Abrió los ojos frustrada. Un terrible dolor de cabeza le golpeaba las sienes rítmicamente y él ni siquiera la miraba. Le vio levantarse y sintió que la distancia entre ellos era mucho más grande que el metro ochenta de la cama. Quiso decirle algo, pero ella no solía hablar de esas cosas; un sentimiento de vergüenza incrustado en su corazón durante la infancia se lo impedía. Mientras él se lavaba los dientes ella pensó que a lo mejor una caricia o un beso robado le serviría para cerrar un poco el abismo que se abría entre ellos. Pero el dolor de cabeza era superior a cualquier otra cosa y, como cada mañana, se fue a la cocina a tomarse un comprimido de paracetamol con leche caliente.