Mario era el hombre con más suerte del mundo. Era capaz de acertar una lotería primitiva cada tres o cuatro años. Era capaz de hacer saltar la banca de un casino jugando a la ruleta y ganando tres de cada cinco tiradas.
Pero tanta suerte no mermaba su desgracia. Su madre dijo una vez que aquel hijo era el centro del sistema solar, y que la suerte era su compañera de juegos. En los últimos tiempos él solía añadir que además de compañera, la suerte era una amante celosa.
El envés de tanta fortuna, de tanto dinero, de tanto lujo gratuito a su alrededor era la soledad. Y no porque fuera poco sociable, o porque rehuyera a los demás. Simplemente, su buena suerte se debía a la desgracia del resto. El infortunio se apoderaba de cualquiera que se le acercara, ya fuera por interés o por amor. Y, por amor, decidió huir del amor.
Por eso, esta noche, mientras la mujer del vestido rojo a lo estrella de cine le despluma, Mario es verdaderamente feliz por primera vez en mucho tiempo.
Pero tanta suerte no mermaba su desgracia. Su madre dijo una vez que aquel hijo era el centro del sistema solar, y que la suerte era su compañera de juegos. En los últimos tiempos él solía añadir que además de compañera, la suerte era una amante celosa.
El envés de tanta fortuna, de tanto dinero, de tanto lujo gratuito a su alrededor era la soledad. Y no porque fuera poco sociable, o porque rehuyera a los demás. Simplemente, su buena suerte se debía a la desgracia del resto. El infortunio se apoderaba de cualquiera que se le acercara, ya fuera por interés o por amor. Y, por amor, decidió huir del amor.
Por eso, esta noche, mientras la mujer del vestido rojo a lo estrella de cine le despluma, Mario es verdaderamente feliz por primera vez en mucho tiempo.
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