Lo esperó durante todo el día. Había buscado disimuladamente por los rincones habituales y no había encontrado nada, por lo que pensó que él había aprendido por fin a esconder bien los regalos. Y no le dio importancia.
A la hora del almuerzo ni siquiera hizo algún comentario al respecto. En esta ocasión ella pensó que él estaba jugando a mantener la intriga hasta el final. Así que tampoco le dio importancia.
Tras la jornada de trabajo salieron a cenar con unos amigos, pero no hubo ni cumpleaños feliz, ni tarta, ni regalo. Por un momento pensó que se le había olvidado, pero apartó rápidamente ese pensamiento de su mente y quiso creer que el regalo lo recibiría en casa, una vez a solas los dos.
Pero cuando apagó la luz y le posó un beso en la frente finalmente se dio cuenta de que, efectivamente, se le había pasado.
Entre sollozos silenciosos, Alma pensó que, seguramente, pronto la sorprendería con alguna maravilla, riéndose de su impaciencia, tal vez un viaje de fin de semana a algún lugar romántico.
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