Los golpes rítmicos de las teclas rompían el silencio de la noche. De vez en cuando, el ventilador de la CPU se unía al monocorde sonido del teclado. Desde hacía años venía usando uno de IBM, poseedor de un sonido metálico que le chiflaba por la robustez y el click inimitable.
Solía decir que su teclado era como el motor de las Harley, bello y característico hasta en el ruido.
Incansablemente llevaba más de cuatro horas delante del monitor, sin apenas levantar la vista de sus manos, y dejando para más tarde la revisión de los errores de pulsación que sabía estaba cometiendo. Simplemente no tenía tiempo para adornarse demasiado. Su cabeza acababa de alumbrar el próximo premio Planeta y no podía perder el hilo de la narración.
Seguiría escribiendo hasta finalizar las 150 páginas que calculó duraría, unas 20 de introducción de los personajes y el resto para contar la historia de un hombre que, obsesionado por el sonido de su teclado, se pasaba las horas delante del ordenador componiendo textos sin sentido.
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