Le está mirando. Sabe que no es inteligente, pero no puede dejar de mirarla. Sus ojos la buscan una y otra vez. Y, mientras, sigue recibiendo puñetazos.
Debería intentar devolver alguno de los golpes. Tal vez, con un poco de suerte, bastase un solo puñetazo, pero no puede dejar de mirarla. No acertaría al objetivo.
Su conciencia le está gritando, le pide que se defienda, que ataque. Pero sigue mirando y recibiendo. Los ojos de ella demuestran cierto pánico, miran pero no quieren ver.
Y, entonces, todo termina. Su conciencia ha tirado la toalla y el árbitro ha dado la victoria al otro boxeador.
Ella, ajena a todo, vuelve la cara con asco cuando el le dedica una sonrisa roja de sangre.
Debería intentar devolver alguno de los golpes. Tal vez, con un poco de suerte, bastase un solo puñetazo, pero no puede dejar de mirarla. No acertaría al objetivo.
Su conciencia le está gritando, le pide que se defienda, que ataque. Pero sigue mirando y recibiendo. Los ojos de ella demuestran cierto pánico, miran pero no quieren ver.
Y, entonces, todo termina. Su conciencia ha tirado la toalla y el árbitro ha dado la victoria al otro boxeador.
Ella, ajena a todo, vuelve la cara con asco cuando el le dedica una sonrisa roja de sangre.
Comentarios
A pesar de todo, es un relato hermoso, donde los haya.
Felicidades, amigo.
:-)