En lo más recóndito de la biblioteca monacal, casi a oscuras, apenas se distinguían las letras cuidadosamente escritas y el pan de oro de las miniaturas producía extraños reflejos.
El monje recorría la fantástica geografía de las palabras con prisas y sus manos trazaban imaginarios surcos junto a los renglones. El sabía que al romper el alba terminaría nuevamente con su auténtica vida, la de salvar damas y apresar dragones, y volvería otra vez al hábito gris.
Tan sólo la esperanza de una nueva noche de aventuras mantenían, para el monje, intacta la pétrea realidad de los fríos muros de piedra del monasterio.
El monje recorría la fantástica geografía de las palabras con prisas y sus manos trazaban imaginarios surcos junto a los renglones. El sabía que al romper el alba terminaría nuevamente con su auténtica vida, la de salvar damas y apresar dragones, y volvería otra vez al hábito gris.
Tan sólo la esperanza de una nueva noche de aventuras mantenían, para el monje, intacta la pétrea realidad de los fríos muros de piedra del monasterio.
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