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El peor enemigo

Siempre llego tarde a los sitios. Por las mañanas, suena el despertador y hago caso omiso. Llego al trabajo en tal estado de ansiedad que mis mejillas se contraen tanto que me hacen parecer malhumorado todo el día. A veces me olvido con los quehaceres de mi trabajo, pero el espejo del baño y las miradas esquivas de mis compañeros de trabajo se encargan de recordármelo.

Siempre me olvido de no pasar por su calle. Alzo la vista y termino de dibujar su silueta tras la ventana. En alguna ocasión he sentido que de forma repentina ella buscaba mi mirada como antaño, entonces, me siento tan poca cosa que si no fuera porque algún transéunte tropieza conmigo, creería que he llegado a mimetizarme con el entorno.

Siempre me propongo cenar fruta y yogurt. La soledad de las noticias me dejan tan alicaído que me zampo dos bolsas de patatas fritas y cuatro mousses de chocolate.

Siempre pienso que debería cambiar porque hacer este tipo de cosas me hacen daño.

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