Lastradas las piernas por el peso de la fatiga, el samurai se acercó al arrollo, dejándose caer pesadamente en la orilla. Detrás, los hombres seguían luchando por el honor de sus señores, muriendo por unos cuencos de arroz que no eran suyos...
Lastradas las piernas por el peso de la fatiga, el broker se acercó al mostrador, dejándose caer pesadamente sobre una de las sillas. Detrás, los demás seguían operando para salvar el honor de sus empresas, intentando obtener unos dividendos que no serían suyos. Su mirada se posó agotada en el espejo que le mostraba la inútil batalla que se vivía a sus espaldas y, entonces, durante una décima de segundo, creyó ver reflejada la imagen de un samurai cubierto de sangre, arrodillado frente a un río que, vencido, se cortaba la coleta con su katana.
Lastradas las piernas por el peso de la fatiga, el broker se acercó al mostrador, dejándose caer pesadamente sobre una de las sillas. Detrás, los demás seguían operando para salvar el honor de sus empresas, intentando obtener unos dividendos que no serían suyos. Su mirada se posó agotada en el espejo que le mostraba la inútil batalla que se vivía a sus espaldas y, entonces, durante una décima de segundo, creyó ver reflejada la imagen de un samurai cubierto de sangre, arrodillado frente a un río que, vencido, se cortaba la coleta con su katana.
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