Durante semanas la lluvia cayó, arrastrando a su paso toda planta, animal o roca que no había sido talada, cazada o movida por los humanos. Todo fue mezclado en un barro primigenio, lleno de vida y, a la vez, sembrado de muerte.
Los hombres enfrentaron sus lanzas y escudos, inútiles, ante la avalancha. Las mujeres usaron los gritos y las súplicas a los dioses, que no las quisieron oir. Su ira convertida en barro cubriría durante siglos el poblado, condenando al olvido, de paso, sus propios nombres.
Los hombres enfrentaron sus lanzas y escudos, inútiles, ante la avalancha. Las mujeres usaron los gritos y las súplicas a los dioses, que no las quisieron oir. Su ira convertida en barro cubriría durante siglos el poblado, condenando al olvido, de paso, sus propios nombres.
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