Antes de tirar la pistola al río pensó en cuántas personas alargarían sus vidas con su gesto. Personas a las que tarde o temprano, él u otros habrían terminado apuntando con el arma para borrarlos del mapa. Seguro que alguno de ellos se merecería un final de cine negro, pero su salud mental requería que alejara de sí aquella tentación.
Luego tenía previsto deshacerse de la navaja, pero su mano no quiso soltarla; le tenía demasiado aprecio. Así que la volvió a guardar en el bolsillo del abrigo y se alejó del río jugueteando con la idea de un nuevo intento después del siguiente encargo.
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