El 15 de agosto de 2036, tras pasar los siete últimos años vagando como un fantasma por el Atlántico, murió el último narval del planeta.
En el extremo norte de Groenlandia, el último vestigio del monodon monoceros simplemente se extinguió. Y lo hizo apenas sin ruido: ni la prensa ni las televisiones repararon en ello.
Para los inuit, un duro pueblo acostumbrado a luchar durante siglos contra las extremas condiciones árticas, el primer narval fue una mujer que cayó al mar con un arpón y acabó fundiéndose con él. Quizás, de no haber desaparecido oficialmente en 2017, algún inuit hubiese llorado la muerte silente del último de los seres imposibles de la Tierra.
En el extremo norte de Groenlandia, el último vestigio del monodon monoceros simplemente se extinguió. Y lo hizo apenas sin ruido: ni la prensa ni las televisiones repararon en ello.
Para los inuit, un duro pueblo acostumbrado a luchar durante siglos contra las extremas condiciones árticas, el primer narval fue una mujer que cayó al mar con un arpón y acabó fundiéndose con él. Quizás, de no haber desaparecido oficialmente en 2017, algún inuit hubiese llorado la muerte silente del último de los seres imposibles de la Tierra.
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