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Un muerto muy rumboso

Una leve llovizna humedecía el lento amanecer de otoño. Por las calles desiertas del pueblo avanzaba evitando alternativamente los charcos y los desagües. De pronto sonó atronadoramente Paquito el chocolatero. Lo primero que pensé es que algún vecino desaprensivo había perdido la cabeza o el oído.  Sin embargo, no tardé en descubrir debajo de una cornisa un altavoz de edad avanzada. Imaginé entonces que se trataba de la diana de un pueblo en fiestas y con mala leche.
Sin embargo, la música se cortó de pronto y en su lugar una voz masculina comunicó al pueblo la muerte de María Riquelme, la molinera, madre de Isabel Rico. Nos dijo el lugar del velatorio, así como la hora de la misa y, luego, otra vez de manera abrupta, volvió a sonar Paquito el chocolatero durante unos segundos. La calle volvió entonces al ligero silencio de la lluvia.
Al llegar a la puerta del banco entablé conversación con una vecina y le pregunté por la forma tan curiosa de informar de un deceso. Ella me miró extrañada y me soltó: ¿es que en su pueblo no lo hacen así? Le hablé de las campanas sonando a muerto, y de los vecinos llamando unos a las puertas de los otros. Luego, me paré frente al ayuntamiento y dejé que el agua lavara mi estupor.

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