Cuando a Fulgencio Martínez se les escapaba la vida por los riachuelos de sangre que manaban de la herida de su costado, no pensó en el desgraciado que le había acertado a traición, ni en su única hija, ni en ninguno de sus numerosos y breves amores.
En ese preciso instante en nada pensó que no fuera en el vaso de leche caliente y las tostadas con aceite que su madre le preparaba de pequeño. Y su muerte, en medio de la violencia de una tasca insalubre, fue entonces cálida y plácida como sólo lo son las tardes de domingo.
En ese preciso instante en nada pensó que no fuera en el vaso de leche caliente y las tostadas con aceite que su madre le preparaba de pequeño. Y su muerte, en medio de la violencia de una tasca insalubre, fue entonces cálida y plácida como sólo lo son las tardes de domingo.
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