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El hombre accedió. (Siempre acceden ante la belleza frágil). Y, antes de que pudiera terminar de contarle una historia fascinante sobre sus libros, un abrecartas había buscado su yugular. Luego cogió un libro al azar, hizo un hueco agujereando las páginas, puso en él el abrecartas sin limpiar y depósito de nuevo el tomo en su lugar de la estantería.
Nadie lo encontraría jamás. Miró la hora en su reloj inteligente y salió de la casa evitando las cámaras de bancos y tiendas.
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