El motor cubría las palabras, pero los gestos universales no necesitan palabras. El acuerdo llegó en torno a los 40 euros. Ella subió al coche y él condujo hasta el rincón de costumbre.
Una vez saciado quiso hablar con ella. Nunca antes lo había hecho. ¿Cómo te llamas? Me llamo Eva pero me dicen la Mantis. ¿Por qué? Porque devoro a mis amantes mientras me follan. A mi no me has comido. No eres mi amante.
Ella le ofreció el servicio completo, por solo 200 euros. A él le pareció caro y quiso regatear. Eva no aceptó negociar: nunca más te sentirás tan vivo, le dijo. Él aceptó.
Eva le llevó suavemente y despacio hasta el orgasmo y luego cumplió su promesa: el cuchillo entró en el costado del cerdo y cuando sintió sus manos húmedas se las llevó a la boca.
Volvió a sentirse viva.
Una vez saciado quiso hablar con ella. Nunca antes lo había hecho. ¿Cómo te llamas? Me llamo Eva pero me dicen la Mantis. ¿Por qué? Porque devoro a mis amantes mientras me follan. A mi no me has comido. No eres mi amante.
Ella le ofreció el servicio completo, por solo 200 euros. A él le pareció caro y quiso regatear. Eva no aceptó negociar: nunca más te sentirás tan vivo, le dijo. Él aceptó.
Eva le llevó suavemente y despacio hasta el orgasmo y luego cumplió su promesa: el cuchillo entró en el costado del cerdo y cuando sintió sus manos húmedas se las llevó a la boca.
Volvió a sentirse viva.
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