
El agua fría sobre la cara le hizo reaccionar y su preocupación pasó a ser la molesta erección que no le permitía aún orinar. Así que fue a prepararse el primer café del día. Y, como cada mañana a esa hora, al otro lado del patio interior la vecina se preparaba sus cereales. Aquella visión le terminó de espabilar. Entre sorbo y sorbo la miraba moverse por la cocina, con la frescura de la juventud y la seguridad de saberse observada. Casi siempre ella le terminaba saludando asomada a la ventana, y esa era la señal para comenzar con las prisas rutinarias.
Cuando esa mañana por fin le saludó, casi se le cayó la taza al suelo. Pudo ser un reflejo o simplemente un deseo, pero lo cierto es que la notó azulada. Supo que el día se le haría muy largo, deseando volver a conciliar el sueño, ese sueño.
Comentarios