Se había apuntado a la excursión por pura pereza, no quería negociar el alquiler de un coche, ni lidiar con los mapas de carreteras de aquella isla diminuta. Se dejó llevar por las explicaciones monótonas del guía. Observó, como los demás, las demostraciones del poder dormido de los volcanes, y deambuló por el original restaurante ideado por un artista local 40 años antes.
En medio de la ruta de los volcanes, en la parada que hicieron para fotografiar el Islote de Ilario, logró bajarse del autobús. Y se quedó allí, sentado a la sombre de un penacho de lava petrificada. Por pura pereza.
Comentarios