Follamos. El deseo, la desesperación y la urgencia nos impidieron hacer el amor. Los besos rozaban el mordisco y las caricias se quedaban atrancadas en pellizcos de carne, como si temiéramos que el otro pudiera salir corriendo en cualquier momento.
La vendedora tal vez pensó que era buena idea que viésemos la casa a la vez, tal vez creyó que así nos decidiríamos antes o que las pujas serían mayores. Seguramente no se le ocurrió que la solitaria silla de la cocina terminaría convirtiéndose en el improvisado soporte de nuestra pasión.
Follamos. Y luego, agotados por el deseo, la desesperación y la urgencia, cada uno se volvió a perder en su vida. Por eso no compré la casa.
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