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Un rosal en la solapa

Exagerado en sus ademanes, en su plúmbea prosa y en su expresión oral. Siempre vestido para la ocasión, plagado de complementos y suplementos tan elegantes como innecesarios. Siempre recargado.
Por eso a nadie le extrañaron sus primeros desvaríos, como incluir palabras del castellano antiguo en su redicho hablar, o comenzar a portar bastones cada vez más grandes. Luego vinieron los pañuelos estrambóticos, las colonias inolvidables o los gemelos caseros.
Sólo cuando entró a la misa de 12 con un pequeño rosal prendido de la solapa, el cura, y el resto del pueblo, tuvo plena conciencia de su enfermedad.

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