Siempre lo he querido. Siempre. La vida se ha empeñado en dejarme en la estacada una y otra vez, pero yo me empeño en reir al menos en un par de ocasiones al día. Y casi siempre lo consigo.
Hoy, por ejemplo, me he reído nada más salir de casa. Un niño tiraba insistentemente del brazo de su padre y éste, desesperado, se vio obligado a cogerlo en brazos.
Luego, al salir del trabajo, a pleno sol en la ciudad más soleada de España, encerrado en un coche asfixiante y con el aire acondicionado estropeado me crucé con un ciclista que llevaba un ventilador sujeto en el manillar.
Reir no garantiza la felicidad, lo sé, pero siempre he creído que ayuda.
Hoy, por ejemplo, me he reído nada más salir de casa. Un niño tiraba insistentemente del brazo de su padre y éste, desesperado, se vio obligado a cogerlo en brazos.
Luego, al salir del trabajo, a pleno sol en la ciudad más soleada de España, encerrado en un coche asfixiante y con el aire acondicionado estropeado me crucé con un ciclista que llevaba un ventilador sujeto en el manillar.
Reir no garantiza la felicidad, lo sé, pero siempre he creído que ayuda.
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