Recortaba durante todo el día. No hacía otra cosa que recortar un papel tras otro, fabricando una inconmensurable cantidad de tiras uniformes: prácticamente iguales las unas a las otras.
Usaba unas tijeras de puntas redondeadas, demasiado pequeñas para sus enormes manos, pero manejadas con la precisión de un cirujano: tiras y más tiras uniformes.
Ya nadie le interrogaba por la naturaleza de su obsesión, ni los médicos, ni los demás internos. Simplemente le dejaban seguir con su infinita obra.
Sólo él, en su loca cordura, veía en cada una de esas miles de tiras un pequeño trozo del paraíso,
un paraíso fabricado a base de nubes de papel: millones y millones de tiras uniformes de papel.
Usaba unas tijeras de puntas redondeadas, demasiado pequeñas para sus enormes manos, pero manejadas con la precisión de un cirujano: tiras y más tiras uniformes.
Ya nadie le interrogaba por la naturaleza de su obsesión, ni los médicos, ni los demás internos. Simplemente le dejaban seguir con su infinita obra.
Sólo él, en su loca cordura, veía en cada una de esas miles de tiras un pequeño trozo del paraíso,
un paraíso fabricado a base de nubes de papel: millones y millones de tiras uniformes de papel.
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