La veía de vez en cuando en la tele. La gente le llamaba por teléfono y la adivina era capaz de contarles su propia vida y aconsejarles en las tribulaciones diarias.
Un día, dejó de mirar y cogió el auricular. Tras esperar unos minutos eternos y hablar con dos o tres operadores logró salir a antena. La adivina le contó que estaba sola y que se sentía triste. Le dijo que la habían abandonado y que llevaba años esperando un hijo que nunca llegaría.
Se lo dijo todo, excepto lo único que ella no sabía: "Dígame, por favor, la fecha exacta de mi muerte". Se lo tuvo que repetir un par de veces hasta que la pitonisa, visiblemente afectada le auguró que tendría una vida breve, que disfrutara todo lo que pudiera. Entonces colgó.
Se subió a la silla que tenía preparada desde hacía semanas y pasó la soga por su cuello. Entonces echó un último vistazo a la pantalla. Allí la adivinadora seguía contando a la audiencia las miserias de alguna vida triste.
Un día, dejó de mirar y cogió el auricular. Tras esperar unos minutos eternos y hablar con dos o tres operadores logró salir a antena. La adivina le contó que estaba sola y que se sentía triste. Le dijo que la habían abandonado y que llevaba años esperando un hijo que nunca llegaría.
Se lo dijo todo, excepto lo único que ella no sabía: "Dígame, por favor, la fecha exacta de mi muerte". Se lo tuvo que repetir un par de veces hasta que la pitonisa, visiblemente afectada le auguró que tendría una vida breve, que disfrutara todo lo que pudiera. Entonces colgó.
Se subió a la silla que tenía preparada desde hacía semanas y pasó la soga por su cuello. Entonces echó un último vistazo a la pantalla. Allí la adivinadora seguía contando a la audiencia las miserias de alguna vida triste.
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