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El adiós

No sé cómo pasó de lo tedioso de su trabajo a contarme uno de sus traumas infantiles. ¿Por qué siempre me contaba sus perturbaciones en el preciso instante en que decidía no escucharlo? Seguramente para poder afirmar luego que yo nunca lo escucho. Estoy decidida a demostrar que eso no es cierto. Lo que sucede es que él siempre quiere contarme sus lamentos en el momento exacto en el que decido no oírlo.

Todo eso lo he estado pensando mientras miro sus labios moverse lentamente. Observo que no muestra sus dientes al hablar, algo que debe costarle un gran esfuerzo dada su descomunal dentadura. Sus ojos no me miran, se dirigen hacia sus manos que juegan con la cucharita sucia del café. Es tan torpe que va a mancharse esa camisa blanca en un lugar bien visible. Lo hace. Pienso: "Es un torpe". Me cansa, me aburre. Decido quitarle esa maldita cuchara de las manos porque me desconcentra. Oigo música, metales que chocan entre sí, cubiertos que cortan y pinchan sobre porcelana blanca.La gente habla. Él habla. Lo último que escuché decirle fue "Nunca me escuchas". Después se levantó y se fue.

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