Durante años le había visto garabatear cada noche en aquel libro de notas en el que no le dejaba mirar. Tras la ceremonia diaria de transcribir sus secretos pensamientos, procedía con el mayor cuidado, a guardar el libro en un cajón con llave.
En alguna ocasión buscó por encima la llavecita, pero nunca fue capaz de encontrar el escondite secreto. En esas ocasiones, le solía retraer una cierta sensación de culpa, un pensamiento que le coartaba y le hacía sentirse mal.
En los últimos días de su enfermedad estaba tan atento a sus más mínimos deseos que olvidó completamente el asunto del libro. Pero ahora, entre los papeles del seguro, apareció la llave. Pensó que era una forma de darle permiso desde la tumba para leer aquellas páginas que con tanto mimo trataba.
Abrió las tapas del volumen y comenzó a leer la diminuta letra. Cuando horas después las cerró, sabía mucho más de lo que nunca hubiera querido saber.
En alguna ocasión buscó por encima la llavecita, pero nunca fue capaz de encontrar el escondite secreto. En esas ocasiones, le solía retraer una cierta sensación de culpa, un pensamiento que le coartaba y le hacía sentirse mal.
En los últimos días de su enfermedad estaba tan atento a sus más mínimos deseos que olvidó completamente el asunto del libro. Pero ahora, entre los papeles del seguro, apareció la llave. Pensó que era una forma de darle permiso desde la tumba para leer aquellas páginas que con tanto mimo trataba.
Abrió las tapas del volumen y comenzó a leer la diminuta letra. Cuando horas después las cerró, sabía mucho más de lo que nunca hubiera querido saber.
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