Llevaba navegando desde los 10 años. Para él, trimar las velas del barco no tenía secretos. Olía las roladas del viento y no conocía mayor placer que dejarse llevar durante una empopada, jugando con el riesgo de una trasluchada repentina.
"Ya no te quiero", le dijo ella, a bocajarro, después de almorzar en silencio, el uno frente al otro. Y a él sólo se le ocurrió acercarse al puerto y salir a un mar que comenzaba a rizarse. La felicidad siempre se encuentra a sotavento, decía su primer instructor de vela. Y él lo recodaba, como recordaba la forma en que le explicó el as de guía o el ballestrinque. Y nada de lo que le dijo nunca había sido inútil, ni siquiera eso.
"Ya no te quiero", le dijo ella, a bocajarro, después de almorzar en silencio, el uno frente al otro. Y a él sólo se le ocurrió acercarse al puerto y salir a un mar que comenzaba a rizarse. La felicidad siempre se encuentra a sotavento, decía su primer instructor de vela. Y él lo recodaba, como recordaba la forma en que le explicó el as de guía o el ballestrinque. Y nada de lo que le dijo nunca había sido inútil, ni siquiera eso.
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