El espejo le devolvía una imagen juvenil. Sus tetas recién estrenadas pugnaban por escapar del opresivo pijama y las desaparecidas patas de gallo alrededor de los ojos no habían dejado huellas por las que llorar. Su hombre, inicialmente reacio, había recuperado el interés por ella y las amigas no dejaban de decirle lo bien que la encontraban. Era feliz y joven, joven y feliz.
Sin embargo, no era cierto, no terminaba de sentirse totalmente bien, algo le impedía sonreir de verdad y no sabía qué.
– Los años del alma no se operan. – le espetó él de camino a la ducha.
Sin embargo, no era cierto, no terminaba de sentirse totalmente bien, algo le impedía sonreir de verdad y no sabía qué.
– Los años del alma no se operan. – le espetó él de camino a la ducha.
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