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El penúltimo robo del siglo

Estaba todo ensayado, excepto el fracaso. Habían pasado meses estudiando las rutinas de los guardias, habían logrado los planos interiores del edificio y de sus instalaciones, incluso habían incorporado los nuevos tabiques midiendo subrepticiamente con láseres de pequeño tamaño. Averiguaron qué empresa había diseñado el sistema de alarma y se colaron en su sistema informático para analizar sus componentes. Colocaron a una de las suyas en el servicio de limpieza y luego coreografiaron cada movimiento en una maqueta a escala real de la zona en la que realizarían el robo. Solo una sala, cuatro cuadros de formato mediano y una jubilación dorada en la Costa Azul. O en el Cabo de Gata, lo que cada uno prefiriera.

El día del robo repasaron por la mañana todos los pasos a dar y se citaron para la noche. Llenaron el tiempo con las rutinas de concentración de cada uno. Dos de ellos practicaron meditación, una tercera estuvo jugando a la consola y el cuarto dedicó la tarde a escuchar jazz clásico americano. A la hora concertada todos estaban en su puesto: la infiltrada haciendo la limpieza en la zona de oficinas; el conductor e informático, en la furgoneta al cargo de las comunicaciones, la coordinación y el hackeó, y los dos especialistas, escondidos en una de las partes menos iluminadas de la manzana que ocupaba el museo. A la una de la madrugada, el hacker lanzó un ataque de denegación de servicio sobre los servidores de la policía, el museo y la empresa de seguridad. Desde dentro, la falsa limpiadora, escondía el carrito en el baño y se preparaba para la fase dos.

Veinte minutos más tarde, se iniciaba la parte crítica. Mientras la falsa limpiadora se ocupaba de adormecer a todo el personal presente con un esprái y a cegar las cámaras interiores con pintura, los dos de fuera se acercaban a la ventana elegida días atrás y procedían a reventar los puntos de enganche de la reja con explosivos y a recortar una gran sección de cristal. Entraron en apenas 10 minutos y se dirigieron a la sala especificada. Al tiempo, el hacker bloqueaba los sistemas de seguridad aprovechando el caos generado en los servidores.

Debían concentrarse ahora en los cuadros elegidos, cortarlos con cuidado y enrollarlos para introducirlos en los tubos de transporte. La limpiadora debía prepararse para huir por la puerta de servicio, contribuyendo a generar algo más de confusión y los dos especialistas escaparían por la misma ruta de entrada. Luego, cada uno de ellos se perdería por una calle distinta para refugiarse en los pisos que habían contratado a través de Airbnb en diferentes zonas de la ciudad.

Sin embargo, un estúpido detalle dio al traste con todo el plan. Un policía municipal fuera de servicio estaba paseando a su perro tras haber vuelto de tomarse unas cervezas con los compañeros. El perro se paró a orinar junto a la rueda delantera de la furgoneta y a él le llamó la atención un tenue resplandor que venía de la parte de atrás.

Llamó al portón trasero, sorprendiendo al informático que estaba concentrado saliendo del sistema y redoblando los ataques de sus bots repartidos por el mundo. Fue muy leve, pero el ruido que produjo en el asiento al estremecerse alertó al can que comenzó a ladrar. Al sentirse descubierto, se desplazó a toda prisa hacia el asiento del conductor. Pensó que con un poco de suerte, aún podría huir de la zona. Solo habría que prescindir de la furgoneta y quemarla para eliminar pruebas. Pero cuando logró arrancar el motor, una pistola le apuntaba directamente a la cabeza desde el otro lado del parabrisas.

En los días siguientes fue cayendo el resto de la banda, a medida que la policía desentrañaba los pasos de cada uno de ellos a través de la información desencriptada de los ordenadores requisados en la furgoneta.

Los medios de comunicación se lanzaron a explicar el intento de robo con todo lujo de detalles. Se incidía en lo cerca que estuvieron los ladrones de tener éxito. Y desde las tertulias habituales se pidieron dimisiones en los ministerios de Cultura e Interior. Las redes sociales convirtieron el suceso en una serie de memes y conversaciones airadas que arrasaron desde Twitter hasta Quora.

El juicio posterior fue un nuevo motivo de jaleo, tanto en medios como en redes, sobre todo por la línea de defensa elegida por los abogados, según la cual sus defendidos simplemente estaban llevando a cabo una prueba experimental, una especie de auditoria independiente de seguridad, cuya finalidad era redactar el proyecto fin de máster del informático del grupo. En esta ocasión, la sociedad se dividió entre el cachondeo y la credulidad, con algunos influencers radicados en en Andorra tomando partido por los acusados.

La estrategia no resultó exitosa, pero sirvió para que la pena final fuera algo menos elevada de lo esperado inicialmente y para que los ladrones firmaran un acuerdo millonario con Netflix para rodar una serie basada en su historia.

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