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El aparcamiento

Tengo 83 años y aún soy capaz de trenzar mis propios pensamientos. No obstante, necesito servirme de un andador y algo de ayuda para recordar la medicación: tantas pastillas que ya no sé para que son. Pero mis manos todavía alcanzan para escribir, no tan rápido como antes, pero puede que un poco más lúcido.

Estoy encerrado en este aparcamiento al que me han traído mis hijos. La excusa fue que no era bueno que viviera solo a mi edad, que ellos estarían más tranquilos sabiéndome bien cuidado. Sin embargo, la realidad es que así no precisan venir a verme de vez en cuando para saber si estoy vivo, les consta que si muero serán avisados de inmediato.

Así que aquí estoy, viendo a seres que deambulan por los pasillos sin saber ni quiénes son, ni a dónde van, aparcados por sus familiares a la espera de una llamada que les libere por fin de la pesada carga de sentirse culpables.

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