Se sumergió nuevamente en el agua. La baja temperatura le hizo recordar la primera vez que entró en aquel mar, acostumbrado a la sopa primigenia de su Mediterráneo. Era un adolescente en un cuerpo de hombre, y se sentía el rey de la creación. Tomó carrerilla, dio dos grandes zancadas en el mar y se tiró de cabeza. El agua le pareció congelada y sintió como se le contraían los pulmones por la impresión.
Ahora era un hombre en el cuerpo de un anciano, pero cada mañana de verano acudía a la playa a rememorar aquel primer baño atlántico y dejarse acariciar por la brisa que, procedente de Gibraltar, recorría cada uno de los poros de su piel.
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