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La falsa impostora

De pronto se vio en todos los telediarios. Su rostro acaparaba las portadas de los periódicos y su imagen de heroína, de mujer fuerte, de ejemplo para la sociedad, se vino abajo con la misma presteza que cayeron las Torres en las que edificó su leyenda.
Alicia, sentada en su cuarto de baño, el rostro arrasado por las lágrimas, lloraba por la incomprensión del mundo. Ella no había estado aquel día en el World Trade Center, ella no había vivido realmente aquella pesadilla. Pero, en sus delirios, en sus sueños, había perdido a su novio, su trabajo y sus amigos. Había corrido entre la gente cubierta de cenizas blancas y había sentido cómo le arrancaban el corazón cuando revisó la lista de muertos. Al fin, ella se había refugiado en la ayuda a las otras víctimas.
Allí sentada, encogida sobre sí misma, se dio cuenta de que el mundo la odiaba con la misma intensidad con la que meses antes la amaba, y entonces imaginó que alguien, en alguna misteriosa agencia gubernamental había inventado toda aquella patraña para desprestigiarla y hundirla, por su papel como voz de los afectados.
Sabiéndose nuevamente víctima se tranquilizó y logró abandonar la celda de papel higiénico en la que se había refugiado.

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