempo, esas a las que tanto se pareció su abuela.

Desespejado

Me levanto con el regusto de una noche alcohólica aún en la cabeza. La sábana enrollada en la cintura me retiene unos segundos en la cama, tiempo suficiente como para que me plantee seguir unos minutos más en decúbito supino. Finalmente venzo a la sábana y a la pereza y encamino los pasos hacia el baño. Allí se me viene a la cabeza uno de los pasajes de Amor en los tiempos del cólera al escuchar el inconstante chorro caer en la taza. Para cuando me pongo delante del lavabo, el golpe de agua en la cara casi no es necesario, pero la costumbre obliga y le pago mi tributo mañanero. Ya mis ojos son mis ojos y, sin embargo, el reflejo que me devuelve la pulida superficie del espejo no es mía. Es alguien venido de más allá del tiempo y del espacio, alguien que dejó de ser yo hace demasiado tiempo. Y entonces se me ocurre un buen twett: "hoy estoy desespejado".

La posibilidad de una caja

Siempre he odiado las mudanzas. Como hijo de emigrantes y habiendo vivido parte de mi vida en casas de alquiler, cada cambio era una guerra en la que desaparecían muchos recuerdos y quedaban atrás paisajes y personas que hubieran podido ser mías. Esta mañana la oficina era una calle de Mostar y las mesas eran empalizadas improvisadas con cajas. En medio del desorden nos afanábamos por encontrar los restos de nuestros naufragios, repartidos con metódico descuido por todas partes. Entonces tuve la idea. Amontoné las cajas alrededor de mi puesto, construyendo con ellas un improvisado refugio de recias y efímeras paredes. Y, luego, debajo de la mesa, vacié dos cajas más con las que me hice un pequeño féretro en el que acurrucarme tranquilo hasta el final de la batalla. [Posted with iBlogger from my iPhone]

La camarera

Ella sonreía a todos. Desde su posición al otro lado de la barra, de cara a la puerta del local, aquella pequeña camarera controlaba a todo el mundo. Al mismo tiempo que servía las copas al grupo del extremo, conversaba con las chicas del centro y le indicaba al compañero que el trago al señor mayor con bigote debía ser largo, porque éste los agradecía repitiendo la suerte un par de veces. La chica no era guapa, aunque contaba con el indudable atractivo de los que se saben ganadores. Ella hoy podía ser el objeto de deseo de los borrachos más noctámbulos, pero su destino de princesa tarde o temprano le saldría al paso, bien en forma de príncipe azul, bien en la forma de un trabajo como actriz. Y mientras yo dudaba entre un brugal cola o un gin tonic con alguna ginebra de moda, ella me sonreía con paciencia, seguramente por costumbre, pero y también porque nunca se sabe detrás de qué curva se esconde tu destino.

Amnesia

No puedo encontrar el nombre entre las notas que se alinean en mi agenda. Tampoco la memoria me ayuda a aliviar la sensación de desasosiego. A veces, un rostro te para por la calle, te sonríe, te saluda, y te pregunta por la familia. La costumbre de fingir y la curiosidad te hacen parar y responder con simpatía. Incluso, le tocas el hombro para que se sienta cercano y le preguntas cómo le va. En realidad no te interesa saberlo, sólo estás ganando tiempo para que tal vez su voz, tal vez sus palabras terminen por darte la pista de su identidad. Suele ser suficiente, pero hoy no lo ha sido. Se ha despedido con un "a ver si me llamas por fin algún día". Lo he visto alejarse, igual de sonriente que cuando nos encontramos, y unos metros más abajo se ha parado con otro transeúnte. He pensado que, de la misma forma que yo tengo costumbre de fingir que recuerdo a la gente que me conoce, él puede hacer lo mismo. Igual que yo saludo a los que me mantienen la mirada al menos dos segundo

Contrarreloj

Sus ojos se han cruzado un par de veces en medio de la pista. El sonido atronador y el ritmo asincopado  que el DJ lanza desde su ordenador provocan juegos de luces que intensifican sus miradas. Él la sigue hasta la puerta del baño y le dice: – No puedo dejar de mirarte. – A lo mejor no lo intentas lo suficiente – le responde cortante ella. – A lo mejor es que no quiero intentarlo. Y tú también me has mirado. – Es que tienes pinta de loco. – Y los locos hacen locuras. Todo el diálogo transcurre a gritos y deben acercar sus cabezas para que las palabras atraviesen la barrera del ruido. Tras pronunciar locuras, los labios de él buscan el camino hacia los de ella. Y lo encuentran. Y ambos se enzarzan en un abrazo que les desgarra. En los 1,5 por 1,5 del retrete se desarman los peinados y se susurran te quieros sin oírse. Ahora la música marca el ritmo de su amor. Una patada en la puerta revienta el momento. Otello les arranca de su instante de eternidad y empuja al amante cont

Y el general levantó la cabeza

Le pareció que había dormido demasiado. No recordaba el momento en el que había cerrado los ojos y cualquier recuerdo le resultaba demasiado lejano. Esa fue la primera fuente de extrañeza. La segunda provino del lugar. A poco de abrir los ojos pudo darse cuenta de que descansaba en un espacio estrecho pero enormemente apolillado. Con apenas un gesto pudo desencajar lo que quedaba del féretro y así ganar algo más de espacio. La tercera fue no necesitar respirar. Añoraba la vieja sensación del aire atravesando sus fosas nasales, resbalando hacia dentro de su cuerpo. Después de eso, dejo de extrañarse. Salió del mausoleo con menos trabajo del supuesto. La verja estaba desvencijada y era obvio que el mantenimiento de la tumba se había suspendido hacía años. Luego encaminó sus pasos hacia la calle, atravesando el camposanto que una vez inauguró bajo palio, y al que había entregado muchos de sus más secretos inquilinos. Pudo notar las miradas de los pocos visitantes, pero no descubrió en el

Nena Daconte no tenía iPod

Fue dejando el rastro de su sangre en la nieve mientras él conducía como un salvaje. Los kilómetros vaciaban lentamente su cuerpo y ni él, ni ella, se daban cuenta. Nena dormitaba camino de París, soñando que caía lentamente desde un globo aerostático pintado de un solo color. Cuando por fin se dio cuenta de que el filo hilo rojo que había empapado su ropa le estaba vaciando el alma, ya era tarde. El salvaje apenas pudo llevarla al hospital y luego esperar a que el destino se la birlara y se burlara de él. Mientras estuvo viva, me dijo ayer tarde, siempre tuvo música en su cabeza. Incluso cuándo hacíamos el amor apremiados por el tiempo y el miedo a ser descubiertos. — Entonces hubiera alucinado con un iPod — respondí para arruinar su recuerdo. Pero mirando la foto de bodas desde la que sonreía a través del tiempo y del espacio, no pude por menos que imaginarla bailando con unos cascos blancos encajados en sus oídos.

Dejar de caer

A veces sueño que dejo de caer. En medio de la bajada, cuando la presión del aire que atravieso me deforma la cara en una sonrisa triste, el tiempo se para de golpe y la tierra rechaza mi abrazo atroz. No sucede siempre, la mayor parte de las veces, la incomparable sensación de libertad se interrumpe por el dolor físico de la caída, o por el brusco despertar (que no es más que otro dolor aún más físico). Pero cuando dejo de soñar que caigo, a la libertad le sustituye la sensación de poder. Sólo entonces, y sólo dentro de ese sueño, me siento capaz de pedirte perdón. [Posted with iBlogger from my iPad]

El cordón umbilical

En la oficina las noticias y las personas corren casi a la par. En un día normal es difícil ver a las secretarias atarear sus tacones por los pasillos; pero en los finales de mes, con el cierre de procesos y los contables apretando a todos los departamentos, el nerviosismo y las prisas se dan la mano para hacer de nosotros una caricatura del hundimiento del tercer Reich. Hoy es 30 de mayo. No digo más. Los incentivos están a la vuelta de la esquina y a las carreras habituales se le suman las risas más tontas que de costumbre y un mayor servilismo por parte de todos. Siempre he pensado que, en esta empresa, el 30 de mayo debería considerarse el día de los reptiles. Pero a media mañana ha pasado algo inaudito: en mitad del vórtice de actividad que es el final del mes de los incentivos, nuestros equipos eléctricos han sucumbido y se han interrumpido las comunicaciones. Adiós a Internet, adiós los servidores de trabajo, al correo, al teléfono, al fax; a todo. En un primer momento ha rein

Una muerte más

Un solo disparo, limpio y certero. La bala le atravesará el cerebro y no sentirá nada... Y todo habrá terminado. El francotirador se concentra con su propia respiración y centra su mirilla en el enemigo. Las órdenes no se discuten, pero no puede dejar de pensar que este enemigo, y todos los demás, son personas que tienen familias, que tienen sueños y esperanzas y que él será el responsable del dolor de las familias y de la ruptura de sus sueños. Da igual que sean terroristas, traficantes, revolucionarios o políticos corruptos. La sombra de la duda siempre existe. El dedo del gatillo se tensa y tras una profunda aspiración termina de recorrer el trayecto hacia el disparo. Al mismo tiempo que el sonido silenciado termina de extinguirse, el enemigo cae. Han muerto sus sueños y da comienzo el dolor de los suyos.

Ahora que ya no importa

Es una pena. Una verdadera pena. He elegido el nombre de Judas I y nadie le ha dado mayor importancia. He preferido vestir de negro y sólo ha despertado la ira de un par de famélicas monjas del servicio de cámara. Durante siglos hemos estado luchando por infiltrarnos en la institución, hemos hecho todo lo posible por pervertirla desde arriba hacia abajo y desde abajo hacia arriba con bastante éxito, por cierto. Y ahora que el hijo del oscuro ha cumplido la profecía y ha alcanzado el gobierno del pueblo de dios, ya no importa. Los hombres ya no creen en dioses, o al menos en los dioses antiguos. Nada de lo que yo pueda decir logrará arruinar más este edificio que ya está apolillado. He conquistado un país fantasma en el que casi nadie cree: unos porque consideran superflua nuestra existencia para explicar el mundo y otros, porque nos han sustituido por los más poderosos dioses del poder y el dinero. Ahora que ya no importa, hemos ganado la guerra y nadie se ha dado cuenta...

Germán Gloria

Una vida no es espacio suficiente para juntar todas las letras escritas desde los orígenes de la humanidad. Partiendo de esta premisa, la historia de Germán Gloria resulta aún más increíble. Germán, siendo aún casi un niño concibió el loco proyecto de copiar de forma manuscrita todos los libros del planeta. Eso sí, decidió eliminar del listado todas las traducciones y reediciones para no sobrecargar su objetivo. A los 25 años ya había copiado todos los textos en castellano de la Biblioteca municipal y se había convertido en el mejor cliente de la papelería local. A los 35, la papelería era suya y el municipio había habilitado una nave para el almacenaje de los manuscritos. Hoy, con 70 recién cumplidos continúa afanándose en su tarea. La nave repleta de folios manuscritos se ha convertido en el mayor atractivo del pueblo, aunque tuvo que vender la papelería por falta de tiempo para atenderla. Germán continúa escribiendo impertérrito, ajeno al mundo que le rodea, convertido en un símb

La rata

Durante generaciones ella y sus antepasados habían vivido a la sombra de la gran casa. Para ellas, un auténtico oasis en medio del implacable desierto, a pesar de los perros, los gatos y las trampas con los que los humanos de la casa intentaban acabarlas. A pesar de ello, en cuanto el viento de su desgracia comenzó a soplar, lo notó en lo más profundo de la espina dorsal. Y cuando el viento tiró el candil que prendió la cortina en la que se inició el incendio más pavoroso que jamás registraron las crónicas de la villa, ella ya estaba corriendo hacia la noche profunda y fría del desierto, sabiendo que desde ese mismo instante su vida no volvería a ser la misma.

Antes la noche

No miró más allá de las montañas, como le explicó su padre. Tampoco quiso que sus pasos cruzaran el río, como le pidió su madre. Prefirió quedarse en aquella oquedad oscura y húmeda que el miedo había convertido en refugio. Prefirió postergar la huída o la venganza por sollozar su desgracia a cubierto. Pensaba que así su destino sería menos pesado, que su pesar trascendería a dolor físico y que con algo de sueño éste desaparecería. Pero no fue así. La tarde le sorprendió aún doblado sobre sí mismo, rumiando un plan que le permitiera cruzar el río limpio de deudas con su pasado. Pero antes de eso, antes de expiar con sangre sus culpas, debería esperar a la noche en la que las venganzas cobran sentido y los pecados se ocultan con mayor facilidad. Acarició el acero del cuchillo y sintió cómo su poder le llenaba las manos. Deseó que para la noche, ese mismo poder le hubiera inundado el corazón.

El roto

Siempre es como un juego. Tus dedos acarician el tejido, lo manosean por todas partes hasta que finalmente encuentran el punto débil en la delicada urdimbre de los hilos. Entonces paran de buscar. Ya no hay necesidad de seguir haciéndolo. El roce digital se concentra en el eslabón débil, en unos pocos milímetros cuadrados que terminan cediendo por esfuerzo. Y aparece el roto. Es posible que inicialmente sólo quepa el extremo de una uña, puede que la del meñique, pero el juego debe continuar, exige continuar, para que el dedo penetre la tela. Ahí es cuando te das cuenta de que has ido demasiado lejos. Y el juego comienza en otra prenda.

Imperio

- ¡Alea iacta est! Aquellas palabras recién pronunciadas volvieron a sonar en su memoria. Estaba entrando en la historia de Roma posiblemente para siempre, pero no deseaba este desenlace. Incluso ahora, con sus partidarios humillados, con sus legiones al otro lado del Rubicón, creía que el asunto se arreglaría sin que se llegaran a cruzar las armas. Su última propuesta no podía ser más ecuánime: Pompeyo y él fuera de juego a la vez. Seguramente, el viejo Cicerón no podría volver a acusarlo de querer controlar Roma a cualquier precio. No obstante, había meditado mucho este paso y estaba dispuesto a llegar hasta el final que no era otro que conquistar todo un imperio, casi a la manera de Alejandro. Miró a su alrededor y fijó su atención en los ojos de un legionario cuyo cuerpo surcado de cicatrices dejaba constancia de sus largos años de milicia. Allí fue dónde César vió que ningún Pompeyo o Cicerón podría torcer su voluntad y se supo, por primera vez en esa campaña, vencedor.

Llueve sobre mi alma

Esta mañana apareció gris y tormentosa. La primavera se estrenaba con pocas ganas y la lluvia se convirtió en la protagonista del día. Cayó fuerte. Y yo estaba a la interperie. El agua chorreó por mi cuerpo, caló mis ropas y me llegó al alma, enfriándola y haciéndola encoger. Con el alma empapada todo parece terrible: las sombras se convierten en monstruos y todas las miradas son aviesas. El miedo y la depresión son los principales efectos de un alma humedecida. Y la mía estaba empapada. El día continúo tormentoso, peinado de vez en cuando por ráfagas de un viento más incómodo que frío. Y, hacia su final, no parecía capaz de cambiar el guión predeterminado la noche antes por el hombre del tiempo. Sin embargo, algunas veces, algunas almas son capaces de escurrir todo el líquido acumulado gracias a un beso, una mirada que se reencuentra o un roce de manos cómplice. Por eso, mientras el cielo volvía a reiterar su tristeza sobre mis hombros, debajo de mis capas de ropa y piel, amanecía

Cuándo éramos hijos

Vivir a escondidas de las preocupaciones, al cobijo de unos brazos más poderosos, sabios y grandes que los propios. Jugar a ser mayores, imaginando que los problemas siempre tienen solución. Jugar a ser salvajes, sin medir las consecuencias ni temer las represalias. Unir con saliva y lágrimas los desgarros en las rodillas; mentir con mirada huidiza sobre las causas de las heridas. Romper zapatos, pantalones y mochilas sin conciencia de coste; pedir el cielo y las estrellas sin miedo a pedir demasiado. Llorar cuando te duele, cuando te cogen, cuando te humillan, cuando te apetece, sin temor a resultar demasiado débil. Reñir con tus mejores amigos, cortar un hilo invisible y volver a unirlo con tijeras digitales. Contar tus sueños y tus miedos, y saber que siempre hay un último refugio entre los brazos de mamá. Ser hijos.

La barrera

El sol poniente incendia el horizonte mientras encamina sus pasos hacia la barrera. Al otro lado de la misma el tiempo y el espacio se modifican. Al otro lado, hay espacio para la esperanza y tiempo para disfrutarla. A este lado sólo hay tiempo para esperar la muerte, que llega lenta, siempre que no se te ocurra llamarla a gritos: alzando la voz contra los que ahogan el tiempo y el espacio. Sabe que al otro lado las gentes no quieren a gente como él. Pero también sabe que, si se queda del lado de los que se mueren callados, su vida no habrá tenido sentido. Por eso camina erguido, porque quiere que los que disparan desde su lado lo puedan ver bien y que, a ser posible, le alcancen. Y que los del lado de la barrera en el que el tiempo y el espacio existen, se terminen apiadando y le ayuden. Suena un disparo...

El salto

Es su última oportunidad. Dentro de 4 años ya será demasiado vieja. Ha visualizado la marca; mentalmente ha delineado su característico balanceo atrás y adelante, el saltito tras la segunda zancada, la carrera de aproximación, ajustando al máximo para no pisar la plastilina e, incluso, ha deducido cómo será el vuelo y como caerán su brazos y piernas para salir campeona. Se depoja de la sudadera y se sitúa en su marca. Inicia su balanceo característico,repita paso a paso la secuencia de movimientos antes imaginada y salta. Al caer a la arena se da cuenta de que ha superado la marca objetivo, pero el público está en silencio. No quiere volverse, no quiere ver al juez con la bandera roja levantada, y prefiere ir al encuentro de su toalla para llorar oculta entre sus pliegues.

El algoritmo de Estefanía

Cientos, miles de papeles llenos de números y ecuaciones. Miles de horas tumbada, sentada, arrodillada ante los folios y los libros. Un ordenador muriéndose de asco en el despacho y el suelo de la casa abandonado desde hace semanas. Estefanía ha ido llenando los vacíos creados por los abandonos sucesivos de su madre y su marido con la obsesión matemática; dedicando a su tesis inconclusa los momentos que debiera haber gastado en lágrimas. Los números son certeros, hierros a los que atarse, pilares inamovibles para sostener cualquier cosa. En ellos no hay posibilidad de engaño. Son lo más real que se pueda encontrar e eñ mundo y Estefanía quiere dedicar su vida a encontrar un algoritmo que permita reducir cualquier aseveración a una expresión matemática y descubrir, así, si ésta es verdad.

Sígame en Twitter

El hombre lo dijo con ansiedad, se le notaba en la cara que para él esta petición era importante. Desde que esta red social se pusiera de moda a comienzos de la década de 2010 el número de sus registrados no había parado de crecer. Mientras que otras muchas fueron cayendo, Twitter supo reinventarse cada poco años, modificando lo suficiente su forma como para que los cambios parecieran enormes sin apenas variar su esencia. A medida que crecían su fama y número de usuarios, comenzaron también a aparecer nuevas patologías relacionadas con ella o, en realidad, viejas patologías con nuevas manifestaciones. Este hombre era un pobre enfermo, un paria que apenas tenía 200 seguidores, una cifra asombrosamente ridícula. Una cifra de marginado social. – No se empeñe, @Juan, yo soy su psicólogo y sólo podemos hablarnos a través de Skype. Cualquier otro tipo de contacto sería considerado como mala praxis. Además, de lo que se trata es de que usted logre encontrar la forma de entablar contacto con

Discuten

El niño mira atento a la pantalla. En ella, unos personajes salidos de una serie de dibujos animados, cantan alguna canción pegadiza. En la cocina sus padres discuten. El niño, arropado en una cuna vestida de tonos pastel y borreguitos celestes, con un móvil de ballenas de trapo y canción de cuna comienza a dormirse. En el salón, sus padres discuten. El niño acaba de bajarse del coche frente a la puerta del colegio, le acompaña su hermana mayor. En el coche, sus padres discuten. El niño se encuentra en la sala de urgencias porque se ha llenado los oídos de bolitas de anís buscando el silencio. En la puerta de la sala sus padres discuten.

Esperanzas

Bajo aún más la cabeza, cierro los ojos y aprieto los dientes hasta que noto cómo el esmalte se agrieta. Las luces del avión se apagan y la cabina se inclina hacia delante. Vuelan algunas cosas y de los altillos de la nave salen las mascarillas. Pero no creo que nadie las coja. Todo el pasaje se haya en este momento parado en el tiempo, pensando en los sueños truncados, en las personas que no volverán a ver o en el pasado que no se repetirá. Miro hacia el horizonte. Por encima de la borda ya sólo el mar azul nos espera mientras comienza a tragarse la proa del barco. Los pasajeros que no han querido saltar o los que no han entrado a tiempo en las barcas salvavidas se agarran a las barandas, apurando hasta el último instante sus vidas. Por encima de los ojos de los transeúntes una nube oculta el sol y les permite vislumbrar durante un instante al hombre que cae desde lo alto. Soy yo, huyo de un incendio y concibo como última esperanza que el suelo no termine de hacer lo que comenzó el

Bajo la voz

Miente. Sus ojos esquivan la mirada de ella, que se vuelve llorosa por momentos. El plato es el refugio de sus palabras falsas. Ella se da cuenta: los cubiertos se le han vuelto pesadas barras de metal y debe dejarlos en la mesa. Las manos se buscan una a otra, y acuden a tapar las lágrimas incipientes. Finalmente, sujetan su cabeza. Él está libre. Ella ya no le mira y puede dejar de esconderse. Le habla, le toca el pelo que cae sobre su frente y acaricia su mano. Una mano que se estremece al sentirse tocada. Pero sabe que esa caricia ya no es como las demás, es un gesto de lástima, es un lametón de consuelo; ya nunca más será la pasión la que guíen sus dedos hacia ella.  Bajo la voz de él ya no hay más que mentiras y una amarga sensación de abandono. Como un resorte, ella se levanta y le grita que se valla. El restaurante en pleno se silencia mientras él abandona la sala con menos dignidad que prisa. Ella se vuelve a sentar y retoma la ardua tarea de comer unos pocos bocados mezclad

El elefante de Aníbal

No sé dónde me han traído estos seres que caminan a dos patas. Estamos muy lejos de casa y, sin embargo, la manada humana sigue matando y sigue muriendo. No comprendo qué territorio defienden, tan lejos de sus cubiles y de sus crías. Hace frío, un frío intenso que cada mañana me encuentra entumecido por la humedad de la noche. Otros como yo han caído por el camino, pero su recuerdo se perderá para siempre. No habrá ningún elefante que sea capaz de recordar en qué lugar cayeron, ni que se sienta triste al reconocer sus huesos, porque no hay elefantes en estas tierras. A medida que pasan los días las raciones de comida son más escasas y mis fuerzas se están resintiendo, como las de ellos. Los veo caminar cansados arrastrando los trozos de árbol que utilizan para herirse. No sé dónde me han traído, pero estoy seguro que ningún otro elefante será capaz de recordarme, ni habrá alguno que se entristezca al pasar junto a mis huesos.

Me pudro

Me pudro. Soy la atracción del Hospital. Los médicos, enfermeros, anestesistas, bedeles, técnicos de mantenimiento y pacientes oncológicos pasan por la puerta de mi habitación de forma incesante. Asoman sus cabezas curiosas y me miran. En sus ojos hay miedo y curiosidad, tal vez curiosidad miedosa, o tal vez miedo curioso. Atisban fugazmente como es esa que se está pudriendo en vida. La mayor parte del tiempo estoy sola. Apenas si entran un par de personas, sólo para controlar los sistemas a los que estoy conectada y para comprobar el avance del problema. Sé que sigo viva porque siguen viniendo. Apenas tengo sensaciones de mi propio cuerpo, imagino que mis piernas ya no existen, posiblemente tampoco mis manos. Un cosquilleo sordo es cuanto percibo y, de noche, cuando el hospital se ahoga en el silencio, me parece oír el bullir de las bacterias que se están comiendo mi carne. Me pudro, antes de estar muerta. Sabiendo que estoy muerta.

Apenas un susurro

Fue un susurro leve, pero ella lo escuchó. De pronto, todas aquellas maravillosa cenas de San Valentín comenzaron a tener sentido. No eran, como ella había pensado, celebraciones de su amor infinito, sino enormes excusas de destrucción masiva. Una palabra bastó para hacer saltar por los aires su vida, una palabra terrorista que se inmolaba para generar dolor a su alrededor. Aún podía disimular, hacer como que no se había enterado y prolongar el engaño algún tiempo más. Pero, en lugar de eso, le espetó: - ¡Cuánto daño han hecho las princesas de Disney a las de mi generación! Él sonrió con su boca falsa y continuaron cenando al son de los violines, sin decirse nada más.

Cansada de luchar

– Estoy cansada de luchar. Me lo dijo el domingo por la tarde,  mientras ponía todas sus fuerzas en mover los dos pesos muertos en los que se habían convertido sus piernas. Y, a diferencia de otras muchas veces, la creí. Mi duelo comenzó justo en ese instante. El trayecto en carrertera desde la residencia a mi casa fue el velatorio, con el llanto intentando inundar los recuerdos. Y en la mafdrugada del miércoles, se rindió.

Me van las cosas pequeñas

Psss. Por favor, no lo digas por ahí, me da vergüenza. Ya se que hace año y medio te conté que abandonaba este empeño por otro mayor. Pero tengo que reconocerlo, ni siquiera he llegado a intentarlo. Me he puesto todo tipo de excusas, todas falsas, porque lo que de verdad me sucedía, lo que de verdad me sucede, es que no soy persona de grandes asuntos. A mi me van las cosas pequeñas, las minucias que rellenan la vida entre grandes sucesos; ahí es dónde me siento cómodo. Por eso he vuelto a casa.