Los granos resbalaban entre sus dedos. Millones de ellos se arremolinaban a sus pies y tan sólo alguno quedaba pegado a su piel, a causa del sudor.
Una y otra vez hundía los brazos en el montón y se esforzaba por visualizar cada uno de los infinitos granos antes de que cayeran al suelo: misión imposible.
Pero él seguiría allí, por siglos, buscando el minúsculo trozo de silicio en el que se encerraba el secreto de la inmortalidad. Por siglos.
Una y otra vez hundía los brazos en el montón y se esforzaba por visualizar cada uno de los infinitos granos antes de que cayeran al suelo: misión imposible.
Pero él seguiría allí, por siglos, buscando el minúsculo trozo de silicio en el que se encerraba el secreto de la inmortalidad. Por siglos.
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