Había una vez, en un pequeño país de historia intrincada que los de fuera llamaban España, y los de dentro "este país", un inocente escribiente que quiso acometer la ingente obra de escribir un pequeño relato cada día. Durante cinco meses logró, más o menos, su pretensión.
Pero llegó Agosto, y su familia se lo llevó a una isla atlántica con nombre de caballero de la mesa redonda y le obligó durante una semana a estar alejado de los ordenadores y de su conexión a Internet, lugar imposible en el que dejaba sus cuentos con la misma pasión que un coleccionista de sellos. Una vez estuvo a punto de ponerse a teclear en los ordenadores que el hotel tenía a disposición de los clientes, pero en esa ocasión no tenía monedas que echar en el contador. En otra ocasión lo intentó provisto de monedas, pero su hijo lo sorprendió y con una mirada acusadora lo obligó a retirarse.
Pero un día volvió, y se puso a escribir todos los cuentos que había ido tejiendo durante la semana perdida (ganada) de sol y tranquilidad.
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