Existe un momento especial, al principio de la noche, en el que mi cabeza es capaz de hilvanar historias magníficas, relatos en los que todas y cada una de sus partes encajan como un mecano perfecto. Luego, según el pensamiento se va deshilachando entre las ráfagas de sueño, el olvido las va desdibujando poco a poco.
Hace años leí que los recuerdos, los conscientes y los inconscientes, se almacenan en la mente como en una enorme biblioteca de millones de ejemplares. Para acceder luego a ellos, y localizar su posición en los anaqueles, hay que buscarlos en un gigantesco mueble cajonera repleto de fichas bibliográficas.
Antes apenas echaba mano de él, porque era capaz de retomar el hilo de la narración de la noche anterior con solo proponérmelo. Ahora, sin embargo, paso la mayor parte de esas duermevelas buscando como un loco en los cajones del archivo la ficha que me permita recordar al menos una de las historias imaginadas en las cada vez más escasas noches de creación.
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