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La batalla de Tao

Tao Tching, hijo de un agricultor, nieto de un agricultor, biznieto de un agricultor sin tierras, estaba a punto de ver colmados los sueños de todos sus antepasados. Al frente de un cuerpo de ejército del emperador, tras múltiples años de preparación, tras haber vencido todos los inconvenientes que encontró en su ascenso social, allí estaba.
El sol apenas comenzaba a apuntar detrás de las redondeadas colinas, cuando el general dio la orden de ataque. Sus hombre formaban parte de la avanzadilla y debían ser los primeros en atacar el frente mongol. Debían, por todos los medios abrir una brecha en las filas de los temibles hombres de la estepa y envolver su ala izquierda. Tao miró los rostros de sus hombres y vio el miedo reflejado en ellos, en todos y cada uno. Y supo que su guerra estaba perdida. Aún así o, mejor aún, por ello, lanzó a los suyos con la determinación de la desesperanza. Antes de que el sol hubiera alcanzado el cénit, China era parte del imperio Mongol y el rastro de la familia Tching se había borrado del recuerdo de la historia.

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