Ella bajó la vista y hundió su mirada en la punta de los dedos de sus pies. La vergüenza teñía de rojo sus carrillos y la emoción erizaba los poros de su piel, la de los dos, Él dudaba entre abrazarla o esperar. No quería parecer ansioso, pero tampoco un niño asustado. Desnudos, permanecieron quietos durante unos pocos segundos eternos. Los que tardaron en cruzarse sus miradas y en lanzarse a aprenderlo todo el uno del otro.