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Hay muy poca gente con memoria perfecta, una maldición que haría las delicias de Borges, pero que implica recordar incluso aquello que se quiere olvidar. En mi caso, además, puedo remontarme hasta el mismo momento de mi nacimiento. Recreo los jadeos y gritos de mi madre, la voz acariciante de la matrona (supongo) animándola, y el diagnóstico del ginecólogo: “Definitivamente, es un niño”.
Sin embargo, hasta donde yo sé, no hay nadie que sea capaz de vivir el tiempo real. Desde que suceden las cosas hasta que nuestro cerebro las procesa pasa una décima de segundo. Vivimos en un falso directo continuo. No quiero presumir, no voy a decir que mi proceso mental sea más rápido que el del resto, lo que sucede es que mi recuerdo es consciente de ese retardo y lo procesa.
Por eso, mi percepción de los sucesos pasados es mucho más completa en el recuerdo que en el momento en los que los viví. Y por eso digo que lo mío es una maldición, porque recuerdo nítidamente el momento en el que Aurora dijo "si quiero", y antes de esbozar una sonrisa, su boca dibujó, durante una décima de segunda, una mueca de duda.
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