No había nada más que su cuerpo. Paseaba acariciantes las manos por su espalda, desde las nalgas hasta el cuello y besaba alternativamente sus pezones. Ella, sentada sobre sus piernas, le devolvía las caricias con palabras: te quiero, te quiero…
Al poco los te quiero se acompasaron al ritmo de las acometidas y entonces él prestó atención a la crispación de su columna vertebral. Ella le apresó los hombros para facilitar sus movimientos y cuando llegó al orgasmo convirtió la presa en un abrazo suave, casi lánguido.
– Ámame siempre – dijo junto a su oído.
Y esas palabras, esas dos palabras más el beso que las acompañó produjeron en él el estallido de placer que durante meses se había negado a aparecer.
Al poco los te quiero se acompasaron al ritmo de las acometidas y entonces él prestó atención a la crispación de su columna vertebral. Ella le apresó los hombros para facilitar sus movimientos y cuando llegó al orgasmo convirtió la presa en un abrazo suave, casi lánguido.
– Ámame siempre – dijo junto a su oído.
Y esas palabras, esas dos palabras más el beso que las acompañó produjeron en él el estallido de placer que durante meses se había negado a aparecer.
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