Suelo contar que lo hago para controlar las citas bibliográficas, pero a mis amigos les reconozco que la verdadera causa es la vanidad. Tengo una búsqueda automática en Google con mi nombre. Hasta el pasado 12 de diciembre la mayor parte de los resultados que me mandaba el algoritmo del gran buscador eran mis esporádicas apariciones en la prensa local y numerosos cruces casuales de mi nombre y mi apellido, parece ser que hay una tecnología cuyas siglas coinciden con U.C.L.E.S.; aunque también solían aparecer otras personas con mis mismos nombre y apellido: un artista de Úbeda o un ingeniero de Barcelona. Sin embargo, aquel día el enlace me dirigía a un diario hondureño y a un titular de crónica negra: “Dentro de casa abandonada hallan muerto a un hombre en el barrio de Pueblo Nuevo”. El nombre aparecía en el subtítulo: “El fallecido fue identificado como David Uclés, de 54 años”. Por primera vez se producía una doble coincidencia, el nombre y la edad. Por supuesto, seguí leyendo la noticia y así me enteré de que aquel David Uclés había aparecido en una casa abandonada de una barriada de Tegucigalpa, sobre un colchón mugriento y rodeado de basura sin que, de momento, se conociera la razón del fallecimiento.
No pude evitar recordar a Borges y el cuento en el que se encuentra a sí mismo con otra edad en un parque de Ginebra, y sentir que la situación podía resultar remotamente parecida. No pasé de ahí y dejé archivada la casualidad en el apartado de curiosidades para sobremesas de mi cabeza. Pero hace tres días, Google volvió a remitirme otro de sus informes de búsquedas automáticas, y en esta ocasíón no solo aclaraban que la muerte de aquel David Uclés se había debido a un coma etílico, sino que desgranaban su biografía, tan similar a la mía: economista especializado en el sector agrario, casado, con dos hijos varones; aficionado a la literatura y la tecnología, empleado de una pequeña cooperativa de ahorro y crédito tras haber sido profesor de economía unos años y comentarista ocasional en la prensa de su ciudad, Comayagua. En el último año y medio, había recorrido una espiral de autodestrucción, que comenzó con el abandono de su trabajo, el traslado en solitario a Tegucigalpa para mover sus cuentos por los circuitos literarios de la capital y que terminó derivando en una separación traumática y la búsqueda de consuelo en el alcohol. Al final de la crónica, plagada de detalles, se adjuntaba la foto del desgraciado. Tardé un poco en reconocerme, porque aquel David Uclés de la foto era algo más jóven, pero sus ojos, su barbilla y sus entradas eran las mías con 35 años.
Desde entonces, no he podido dormir bien ni una sola noche, me paso las horas en Internet buscando información sobre mi yo americano; he podido rastrear algunos de sus artículos en la web y he comprobado que más o menos pensamos igual, incluso dejamos de usar la tilde en el solo por las mismas fechas. Su blog de cuentos se titula Relatos en menos de 15 líneas y en su bío explica que proyectaba emular a Sherezade escribiendo mil y uno, exactamente lo mismo que yo.
Esto va más allá de Borges, incluso más allá de la teoría de la doctora Nima Arkani-Hamed. Los multiversos no solo existen a escala cosmológica, sino que a veces coinciden en el tiempo. Y es posible que haya dos David Uclés y que en otro universo Almería sea Comayagua y Madrid, Tegucigalpa.
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