Ir al contenido principal

El francotirador

Lleva horas apostado en la posición. Apenas se mueve, casi es imperceptible su respiración. Sabe que hoy va a matar y que es posible que le maten. Sabe que si sale vivo, más pronto que tarde volverá a estar escondido en cualquier rincón del mundo acechando a una nueva víctima.
Hasta este preciso momento no ha fallado nunca y sólo en una ocasión ha estado a punto de ser derribado. No sabe cómo, pero ha sido capaz de construir un muro entre él y los demás, de forma que lo que pasa a su alrededor apenas le importa. Y mucho menos la muerte de algún enemigo de la patria.
Nada que perder, así le llaman los compañeros. Y tienen razón.
De la casa salen varios hombres, son guardaespaldas. Rodean a su hombre, que avanza agachado hacia un todoterreno negro. Sabe que va a ser difícil, sólo dispondrá de unas décimas de segundo, si tiene suerte. Pero el objetivo no asoma en ningún momento. Piensa en disparar a alguno de los agentes y luego buscar una oportunidad, pero es demasiado arriesgado y si no acierta, posiblemente no habrá una segunda oportunidad. Ha entrado en el coche. Ya es inalcanzable.
Pero, de pronto, una niña pequeña sale corriendo hacia el automóvil. Los guardaespaldas no la pueden parar y el hombre sale del coche para abrazarla. Seguramente será su hija. Seguramente no podrá perdonarle nunca. Y, de todas formas, el tipo ya se había puesto a salvo.
Cierra los ojos y dispara.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Soñar con la Atlantida

Toda su vida había sido una espiral de sucesos que se alejaban para luego acercarse al tema central de su Universo: la Atlántida. Desde que escuchó el primer cuento sobre ella, narrado por su abuelo, supo que irremediablemente estaba atrapado por su búsqueda. Lo leyó todo, desde la descripción idealizada de Platón, hasta las versiones más disparatadas de los grupos herméticos. Había visitado todas las posibles Atlántidas de la Tierra y había coleccionado cuanto documental, libro o folleto turístico que se había cruzado en su camino. Lo sabía todo sobre esa nación, lo posible y lo imposible y, aún así, la seguía buscando porque soñaba con ella todas las noches. Contaba con sesenta años cuando, de la mano de su nieto, descubrió las posibilidades de Internet. Y, entre todos los recursos que descubrió, hubo uno que le hechizó de forma especial, el Google Earth. Desde que lo descargó a su ordenador se pasaba las horas analizando cada centímetro cuadrado del mapa virtual del mundo, intentand

El premio

Las rutinas son el calmante que usamos en nuestra vida diaria para ocultar el aburrimiento, para obviar que la mayor parte de nuestras vidas es perfectamente insulsa. Ana María mantiene infinidad de rutinas; de hecho, la mayor parte de su día está dictado por ellas. Siete de la mañana, despertador; siete y cinco, comienza a sonar la radio; a las y cuarto ya está saliendo de la ducha; desayuno rápido con café y pieza de fruta; 20 minutos andando al trabajo escuchando el podcast diario de la BBC para que el inglés no se oxide; saludar al agente de seguridad de la puerta, entrar en la oficina, encender el aire acondicionado, arrancar el PC que cada día va más lento, comenzar a procesar documentos: pedidos, facturas, transferencias. Desayuno con tostada y segundo café a eso de las diez, en Casa Amalia, casi nunca acompañada, mirando el ABC en el móvil, máximo 20 minutos. De vuelta a la oficina y a los documentos hasta las tres.  Imagen generada con DALL•E Comprar de camino a casa la comida

Ya no hay margen

Los correos electrónicos sin responder se acumulan en la bandeja de entrada. Los minutos transcurren impasibles y él lo ve agotarse sin ser capaz de mover el ratón por la pantalla. Lee los asuntos y los remitentes y sabe que muchos de ellos necesitan una respuesta urgente. Nada distinto del resto de sus días, salvo porque hoy una angustia terrible le mantiene inmovilizado. Solo es capaz de mirar la pantalla mientras los correos siguen entrando. Y solo desea huir. Su mente escapa a un lugar de su adolescencia en el que fue plenamente feliz. Una tarde de verano en una playa de Cádiz, navegando en un velerito ligero con Inma. Entonces ella era su máxima preocupación y todo era infinitamente más sencillo. Jugar con el viento y las olas y mirar con disimulo y deseo a la muchacha. Aquella tarde se besaron por primera y última vez.  imagen generada con stable diffusion El teléfono suena y le saca bruscamente del ensueño. Es su jefa. Y vuelve a querer escapar. Pero ya no hay margen. Debe respo