La abuela había dejado de recordar su vida. Ahora, preguntaba quién era aquella mujer que se asomaba a sus ojos desde el otro lado del espejo. Sus hijos ni siquiera habían nacido y se pasaba el día hablando a gritos con su abuelita.
Durante unos años continuó en su casa, acompañada de diversas personas que se encargaban de que no le pasara nada. Pero la enfermedad había avanzado tanto que precisaba cuidados especializados, y la diferida decisión de ingresarla en una residencia fue finalmente tomada.
El día que habían planeado el traslado, la abuela amaneció aparentemente como siempre, llamando a gritos a su abuelita porque el médico Don Tomás estaba de camino. A su alrededor, todos colaboraban en preparar el equipaje, guardando ropas y medicinas.
Pero, cuando estaban a punto de abandonar la casa, la abuela comenzó a llorar y a pedir que abrieran el cajón de la cómoda. Allí estaban, debidamente ordenados, los recordatorios de primera comunión de todos sus nietos.
Durante unos años continuó en su casa, acompañada de diversas personas que se encargaban de que no le pasara nada. Pero la enfermedad había avanzado tanto que precisaba cuidados especializados, y la diferida decisión de ingresarla en una residencia fue finalmente tomada.
El día que habían planeado el traslado, la abuela amaneció aparentemente como siempre, llamando a gritos a su abuelita porque el médico Don Tomás estaba de camino. A su alrededor, todos colaboraban en preparar el equipaje, guardando ropas y medicinas.
Pero, cuando estaban a punto de abandonar la casa, la abuela comenzó a llorar y a pedir que abrieran el cajón de la cómoda. Allí estaban, debidamente ordenados, los recordatorios de primera comunión de todos sus nietos.
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